En el Calvario, pasión de luz

I. P. Nova
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La procesión congregó a una multitud de nazarenos que vio desde después del medio día un desfile procesional en la que el blanco sudario secaba las lágrimas de una madre en el descendimiento de su hijo

En el Calvario, pasión de luz

Llegaba el medio día a Cuenca, bajo un sol atronador comenzaban a desfilar los pasos a las orillas del Huécar. Nazarenos de capues en tonos tierra esperaban pacientes la salida de sus tallas. Al fondo, la imponente hoz del Huécar, que se mostraba desafiante, como una madre naturaleza que se apena, y enseña sus abruptas rocas, como un símbolo de desdén hacia los que mataron al hijo de Dios.

Cuenca lloraba en la mañana del viernes la muerte de Cristo Rey durante un Calvario duro, que paseaba en un mismo recorrido a la luz del sol y la muerte de Cristo.

En Aguirre, esperaba la cabecera del Santísimo Cristo de la Luz, presidentes ejecutivos de este Calvario. La Exaltación, aguardaba al sonar de los tambores para, avanzar en la dura marcha a lo largo de la gólgota.

Antes ya de comenzar el recorrido resbalaban las lagrimas de una madre apenada, que recogía a su hijo de las garras de la muerte, y lo bajaba de la Cruz para esperar, que Dios le diese la vida de vuelta.

Momentos de silencio, durante una mañana en la que el sol iluminaba, a diferencia del recogimiento de la nocturnidad, cada una de las miradas de dolor de las tallas de la procesión En el Calvario.

Las venerables Hermandades del Santísimo Cristo del Perdón con su imagen, La Exaltación, y el Santísimo Cristo de la Salud, con una de las imágenes más poderosas de Luis Marco Pérez, El Descendimiento,procesionaban, acompañadas del sonido de la música semanasantera. Sendas tallas, de un mismo autor, de gran envergadura se alzaban imponentes en una salida complicada, en la que los banceros dieron los mejor de si mismos. Titánica labor la de estos portadores de andas, que hacen lucir a Cuenca imperial frente a un momento tal cruel para la cristiandad como fue la crucifixión de Jesucristo, el Mesías.

Desde la iglesia conventual de las madres Concepcionistas Franciscanas, descendía por la puerta de Valencia la Cofradía de las Angustias con su Cristo descendido en compañía de su talla titular, la de una madre doliente que sujeta a su hijo en brazos mientras suspira su último aliento. Una virgen de las Angustias que presumía de Cruz al Mérito Civil con distintivo blanco.

El calor, intenso y sofocante, no impidió que Cuenca se volcará ante la salida de sendos pasos. Nazarenos, banceros, turistas, todos querían agolparse frente al puente que sobrepasa el Húecar. No importaba el cobijo de la sombra. En ese mismo instante las gotas de sudor supuraban oración de entre los capuces de las hermandades.

Silencio sepulcral. Los últimos nazarenos, de un riguroso luto negro, cerraban las salidas desde la puerta de Valencia a las dos de la tarde. Algunos pasos, que no podían salir por las puertas del templo con su cruz, esperaban pacientes a que uno de sus banceros hiciera tal labor. En un silencio sepulcral aguardaron, los asistentes hasta que se colocó la Cruz y comenzó a sonar, La Muerte no es el final.  

Con la salida de la Virgen de las Angustias Cuenca enmudeció, viendo como tras la madre se alzaba una cruz con una sabana blanca, bordada con esmero para secar las lágrimas de los nazarenos.

Telas blancas al vuelo acompañaban en la subida a El Salvador el danzar de los banceros. Las tallas se mecían sobre el mar de lágrimas que derramaba la madre doliente, que vivía con el hijo el suplicio del Calvario, acompañándole en un últimos suspiros de vida, preparándose para el entierro.

Una vez más, en uno de los escenarios semanasanteros por excelencia, la iglesia de El Salvador. Las puertas de Miguel Zapata se abrían ante el paso de la hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía, que se acompañaba a su paso homónimo y a un cristo de marfil, reluciente. Encomendado al Padre, los Cristos ascendían por la calle de Solera dejando espacio a los hermanos del Cristo de la Luz  con sus pasos La Lanzada y su talla del Cristo de los Espejos.

