Doy fe

Leo Cortijo
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Carlos de la Haza

Doy fe - Foto: Reyes Martí­nez

Carlos de la Haza termina de empaquetar cosas. Después de 40 años de ejercicio profesional –28 de ellos en Cuenca– este notario de raíces madrileñas pero conquense de sentimiento y corazón, se jubila. Su despacho es lo último que se recoge. Las paredes las decoran estanterías repletas de libros de Derecho y varias pinturas. El realismo figurativo de Robles Muñoz y Renedo, por ejemplo. Aunque el cuadro que más cariño le despierta es uno que firma su propia madre, Pilar Guijarro. La habitación la preside una robusta mesa de madera de nogal, de la que emana indivisible un sillón de piel que luce solera.

En este bonito escenario ha estampado su firma en decenas de miles de documentos. «¿Quién sabe?», se pregunta. Entre 80.000 y 100.000 se atreve a aventurar... pero todos con pluma. El bolígrafo es para cosas menores. «La pluma es la que da la solemnidad».

No es fácil decir adiós después de tantos años. De hecho, lleva tiempo pensando que llega el final y sabe que «en algún momento lo voy a echar de menos». La pregunta del millón: ¿Y ahora qué hago? «Hay gente que me dice que lo voy a pasar mal, pero yo creo que voy a estar muy tranquilo y conforme porque son muchos años de brega». No en vano, ya ha hecho planes. Y se reencontrará con viejos amigos, como la lectura o la música. También ansía levantarse y no tener una agenda pautada. «Quiero tomarme un café con un conocido a media mañana o acudir a un concierto a media tarde», por ejemplo.

40 años. Se dice pronto. «¡Y qué rápido se han pasado!». El camino no fue fácil, aunque Carlos lo desmitifica todo. «Con las oposiciones hay mucha leyenda, es cierto que son fuertes y que hay que trabajar, pero tampoco se trata de renunciar a nada», argumenta. Entre carrera y oposiciones, dedicó 12 años al estudio. Con el poso que le otorga la experiencia, ofrece un único consejo a todos esos futuros notarios que ahora cantan temas en busca de una plaza: «Hay que organizar bien tanto las horas de estudio como las de descanso». Tan importante es una cosa como la otra.

Cuatro décadas de cara al público también sirven para comprobar la evolución de la sociedad, y como ésta ha cambiado su percepción hacia la figura del notario. Otrora, poco menos que una eminencia o excelencia. «Eso ya ha pasado a mejor vida», dice. «Aunque rendimos una función importante a la sociedad, esa especie de consideración social hacia el notario ha cambiado mucho, y he notado el cambio desde que empecé hasta el día de hoy». Ahora bien, en la medida que eso supone un acercamiento con la gente, «resulta hasta positivo».

Carlos saca a colación una simpática anécdota que sirve para bajar a la tierra a aquellos que, como él, se han encargado de dar fe. Y todo, «para que veas la poca memoria que puedo llegar a tener». Cuenta que un día acudió una mujer a firmar una escritura y que cuando le pidió el DNI vio que tenía un nombre rarísimo. Él le dijo que ese nombre no lo había oído en su vida, a lo que ella contestó que eso mismo ya se lo había dicho hace tres meses cuando fue a firmar otro documento.

En tantísimos años de profesión, este notario acumula infinidad de chascarrillos de lo más variopintos. «No me he aburrido en absoluto», explica. Y no es para menos. «Me han venido a consultar hasta la factura del teléfono y les he dicho que yo tampoco la entiendo...». Ahora bien, la palma se la lleva un joven que le pidió que le escribiera una carta de amor a su novia.

Pocas cosas han aguantado durante estos 40 años. Solo dos. Una navaja que le regaló un banco ya extinto que solo utilizó para desgrapar documentos. Y, sobre todo, algo que siempre guardó y no usó por miedo a romper, «porque soy un manazas»: una Montblanc que le regaló su hermana melliza cuando aprobó. Un recuerdo que fue, es y será siempre muy especial. Y ahora soy yo el que da fe de ello.