Cristo yacente y la cruz desnuda del Hijo de Dios

Pedro Ig. Tauroni
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Miles de conquenses abarrotaron no sólo la plaza Mayor, sino todo el camino del paso del Cabildo de los Caballeros y Escuderos

Cristo yacente y la cruz desnuda del Hijo de Dios

Cuenca rindió honores a Cristo yacente en su catafalco. Si el Jueves Santo abrió con el sonido de los tambores y de los clarines, cerró con el sobrecogedor  ruido del silencio que los conquenses le guardaron a Jesús y a su madre, la Virgen María.

Desde una hora antes, el espacio por el que tenía que transitar el cortejo se formaba poco a poco gracias a los cientos de autóctonos y foráneos que dirigieron sus pasos hacia la plaza Mayor con el fin de mostrar sus respetos al hijo de Dios. La muchedumbre era tal que uno de los fieles allí presentes  llegó a exclamar «hay tanta gente como el lunes». Posiblemente cierto. Aunque se acercaba el crepúsculo, las altas temperaturas no abandonaban Cuenca, con lo que era común ver a más de un visitante, en manga corta.

Muchos llevaban una guía de la Semana Santa, aunque otros tantos portaban la de la Semana de Música Religiosa. Dos eventos que dan más prestancia si cabe a la ciudad. Algunos banceros entraban en la Catedral y las primeras autoridades políticas llegaban con suficiente tiempo de ocupar su sitio en el cortejo posterior. Fuera, los nazarenos se colocaban a los lados del camino mientras que esperaban la salida de la procesión y así incorporarse a la comitiva.

La Banda de Música de Cuenca esperaba deseosa en las puertas del templo catedralicio con las partituras dispuestas y el ánimo a punto.

Según el horario establecido, la procesión tenía que partir a las 21,00 horas. La  intención era esa, de ahí que las puertas de la Catedral de Santa María y San Julián de Cuenca se abrieran lentamente cinco minutos antes de lo establecido. Representaciones de todas las hermandades de la ciudad empezaron a desfilar con sus guiones para honrar al hijo de Dios. Cada uno con sus colores y sus estandartes acompañaban a la congregación que realiza su recorrido el Viernes Santo.

Siete minutos más tarde de la hora establecida los miembros de la Banda de Tambores y Cornetas de la Junta de Cofradías tomaron las baquetas y rompieron de manera espectacular el silencio en el que se introdujo la plaza con anterioridad. Estaban a la espera de la Cruz Desnuda de Jerusalén.

Mientras tanto, los últimos rayos del rey sol abandonaban su luminosidad para humillarse ante el cuerpo del Rey de Reyes. Helios, el dios sol en la mitología griega, reconocía con el fin de su reino diurno, que Cristo es el único Dios. Se  retiraba y así le mostraba respeto.

Pocos minutos después empezaron a salir los primeros ‘caballeros’, que se vieron acompañados por las camareras, con mantilla española y de riguroso luto por el dolor de la Virgen tras la muerte de su hijo. Los caballeros capitulares, con sus hábitos de procesión, dan prestancia noble a tan magnífico paso.

Cientos de cámaras. Finalmente, cuando el retumbar de los tambores se quedaba en la lejanía y ya sólo era un sonido más de los que adornan el casco Antiguo, el paso  de la Congregación de Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz, del muy ilustre cabildo de Caballeros y Escuderos de Cuenca, se mostró ante los ojos de los conquenses. Y ante sus cámaras, puesto que cientos de móviles la observaban sobre las cabezas de los fieles para capturar la solemnidad del momento.

La imagen ya estaba en la plaza y el silencio parecía eterno, sólo roto por los acordes del himno de España. A Jesús, dos guardias civiles le acompañaban con los tricornios en la espalda, en señal de duelo y por respeto al fallecido.Iban tras el paso, puesto que si sus puestos fueran a los lados del catafalco significaría custodia.