Todas las tallas subían en dirección a la Plaza Mayor en un riguroso orden de acontecimientos que respetaba los acaecidos durante el Calvario. La Alfonso VIII se rindió a los pies de los pasos que avanzaron lentos, latentes, sobre la adoquinada calle. Cuenca se convertía en monte de dolor, de sufrimiento, de últimos alientos de vida.

Descanso de banceros. Una vez llegados a la plaza, se realizó la estación de penitencia. Los banceros descansaron de la dura subida. Cruzando los arcos iban entrando las sagradas imágenes al sonido de las bandas de música que les acompañaban. La Banda de Trompetas y Tambores en compañía de la hermandad del Cristo del Perdón y del Cristo de la Agonía, por otro lado los taranconeros acompañando a Las Angustias. La Banda Municipal de Música de Osa de la Vega acompañaba a los nazarenos del Santísimo Cristo de la Luz, y la banda de Yatova. Por último la Escuela de las Mesas en compañía del Cristo de la Salud.

Tras un breve descanso y con las fuerzas repuestas, todas las hermandades se dispusieron a descender hacia el centro de Cuenca. Los banceros portando las crucifixiones de Cristo y mirando hacia San Antón desfilaron al sonido de las horquillas.

El coro del conservatorio de Música cantó, como viene siendo tradición, el Miserere durante el descenso de la procesión. Las ilustres tallas del Santísimo Cristo de la Luz se contagiaban del sentimiento. A la salida del canto semansantero conquense, sonaba el Longinos de Fernando Geda interpretado por la Banda de las Mesas. Dejando a Cuenca sin aliento, delineando en la bajada de Palafox, las tres cruces blancas del cerro de la majestad se hicieron una con Cuenca y su Semana Santa mientras lloraban la penitencia y muerte de Cristo Rey.

Imponentes, ocho cruces, desfilaron por la calle Carretería marcando el paso, siguiendo el ritmo, esperando pacientes a que la agonía, ya consumada, se llorará en la procesión de la noche.

Pasadas las siete de la tarde, atravesaban las hermandades la ciudad de Cuenca, como la lanza portada por los romanos. Una gran asistencia de hermanos acompañaban a las manos piadosas de las sagradas imágenes que bajaban sosegadas el cuerpo del hijo de Dios de la Cruz.

Pasadas las siete y media de la tarde, entraban en San Esteban las tallas de las hermandades del Santísimo Cristo del Perdón y del Santísimo Cristo de la Salud. Se despedía de este modo la Exaltación de su Cuenca, la que la arropó durante horas, la que la mimó en su bajada del Calvario.

Más luz, más pena. En un desfile más ligero, con una multitudinaria presencia de nazarenos se dejó entrever la llegada de la noche. El resto de las hermandades continuaron por la calle Las Torres, avanzando al sonido del tambor y la horquilla, meciéndose en ambiente nazareno, que llevaba fraguándose con un tiempo y una afluencia de público, digna de homenaje, desde el pasado Domingo de Ramos.

Los pasos cruzaron la Puerta de Valencia, lugar en el que esta estancia en el Calvario había comenzado a las doce y media del mediodía. La Real, Ilustre, y venerable Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias se retiró del cortejo procesional entrando en la iglesia conventual de las RR.MM. Concepcionistas Franciscanas. El resto de las cofradías, con sus homónimas tallas prosiguieron su marcha hasta su sede, la parroquia de El Salvador.

Pasadas las ocho de la tarde, se recogía el Santísimo Cristo de la Luz, dando por finalizada la procesión, esperando que desde la catedral se enterrará al señor.

Lo que había comenzado a las cinco y media de la mañana en la parroquia de El Salvador terminaba en la media tarde del viernes en su mismo punto de partida, con más luz, más pena pero a su vez mucha más fuerza. Cuenca enterraría al Mesías, viviría el luto del Sábado Santo y vería resurgir como en la melodía de un desfile procesional, al Cristo Rey de entre los muertos.