Javier Sádaba: "Uno de los consejos de la Ética consiste en tener una buena sexualidad"

EVA JIMÉNEZ
-

El filósofo intenta en su último libro, 'Ética erótica', revalorizar los placeres de la vida frente a una moral centrada en los deberes

Javier Sádaba: "Uno de los consejos de la Ética consiste en tener una buena sexualidad"

Javier Sádaba Garay (Portugalete, Vizcaya, 1941) acaba de publicar una obra cuyo título aúna dos ideas que difícilmente solemos asociar: Ética erótica (Península, 2014). Este licenciado en Filosofía y Teología continúa, por tanto, sus reflexiones sobre la felicidad que ya comenzara con La vida buena (2009), El amor y sus formas (2011) o No sufras más (2012). Catedrático de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid, intenta mostrar que la Ética es cosa de todos, y que de ella depende nuestro bienestar.

Su libro comienza con una advertencia: cuidado con quienes hablan de Ética, que es un término “muy usado y manoseado por aquellos a los que les queda aún algo de vergüenza, pero a los que tampoco les sobra mucha”. ¿En qué grupo se incluye usted?

Entre los que quieren tener vergüenza. La Ética es fundamental para vivir bien con uno mismo y con los demás, y me esfuerzo en hacerlo todo lo que puedo. Después serán otros los que me juzguen.

¿Por qué le parece importante denunciar la “mentira estructural” que nos rodea para comenzar un libro titulado Ética erótica?

Puede sorprender un poco, pero lo he hecho adrede, porque creo que la Ética hay que encuadrarla en la vida de todos los días y, al mismo tiempo, en el contexto político que uno viva. Y el contexto político en el que estamos viviendo no es muy apropiado para vivir lo mejor posible, dentro de unos límites humanos, y es necesario denunciarlo. Es necesario hacer de la Ética algo que sepa luchar contra esa capa de mentira que nos rodea a través de la política.  Si no, estamos hablando de las nubes.

¿El fin de la Ética es estar a gusto con uno mismo y con los demás?

La cesta de la Ética consta de muchos mimbres, pero la última motivación para ser moral tiene que ser la felicidad, palabra excesivamente manoseada pero que recuperaría porque su etimología es florecer, ser lo más fecundo posible. Ésa es la última estación de la Ética y no unas tablas de la ley cayéndole a uno en la cabeza.

¿No es paradójico que vivamos en una sociedad del bienestar y que todavía no sepamos disfrutar de la vida?

Bueno, algunos estamos en el estado llamado de bienestar. Europa es una burbuja en un mundo con mucha miseria, mucha injusticia… E incluso en ese mundo hay una enorme desigualdad. Por otra parte, creo que van a abundar cada vez más los psicólogos, porque somos muy disfuncionales: hemos avanzado en términos científico-técnicos de forma espectacular, pero nuestros sentimientos siguen siendo muy achicados. Podemos gozar con el ordenador, pero no con nosotros mismos; podemos gozar con muchísimas cosas externas y no saber tener una conversación, no estar a gusto oyendo música, tomando un vino o simplemente reflexionando.

El título y la portada del libro nos hacen pensar inmediatamente en el sexo. ¿Somos unos malpensados?

El sexo es fundamental y muchos filósofos morales lo han obviado de una manera un poco tonta, como si no tuviera que ver con la Ética. Porque la Ética, no tanto para poner límites - cada uno que haga con su cuerpo lo que quiera con tal que no dañe a terceros-, debe aconsejar. Uno de los consejos consiste en tener una buena sexualidad: que no sea excesivamente consumista, más meditada…; dentro del concepto de felicidad que defiendo y que supone aprovechar todas las capacidades que tenemos los humanos.

¿Y cómo es posible que vivamos en una sociedad hipersexualizada y, al mismo tiempo, descorporalizada?

Hay una inmensa comercialización del sexo y un sexo extraordinariamente frío. Yo creo que el sexo con amor es mucho más rico, el sexo con amistad es mucho más sabroso… Pero es tal el negocio del sexo que se está quitando mucho de su núcleo. Puede haber mucha hipersexualidad y haber mucho menos sexo sencillo, cotidiano, bien vivido… Se vende tanto sexo porque no se vive de verdad.

