El lugar donde el Cristo arrodillado bendijo buenas salinas

Miguel Romero
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Tierra de musulmanes con buen tesorillo y luego de la Orden de Santiago, donde a bien supo quedar inscrita en páginas del Libro del Buen Amor

Una extensa vega reina alargando su espacio al sol, entre medias el Barranco de las Huertas le arrincona y entre su término fluyen las aguas en manantiales y fuentes abundantes que riegan terrenos y abastecen el lugar, tal vez esa de los Cotos sea la más saludable. Huertas y aguas. Sin embargo, el respirar del Tajo, situado a dos leguas del lugar, te produce un fuerte vitalismo de poder, crea un espacio de sentimiento compartido y Fuentidueña, Valverdejo, Zarza, las Lovinillas y Estremera rodean un término que en tiempos fue hogar de comerciantes atrevidos en la venta y compra de productos, trajinando caminos por lejanos lugares de nuestra geografía. Es Belinchón y lo es más, cuando hablamos de su Cristo arrodillado, dormido en descanso eterno en su preciosa ermita que acoge esa singular romería.
 
Pero, amigos, Belinchón fue historia viva. En el altozano que campea como solar, se advierten oleadas de profundos acontecimientos, soliviantados por sus esfuerzos. Las salinas, fueron el emblema de su economía en tiempos de guerra y por ello, las casas palacio pudieron aquí hacer huella: la de Salazar por un lado y la de Alvárez de Toledo por otro, sin dejar de lado, su bella iglesia, monumental y poderosa, tal cual antiguo castillo de recio abolengo donde dicen, se refugiase malherido aquel infante Sancho, hijo del gran Alfonso VI, rey de Toledo.
 
Por eso hay que hablar de historia, la misma que aconteciese en casi toda Castilla. Si antes, en sus lomas, los yacimientos del Bronce hacen mella, después el tesorillo de Abderramán II nos agudiza el dominio musulmán, al lado de la gran Uclés, a tiro de piedra, enfrentada a reinos y sufridora de batallas para luego dejar que Alfonso VIII reconquiste y repueble como casi toda la Castilla amesetada. A todos les llamó la atención sus ricas salinas y en ello, anduvieron sus litigios. Por eso, un poco antes de reconquista total,  Alfonso VII considera de pleno derecho conceder salinas y término al Arzobispado de Toledo y en ello alcanza la mitra más poderosa ligazón con nuestra villa. Unos y otros se hicieron dueños de este lugar, muy productivo, rico y de nobles gentes y, por eso, el Alfonso VIII aludido juega a razones con sus salinas, primero a la Orden de Santiago el 10 de abril de 1178, luego, al obispo de Palencia concediéndole renta anual, siendo por entonces 17 de marzo de 1190 y encontrándose las diócesis de Palencia y de Segovia en pleno tesón y litigo por recoger este premio. No contento con ello, permitiría el octavo que también la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén obtuviese una importante renta para su castillo de Consuegra en el 1200 con esas treinta cahíces de sal al año.
Todo ello prueba el valor de este lugar, si bien explotado para vivencia de otros. Pero, sus habitantes pudieron sentir el libre peso de su villazgo teniendo Fuero propio desde el siglo XII y en ello anduvo la solera del lugar, vendido, enajenado y comprado a señores y prestameras, quizás la mayor aquella de la catedral conquense en función del convento de San Pablo y siendo obispo don García.
 
Amén de todo, las salinas de Belinchón, las mismas que ya citase el Arcipreste de Hita en su Libro del Buen Amor, fueron de casa real a casas ducales y tanto en los siglos XV, XVI y XVII avivaron fortunas, como aquellas de Enrique IV y don Rodrigo de Villoa, su dueño, o cuando Felipe II lo concede en señorío a los Hurtado de Mendoza, marqueses de Cañete, o después cuando lo enajena y la hace villa solemne, o tal vez, ese momento del XIX en que el hermano del duque de Riánsares toma posesión de capa y sayo. No hay duda, del poder de Belinchón en la historia, de sus patronazgos y esencialmente, de sus ricas salinas que del “Pecho del Señor” en tiempos medievos se pasaría al Cristo de la Muralla, Ayuntamiento y dominio de los Alvarez de Toledo en edificio precioso con soportales de ricas columnas para adorar a su parroquial de San Miguel en bellísima iglesia, tal cual copia del Priorato de Uclés, con elegante torre e interior de construcción palaciega. Este es el Belinchón actual, a caballo de progreso y ensimismado en su Danza al Cristo Arrodillado, la más singular romería de estos lares, la que envuelve a sus habitantes en ese deseo de recaudar fortuna para las cosechas. Su  “jefe” de danzantes coloca la careta en su parte posterior para dilucidar cambio de estación, dando el color que merecía la misma. Aquellos colores, verde y rojo del traje, recuperados, alzan el devoto sentimiento en el mes de mayo para hacer de este lugar, santo y seña del calendario festivo y monumental de la provincia.