No es extraño que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tenga que desdecirse de sus palabras, generalmente lanzadas desde los impulsos que tiene el mandatario. Sin embargo, ayer resultó cuanto menos curioso que en un plazo de menos de 24 horas pasase del negro al blanco con su anfitriona, la primera ministra británica, Theresa May, a la que inicialmente criticó con dureza por sus planes sobre el Brexit y después elogió por el mismo asunto.

En su encuentro con la premier, el republicano aseguró que «haga lo que haga» la dirigente con respecto al divorcio de la UE, «estará bien», siempre que Londres pueda seguir comerciando con Washington. Así, le agradeció su «búsqueda de un comercio justo y recíproco con Estados Unidos». «Apoyamos la decisión del pueblo británico de tener un Gobierno totalmente autónomo y veremos cómo va. Una negociación muy complicada», aseveró. 

Pero sus palabras llegaron después de una entrevista con The Sun en la que el estadounidense amenazó con hacer fracasar un acuerdo comercial bilateral si el Reino Unido sigue manteniendo demasiados vínculos con la UE y en la que afirmó que él mismo le dijo «a Theresa May cómo debería» llevar las negociaciones del Brexit, pero que ella no le hizo caso.