Día de carreras

D. Guijarro
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El sol y la menor afluencia de público por la mañana propició que los mozos se acercaran a las vaquillas • La tarde volvió a llenar la plaza

Si existe un momento ideal para poder protagonizar buenas carreras a la vaquilla, ese fue, sin duda, la suelta matinal de ayer. Todos los factores se conjuraron para que la mañana fuera, prácticamente perfecta. Un sol de justicia para despedir el último fin de semana de verano, y una participación más baja que las tardes previas, hicieron las delicias de quienes no entienden un San Mateo sin ver de cerca los astados de las protagonistas de la fiesta. 
Puntual a la cita, la explosión del chupinazo anunciaba a los conquenses que comenzaba la suelta. No así las carreras que tuvieron que esperar un rato. Y es que si algo caracterizó la primera vaquilla de la mañana fueron las constantes caídas que sufrió el animal. A un pavimento poco adecuado para estos menesteres se unió que la calle estaba todavía mojada en aquellos lugares de umbría lo que hizo que el astado estuviera más tiempo en el suelo que corriendo. 
Antes de que los maromeros emprendieran el camino de los toriles para evitarle más sufrimiento al animal, éste tuvo tiempo de protagonizar el primer ‘susto’ de la mañana al subir las escaleras de la catedral. Allí permaneció varios minutos ante la impasividad de decenas de personas que confiaban en el la protección divina de San Mateo y de los pórticos del templo.
Con la segunda de las protagonistas no tardó en recordar el peligro que llevan a pesar de las precauciones de la maroma. Nada más llegar a la plaza giró la esquina en dirección a los arcos del Ayuntamiento muy pegada a la pared donde cogió a un hombre que tuvo que ser evacuado.
Poco más pudo hacer. A pesar de que la vaca guardó más el equilibrio que su antecesora las caídas fueron inevitables. Los lamentos de corredores y asistentes se seguían repitiendo cada vez que los quiebros de los mozos hacían girar de forma brusca al animal que terminaba en el suelo. 
 
Las mejores carreras. Sin embargo, la buena temperatura, el sol y el tránsito de las personas que cada vez más llenaban la plaza hizo desaparecer los últimos rastros de humedad mejorando la adherencia tanto de animales como de personas, lo que animó el espectáculo.
Fue en esos momentos en los que se vieron las mejores carreras. Una y otra vez, las vaquillas salían con fuerza desde la calle Obispo Valero para desaparecer pocos segundos después bajo los arcos del Ayuntamiento, y del mismo modo subían desde la anteplaza hasta la fuente para cumplir con la tradición no escrita para que beba.
«A los que nos gusta correr la vaca es mejor por la mañana», comentaba Jesús Noheda, un aficionado que lleva un cuarto de siglo buscando cada año los cuernos de los astados. «Hay menos gente y más claridad para poder acercarte a la vaquilla», asegura al tiempo que recuerda que lo fundamental para protagonizar buenos lances «es estar en buena forma y no tener miedo, si lo tienes lo mejor es que le dejes sitio a los demás y no te acerques», aconseja. 
La sensación que se vivía ayer por la mañana entre los aficionados a la vaquilla era que las condiciones eran ideales para poder disfrutar de ellas y con uno animales que «están respondiendo bien», aseguraban los mozos una vez olvidados los primeros instantes de la suelta matinal. 
La misma sensación la confirmaba Luis Guijarro, un maromero con 38 años de experiencia para quien las reses de este año «son más fuertes que en ocasiones anteriores, hasta aquí están saliendo fenomenales y no podemos pedirle más», decía el veterano.
En mitad del recorrido, mientras la vaquilla pasaba a su alrededor, explicaba que aunque los animales son los mismos que por la tarde, la menor afluencia de gente por la mañana «hace que se corran mejor, ayer por la tarde [por el sábado] no se podía estar aquí».
 
Menores. El ambiente mañanero era casi inmejorable, pero sólo casi. Una nota negativa empañó el discurrir de las sueltas: Demasiados menores en el recorrido de las vaquillas. Era domingo, día familiar por antonomasia, y eso se notó en la plaza.
Las barreras estaban repletas de niños entusiasmados con el espectáculo, pero otros muchos lo vieron desde dentro a pesar de las prohibiciones y del peligro que eso entraña para ellos. Se produjo incluso alguna escena de padres increpando a los maromeros cuando éstos les advirtieron que los menores no podían estar allí. Una mala práctica y un peor ejemplo para los niños.
Afortunadamente todo transcurrió con normalidad. Buena parte de responsabilidad hay que atribuirla a los maromeros que evitan muchas ocasiones de peligro, aunque como es lógico, es imposible que eviten todas. 
Ayer no sólo fueron las vacas las que se escurrieron sino también muchos corredores que en alguna ocasión quedaron a merced del animal, con los cuernos a pocos centímetros del cuerpo y con la única protección del buen hacer de las personas que portan la maroma para garantizar que el disfrute de la fiesta sea completo.
La mañana se cerró con el reproche acalorado de un hombre a los maromeros por no llevarse la vaca de las escaleras de la catedral lo que le ganó una considerable bronca del respetable. Primero silbidos y luego cánticos de San Mateo, San Mateo, hicieron que la discusión se quedara en anécdota.
Ya por la tarde, el Casco Antiguo se volvía a llenar de peñistas y visitantes. La afluencia no fue tan destacadas como en las jornadas previas, se notó que es domingo y muchos de los turistas regresaban a sus destinos. Para los conquenses todavía quedaban momentos de emoción. Carreras, sustos y diversión, mucha diversión en las vaquillas de por la tarde. 
Las peñas volvieron a cobrar el protagonismo que cedieron por unas horas por la mañana y el ambiente volvió a ser el de los días grandes. Mucha música, zurra y alegría fueron las notas dominantes con las que se despidió la tercera jornada de vaquillas.