Tras el hijo, salió la madre. La Virgen, con el llanto en su cara y el pecho lacerado por el dolor, estaba escoltada por miembros de la Benemérita. Su tez blanca, casi del color de la muerte, elevaba sus ojos al Santísimo, a una cruz en donde su hijo sufrió una dolorosa muerte y desde donde le pidió a su padre el perdón por la humanidad porque ‘no saben lo que hacen’.

Acto seguido, el cabildo catedralicio, la Junta de Cofradías y, por supuesto, el obispo de Cuenca, José María Yanguas. Justo detrás, las autoridades, muy numerosa este año. El alcalde, Juan Ávila y Nieves Mohorte, concejala de Turismo, del equipo de Gobierno; Francisco Javier Pulido y Pedro J. García Hidalgo, del Grupo Popular; Benjamín Prieto, presidente de la Diputación; Rogelio Pardo, delegado de la Junta; Jesús Labrador, delegado del Gobierno en Castilla-La Mancha o Manuel Laguna, comisario jefe provincial.

Cuando la Banda de Música de Cuenca comenzó a interpretar Sueño eterno, el gentío partía con prontitud hacia otras zonas por donde pasaría la procesión para mostrar una vez más la devoción a su Dios.

La comitiva avanzaba ligera. En el momento en que la madre dejaba atrás los arcos del Ayuntamiento, la Cruz Desnuda de Jerusalén llegaba a la curva de Alfonso VIII, donde le cantaron el primer Miserere. Acto que se repetiría con el yacente. Sin embargo, la Virgen escuchó el Stabat Mater, que es  un himno o tropo del Aleluya gregoriano atribuido al papa Inocencio III y al franciscano Jacopone da Todi. Se trata de una pieza que data del siglo XIII. Comienza con las palabras Stabat Mater dolorosa (estaba la Madre sufriendo). Como plegaria medita sobre el sufrimiento de María, la madre de Jesús, durante la crucifixión de su amado hijo.

Con un silencio imponente y de máximo respeto que contrasta con el Camino del Calvario de la madrugada anterior, inició su deambular por Alfonso VIII, Andrés de Cabrera,San Juan y Palafox hasta llegar a a la plaza de la Constitución por Calderón de la Barca. De ahí toma el camino de Fray Luis de León y calle de Los Tintes, en donde se pueden capturar de los momentos más bellos de la Semana Santa conquense. El Casco Antiguo lo afronta a través de la Puerta de Valencia, con unas entrada directa hasta la iglesia de El Salvador. En este templo, el Señor podrá descansar en paz.

Al salir de la plaza Mayor, el cortejo fúnebre recorría las calles impregnadas de respeto y silencio. Uno de los puntos más buscados por los conquenses fue las escaleras del Gallo, a la altura de la calle Fray Luis de León. Lo angosto de la curva y la grandiosidad de los pasos, hacían que este punto fuera uno de los más deseados por los fieles. Mientras, la Banda de Música interpretaba La muerte no es el final. Fue una de las muchas melodías que sus miembros tocaron y que sirvieron de acompañamiento al crucificado y a su madre. Destacaron El Cristo de la lanzada, Sombras de pasión, Orando en Getsemaní o Banceros de la pasión.  

Pasados unos minutos de la medianoche, llegaron los primeros guiones y estandartes a la iglesia de El Salvador, punto final de la comitiva. Las hermandades formaron un pasillo con sus insignias, que se inclinaron en señal de respeto cuando llegó Cristo yacente. La Banda de Tambores y Cornetas de la Junta de Cofradías hacía sonar sus tambores como bienvenida al paso.  El coro de Alonso Lobo cantó el Oh cruz fiel a la Cruz desnuda de Jerusalén y poco tiempo después el último miserere al Cristo yacente. Mientras tanto, la banda de música interpretó el himno nacional mientras Jesús entraba en el templo. Hoy resucitará el hijo de Dios. Amén