Una década sin el galán de los ojos azules

Ana de la Fuente (SPC)
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Hace diez años desapareció la mirada más profunda de la historia del cine, la de Paul Newman, una persona más allá de la estrella

Hubo un tiempo en que Hollywood no quería actores «demasiado guapos» para sus películas. Un requisito éste algo extraño y paradójico pero que a varios intérpretes, como Marlon Brando o Robert Reford, les valió ser excluidos de la representación en papeles protagonistas y verse obligados a tener que cambiar su registro para poder conseguirlos. Pero si hay un artista sobre el que pesaron con más contundencia los designios impuestos desde la Academia de cine estadounidense ese fue, sin duda, Paul Newman, de cuyo fallecimiento se cumplen ahora 10 años.

Renovarse o morir, debió de pensar entonces el actor de Connecticut, a la vez que se preguntaba cómo poder ser valorado como algo más que un apuesto chico rubio de profundos ojos azules. Newman recurrió a su modesta inteligencia, a su buen humor y, por supuesto, a su gracia física para lograr recrear a la perfección al renegado hombre americano, unas cualidades que combinó con muchas horas de apasionado estudio. Todo ello finalmente le llevó a ser considerado una de las grandes estrellas de cine del siglo XX.

Su belleza clásica, el magnetismo de su mirada -casi imposible de resistir-, y el empeño por perfeccionar cada papel que caía sobre sus manos le llevó a trabajar sin descanso en más de 65 películas, en una carrera que se extendió a lo largo de más de medio siglo. 

Sin embargo, para llegar a convertirse en un mito del celuloide, Newman recorrió un camino lleno de baches y casualidades.

Hijo de padre judío y madre católica, ésta le condujo hacia el mundo de la interpretación aunque tuvo que dejarlo de lado para echar una mano en la tienda de artículos deportivos que regentaba su familia cuando su padre murió. Inició estudios universitarios, pero la incorporación de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial le llevó a alistarse en el Cuerpo Aéreo de la Armada con el objetivo de ser piloto. Una vez más tuvo que desistir de ese sueño pues le detectaron que era daltónico, así que quedó relegado a operador de radio.

Un tira y afloja que comenzó a estabilizarse en 1952 cuando le dieron un pequeño papel en Broadway. Fue entonces cuando comenzó a tomarse muy en serio esta profesión, tanto que fue aceptado como estudiante en el Actor´s Studio de Nueva York, donde fue uno de los estudiantes más brillantes de su generación y donde compartió clases con James Dean, Marlon Brando y Gerardine Page.

Aunque su debut en cine lo inició a los 29 años, sin pena ni gloria, en 1954 con El cáliz de plata -considerada una de las peores películas de esa década y de la que el propio actor siempre renegó-, el destino hizo que su fama llegase dos años después cuando dio vida al boxeador Rocky Graziano en Marcado por el odio, un papel que originariamente estaba pensado para James Dean, pero que Newman heredó cuando el eterno rebelde de Hollywood murió en un accidente de coche justo antes de que Roberte Wise comenzase el rodaje.