Éxtasis de devoción para reinterpretar unas turbas brillantes

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La muchedumbre mostró respeto y orden para celebrar la tradición y acompañar a Cristo en el Gólgota conquense

Los nazarenos se agolparon en la curva de Palafox. - Foto: Reyes Martí­nez

Cuenca brilló como nunca en la madrugada del Viernes Santo. Los conquenses volvieron a volcarse en su procesión más reconocida, demostrando que el fervor sigue vivo, que la tradición no se olvida y que este pueblo late, participa y se emociona. Los astros se confabularon para que el desfile se produjese, después de que la lluvia impidiese el desfile en los últimos dos años. Lo cierto es que la procesión 'Camino del Calvario' de este viernes será recordada y quedará grabada en la retina de los conquenses. Fueron unas 'Turbas' atípicas, quizá porque aunque la gente se lanzó a la calle para disfrutar de la procesión y la participación fue mayor que en otros años, la sensación que había era que todos estábamos en familia. La ciudad se volcó para apoyar la tradición y dignificar sus raíces. Con menos público foráneo que en otras ocasiones, una considerable masa de hijos de Cuenca regresó para sumar en esta manifestación religiosa y tradicional, para unos y otros.
Esos hijos de Cuenca, que viven fuera, que conservan aquí a sus padres y familiares, que llegan para San Julián, para San Mateo, para Navidad y Semana Santa, fueron fundamentales para ensalzar la Semana de Pasión conquense y darle un nuevo giro a nuestra historia. 
Esos hijos de Cuenca se lanzaron a la calle, enfundados en una túnica, empapando a sus hijos de corta edad en la tradición. Otros fueron protagonistas desde las aceras, emocionándose, mostrando respeto y devoción, disfrutando a lo largo de todo el recorrido. Sí, porque el público no se limitó a presenciar desde un único punto de vista. Más bien acompañó este Vía Crucis por las calles, a las imágenes, a los turbos, hasta que la Soledad de San Agustín entraba por la angosta puerta de El Salvador en el más absoluto silencio y respeto. También se notó la presencia de muchas nazarenas en el desfile, más que nunca antes, constatando así su participación en aumento.
 
Impaciencia en la salidad. El cielo raso, la buena temperatura y las ganas de que el oficio saliera bien congregó a numeroso público a primeras horas de la madrugada, en la plaza de El Salvador. A medida que la hora se iba acercando, se mascaban en el ambiente los nervios característicos y se hacían sonar las aldabas de la majestuosa puerta del maestro Zapata, para la eternidad. El turbo más viejo realizaba la última llamada simbólica, cuando la Policía Nacional ya había establecido el cordón de seguridad. A las 5,30 horas, con puntualidad, se habrían de golpe y bruscamente las puertas del templo para algarabía de los congregados. Jesús Nazareno de El Salvador, el Jesús de las seis, salía imponente, excelso, altivo, para recibir los primeros pitos y clarinás de la turba. La fuerza que imprimían sus banceros, la emoción que sentían bajo sus capuces, se hizo notar con un primer 'baile' bien recibido por los allí presentes. Igualmente interpretó la Verónica, con una salida rápida que precedió al guapo, a San Juan Evangelista, que se hizo esperar un tanto más, quizá por el número de hermanos que procesionó.
Los turbos ya bajaban por la cuesta de San Vicente, otros se quedaban en el más absoluto silencio para presenciar la salida de la Virgen, bajo palio, rodeada de sumisión, esperando que se volviese a cumplir la tradición, recuperada en 1990 para recibir el motete de la herrería de la Puerta Valencia. Uno de los puntos con más presencia de personas, atraídas por el mágico momento.
Eran cerca de las 7,30 horas y el guión del desfile, portado por mujeres y niños, giraba para enfilar Carretería. Poco a poco se habían sumado los turbos rezagados y los que atravesaban por la Plaza de España, llegados desde la salida, para incorporarse a la cabecera. Por cierto, a esas horas, los trabajadores municipales de limpieza ya habían dejado la Plaza de España nítida.
 
La clariná de Palafox. La procesión se estiró para iniciar el duro ascenso. Otro de los momentos más intensos se iban a vivir en unos instantes. El monumento 'Turbas Generación', del artista conquense José Luis Martínez, recibía los primeros haces de luz y su bautismo oficial. Antes de que El Jesús se asomara por la curva de Palafox, los turbos ya habían dedicado una escalofriante y unísona clariná. La talla del imaginero Marco Pérez cruzaba desafiante por el puente de la Trinidad, enfrentándose a la turba, congraciándose con ella cuando pedía que le bailaran una vez más. De nuevo, los banceros alardeaban de su pericia, elevaban la imagen y la estremecían, como si estuviese viva, como si notase el sufrimiento en el Gólgota conquense, dedicando así otro de los momentos emotivos de este año.
 
La marea de la plaza mayor.  Tras el serpenteo malva de las curvas del Escardillo, el desfile se prestaba a entrar bajo los arcos del Ayuntamiento e invadir la Plaza Mayor. Más de uno se preguntaba si tanta gente cabría en el trapecio conquense. Lo cierto es que una vez más, los voluntarios, la organización, el Ayuntamiento, las Fuerzas de Seguridad, la Junta de Cofradías, encabezada por Jorge Sánchez Albendea, dieron muestras de su buen hacer, coordinándose para que la aglomeración de personas no impidiese disfrutar de la celebración. Así fue, donde cabía uno estaban dos. La paciencia de los conquenses también fue determinante para recibir a la muchedumbre. 
El sonido de los tambores, las clarinás, se intensificaron cuando El Jesús irrumpió en la plaza. Las palillás, las baquetas en cruz anunciaban la llegada del Cristo a la cúspide, el extásis y comunión de la turba, hermandades, vecinos y visitantes. La religión y la tradición se hacían patentes en una mezcla de la que es difícil abstenerse. La marea púrpura se combaba, producía olas que chocan en cada rincón del punto más importante de la ciudad, escribiendo historia, dejando muestra y testimonio para la perpetuidad. 
 
Apoteósico Misereré. Después llegaría la apoteosis, el canto del Miserere a las imágenes y el  Stabat Mater a la Soledad de San Agustín, interpretado como nunca por el Coro del Conservatorio de Música de Cuenca. El Jesús viró hasta colocarse frente a la escalinata de San Felipe y el silencio se adueñó del espacio, hasta que el bello canto quedó eclipsado por el estruendo de tambores y clarines.
La turba, más numerosa que en otras ocasiones, se encaminó hacia El Salvador para concluir el desfile y pedir el último esfuerzo. ¡Ay que se va, que se va. Ay que se va, que se va! 'Bailó' también San Juan, apuntando al cielo con su palma y dibujando una sonrisa entre el gentío. Hasta que el silencio se hizo de nuevo con la presencia de la Virgen en la pequeña plaza. 
Los acordes del himno nacional clausuraron un 'Camino del Calvario' que será difícil olvidar en el futuro próximo y que para muchos ha sido el mejor de los últimos años. Salvo algún que otro incidente, que no pasó a mayores, Cuenca puede presumir de orden, respeto y devoción. Sus hijos interpretaron el guión, el cometido de unos y otros. Lo hicieron sabiendo que en los tiempos en los que vivimos, en esta época de crisis que toca de lleno a muchos, nadie puede recortarte ni tocarte algo tan tuyo.