Si el deseo nos encamina hacia la felicidad, ¿cómo podemos saber que nos hallamos en la dirección adecuada?

Yo lo que hago es una reivindicación de los deseos, porque creo que la Ética ha insistido en exceso, por cierto puritanismo, en los deberes. Hay deseos que son propios y que deben ser satisfechos dentro de las posibilidades que tengamos. No digo que todo deseo esté bien. El deseo humano es limitado y los hay de dos tipos: naturales, como una buena comida o un buen paisaje; y culturales, como la música o la amistad. Que cada uno se conozca a sí mismo y escoja.

Y de tanto pensar en nuestros deseos, ¿no podemos perder sensibilidad respecto de los de los demás?

Hemos perdido sensibilidad, primero, con nosotros mismos. Nos han robado el cuerpo, porque podríamos tener nuestros sentidos más atentos, más abiertos. Y tener sensibilidad es, al mismo tiempo, tenerla con los otros. La felicidad se consigue en conjunto, y todo tipo de capacidades que tengamos se potencian con las capacidades de los demás. Por lo tanto, aquél que es insensible ante el dolor de los demás tiene una incapacidad moral extraordinaria que habría que juzgarla muy negativamente.

¿Qué les diría a los que no desean, a los que se aburren, a los que dicen “yo no tengo imaginación”?

Lo primero, estaría un poco alejado de esas personas. La etimología del aburrimiento viene de horror. Al aburrido le diría que abra los ojos, que goce con los placeres sencillos y que sepa airearse respecto a las muchas cosas que hay en este mundo. Ahora, si es aburrido porque ha visto la cara atroz del mundo, que tenga sus momentos de melancolía, pero que después sepa salir al mundo y gozar de todo lo que se puede gozar.

Usted se muestra muy crítico a lo largo de todo el libro, especialmente con la religión católica. ¿Le achaca gran parte de la responsabilidad en nuestra incapacidad para valorar el cuerpo y sexo en su justa medida?

Yo soy muy crítico con las religiones monoteístas. Me parece muy bien una religiosidad laica, neutra, pero las creencias impuestas de forma dura son negativas. Por honestidad intelectual, soy crítico con esas grandes organizaciones que se han metido demasiado en la conciencia de la gente, imponiendo unos dogmas a veces de forma brutal, a veces taimada… Sin embargo, cuando ha habido bondades en la religión, ha dado resultados extraordinarios. Y los dos o tres mejores amigos que he conocido eran cristianos, entre ellos [Ignacio] Ellacuría.

También hace gala de un gran sentido del humor, al que dedica además un capítulo. ¿Nos tenemos que preocupar si no nos reímos de nosotros mismos?

El humor, si se ha mantenido, es porque nos es necesario para vivir. Tiene tres partes: la risa o la sonrisa, con su valor relajante. Otra, el lenguaje, la ironía, con su flexibilidad… Y el chiste. Un chiste a tiempo es una victoria. Es una gran liberación. Cuando uno tiene un amigo que sabe contar chistes, gozas como pocas cosas. Es bueno tener gente alrededor que nos haga reír.

En el libro también se percibe su amor por la música.

Si no hubiera sido filósofo o futbolista, habría sido director de orquesta. En la música uno conecta con el corazón del mundo. Uno vuela, es la gran emoción, mediada por la inteligencia. Es muy formativa y uno de los grandísimos placeres que tenemos los humanos.

¿Se aprende saborear la vida con los años o se puede aprender antes?

Los años dan mucha experiencia, y uno puede corregir cosas y desdramatizar otras.  Y ayuda. Pero no voy a caer en que es mucho mejor la vejez que cualquier otra época de la vida. Trae la enfermedad y la proximidad de la muerte. El momento en que hay que aprender, aprender y aprender, es cuando uno es joven. Y gozar, pero aprendiendo. A quien le guste el ‘aquí te pillo, aquí te mato’, que lo haga, pero es mucho mejor saborear las cosas y, como los penaltis con paradiña, pararse antes de disparar.