Esto sí quedará en su currículum para los restos

Antonio Pérez Henares
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La evidencia de plagio en la tesis de Sánchez es obvia y manifiesta, pero lo peor son sus mentiras en el Parlamento

La semana pasada fue aciaga para Sánchez. Pero en el Gobierno suponían que ésta ya podrían ir dejando atrás el escándalo de su tesis y retomar los spot publicitarios con el presidente de estrella protagonista enseñando a las «gentes» el palacio de la Moncloa. Pero no solo no ha sido así, sino que sus cortafuegos se han venido abajo con estrépito, las evidencias han sido cada vez más clamorosas y Pedro Sánchez está cada vez más en un callejón del que no le salvan ya los espantones como el de esa reforma constitucional a tenazón y disparando a lo loco, sin saberse ya sí a quien quiere desaforar es solo a Pablo Casado mientras que sus socios separatistas a quienes quieren aplicárselo es al Rey Don Felipe.

Los blanqueadores de Sánchez establecieron una línea de defensa basada esencialmente en dos sistemas, dos máquinas, antiplagio que manejadas hábilmente por sus chicos de Moncloa daban que no era para tanto, que a eso no llegaba, y sus voceros se establecieron en el «mal menor». Que la tesis era un bodrio infumable, un corta pega, pero que plagio, plagio, no había habido. Y que tampoco hubo negro, aunque sí un «colaborador amigo», unas ayuditas del Ministerio de Industria. 

Se atrincheraban también en que en el tribunal de amiguetes, hecho a medida, de dudosa competencia y algunos de cuyos miembros habían firmado con él artículos, incorporados y ocultada la firma en la tesis, no habían visto pega alguna en calificarle (y a ellos mismo de paso) y darle la mayor nota, no era a pesar de todo ello «ilegal», según la normativa de la UCJC. Para otras universidades sí, e, incluso, para otro tipo de tesis de la propia «Camilo José Cela» era fraudulenta, pero para las del tipo de la de Sánchez, no. O sea, más o menos, que no era nada estético, y tampoco ético, pero ilegal no era.

 La defensa sanchista se atenía a ese mal menor, a «limitar daños». Era todo bastante casposo, guarrillo, un bodrio como para no estar orgulloso, pero a «plagio», «negro» e «ilegal» no llegaba. Lo decían las «máquinas». O eso decía Moncloa.

 Pero todo empezó a saltar por los aires. Resultaba que las «máquinas» solo pueden detectar las copias con lo que contienen en su «memoria». Y empezaron a aparecer a puñados y sin señalar autoría, o sea, como propios, conferencias, informes ministeriales o Power Point y todo tipo de documentos no publicados oficialmente y fusilados para la tesis. El montón de lo plagiado iba creciendo cada día. Y, encima, sonó estrepitosamente la peor de las flautas. Uno de los sistemas, el alemán, al que habían atribuido que solo había dado un 0,96% de copias, reventó la banasta. Dijo que lo habrían manipulado porque a ellos lo que les daba era un 21% y que, además, en Moncloa se negaban a decirles que filtros, o sea, que trampas habían hecho para conseguir esa cifra irrisoria.

 La desdicha para Sánchez no venía sola. Al tiempo, la existencia del negro era cada vez más notable y destacada. Vamos que cada vez destacaba más sobre el blanco. E, incluso, había memoria de que se había hecho alarde de ella. En una cena en el Ateneo de Palencia en marzo de 2017, según recapitulaba el pasado jueves El Diario Palentino, él exministro Sebastián era citado como autor de una frase donde alardeaba de que en su ministerio le había hecho la tesis a Pedro. Y aquello fue publicado por aquel entonces en Voz Populi, sin que el presunto autor amenazara entonces con querella alguna como sí ha hecho ahora. Como tampoco dijo nada en contra de suscrito por el periodista Jesús Maraña, nada sospechoso de connivencia con la malvada derecha, en su libro Al fondo a la izquierda (Planeta 2017) donde con todo lujo de detalles viene a afirmar esto mismo en varias páginas. Sirva este párrafo como resumen «Pedro Sánchez pide ayuda y consejo para elaborar su tesis a Miguel Sebastián y a Carlos Ocaña, exdirector de gabinete de Sebastián como ministro de Industria, conocido entre los amigos como Cocana. Este último le remite gran parte de la documentación que contiene la tesis doctoral de Sánchez».

Pero es que la propia y última prueba del nueve de la negritud subyacente la suministran los propios Pedro Sánchez y Carlos Ocaña publicando a medias un libro, prácticamente un calco de la tesis con algunos añadidos (así lo ha reconocido el mismo Sánchez, «el libro es mi tesis»). Como coautores, compartiendo los derechos de autor y por tanto la autoría intelectual del mismo al 50%. ¿Puede haber prueba más clara que esta de que el negro ha existido que su propia declaración de autoría?

En resumen, que todas la líneas defensivas han ido cayendo con verdadero estrépito y quienes auguraban que en unos días de eso ya ni se hablaba, que era «una conspiración» de la «caverna mediática» para acabar con Sánchez iban quedando cada vez más en evidencia por su silencio cómplice. 

Y reventó la banasta. El País, convertido en el diario gubernamental desde su cambio de línea y la llegada de Sánchez a la Presidencia, aunque dirigía su bala al libro y no a la tesis, demostraba que allí había habido, sin ningún género de dudas, plagio. Uno más y como los antes demostrados por ABC, por El Mundo, COPE , OK Diario y otros. Remató la Sexta y se acabó la sordina. 

Justo, casualidad seguro, momentos antes el hasta entonces fiel escudero Pablo Iglesias, y los aliados separatistas del PDCAT cambian de paso y donde decían que todo era «caca, culo, pedo y pis» ahora reclamaban «explicaciones». Y es que claro, el plagio pringa, el negro tizna y el tribunal «atufa». Salpicaba mucho y había que poner distancia para salvarse del lamparón, el tizne y el hedor.