Pasión por el arte ecuestre

Héctor Madrigal
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El amor de los jinetes por sus infatigables compañeros de pista es una de las claves del éxito en los concursos equinos • La amazona Mónica de Cabo, afincada en Cuenca gracias a la hípica, es un ejemplo de esa conjunción

La amazona madrileña Mónica de Cabo, afincada en Cuenca, es una gran apasionada de la hípica. - Foto: Reyes Martínez

Más de 80 jinetes y 132 caballos compiten en la quincuagésima novena edición del Concurso Hípico Nacional de Cuenca en un certamen en el que se juzga el conjunto que forman tanto el caballista como el equino. El objetivo de este evento, según recoge el reglamento de la Real Federación Hípica Española, es demostrar la franqueza, potencia, velocidad, destreza y respeto al obstáculo del animal, mientras que el jinete trata de mostrar la calidad de su equitación.
 
La pasión que sienten los participantes por sus infatigables compañeros de pista es máxima. Un ejemplo de ello lo representa la amazona madrileña Mónica de Cabo, afincada en Cuenca desde 2004 gracias a su amor por estos animales. «Sigo aquí porque me encanta la hípica y el Club Los Faldones me permite entrenar y hacer lo que más me gusta. Me gusta montar a caballo y, de hecho, ese sentimiento también se lo he transmitido a mis hijos», asegura.
 
De Cabo, médica de 45 años, guarda un gran cariño a Biscaya, con la que se compenetra a la perfección. «Es una yegua alemana de 13 años que está en un gran estado de forma. Al principio, cuesta un poco encontrar esa buena sintonía con el caballo, pero todo es cuestión de tiempo», remarca.
 
Los desplazamientos a otros concursos resultan costosos, pero los fuertes lazos de la amazona con la hípica allanan el camino: «Es fácil empezar en este mundo. Lo que más cuesta es mantener el caballo y viajar a otras ciudades si quieres participar en los eventos».
 
Parejas en la pista. La equitación también unió, fuera de los certamenes, al jinete Carlos Calvo y a la amazona Charo Ortells. El caballista del Club Hípica de Toledo, de 22 años, descubrió este deporte en 2006. Desde entonces, no para de recorrer la geografía española con sus inseparables Azellay y Chikung Citrón. «Ya había venido hace dos años a Cuenca y la verdad es que merece la pena repetir porque es una cita muy divertida», apunta.
 
Con la misma ilusión, su mujer Charo Ortells, del CES Valencia, intenta superarse y disfrutar junto a los incombustibles Blue Star y Muguet. Esa admirable dedicación le ha permitido, por ejemplo, ganar un pequeño gran premio de 1,30 en Asturias, donde finalizó cuarta en la modalidad de 1,40. «Empecé a montar con tan solo cuatro años y desde los siete acudí a algunos concursos. Lo que más cuesta es encontrar apoyos y patrocinadores. La hípica engancha por sus múltiples alicientes», concluye.