Hay una máxima futbolística que dice que la mejor defensa es un buen ataque. Que se lo digan a Guardiola y Ancelotti. Simeone, por el contrario, cree que la mejor defensa es una férrea defensa. Son conceptos y estrategias diferentes. Lo que vale para el fútbol vale para la política. Pedro Sánchez es un experto en atacar cuando le toca defenderse. Incluso cambia las reglas del partido cuando se está jugando, de forma que el rival siempre corre detrás del balón, pero sin poder tocarlo. Hasta se atreve a interrumpir el partido y reanudarlo en otro lugar, como ha hecho tras su gira europea, primer tiempo, para jugar el segundo en el Valle de los Caídos, sin rivales. Todos sabemos que eso no se puede hacer, o no se debe, pero si el árbitro se distrae o lo ha puesto él mismo, para el contrario es complicado jugar con honor y limpieza. Nadie se aprovecha de las reglas, las retuerce y se ríe del Comité de Competición como Pedro Sánchez. Al PP le falta estrategia y por eso siempre va detrás. Los espectadores querrían saber a qué juega y si tiene equipo e ideas para ser el nuevo líder, pero, de momento, juega sólo a la contra, siguiendo el ritmo que le marca Sánchez.
Pero no todos son maestros en la impostura ni tan inteligentes en la estrategia como Sánchez. Muchos de los suyos no se distinguen por eso. Ni siquiera, algunas veces, el propio Sánchez. El presidente no ha elegido a los mejores ministros, ni siquiera a alguno que le pueda hacer sombra, sino a los más disciplinados y leales. Tiene "hooligans" como la ministra Montero, capaz de saltar en las tribunas incluso cuando han perdido el partido. Tiene asustadores profesionales, como Óscar Puente, que maneja la palabra como si fueran los tacos de las botas directos al menisco del contrario. Y tiene otros que han cambiado de estilo y hacen el juego sucio o se esconden y dan leña casi sin que se les vea, como Marlaska. El fiscal general del Estado es, en ocasiones, el jugador número doce. Pero éste salta al campo, de manera que su equipo juega con uno más, y frena cualquier avance del contrario. A veces hasta se queda el balón y no lo pone en juego. Un buen ataque descubre las carencias del contrario. Un mal ataque revela las tuyas. Lo ha hecho el Gobierno -presidente, vicepresidentes, ministros- y sus socios atacando a jueces y periodistas y poniendo en riesgo el Estado de derecho y las libertades de expresión y de información. Lo han hecho atacando a empresas y empresarios, entre ellas Ferrovial e Iberdrola, incluso a Amancio Ortega, señalándolos ante la sociedad. El último episodio, por ahora, lo ha protagonizado la ministra de Sanidad, que se ha referido públicamente al "triángulo amoroso entre la presidenta de la Comunidad de Madrid -por la que siente un afecto descriptible- a su novio y al Grupo Quirón", una de las mayores empresas sanitarias de España a los que acusa veladamente de "privatización obscena de la sanidad" y, más veladamente aún, de corrupción.
El Grupo Quirón presta sus servicios, de excelente calidad en términos generales, en numerosos lugares de España, tiene una larga experiencia y trayectoria, ocupa a miles de excelentes profesionales y, casualmente, el Gobierno central gasta en sus servicios quince veces más que el de la Comunidad de Madrid. Esta ministra de Sanidad, que no ha hecho, como prometió su antecesor Salvador Illa, un análisis de lo que sucedió en la pandemia del COVID ni un plan para cuando llegue otra, que calla ante la corrupción de las mascarillas y los casos Koldo, Ábalos o los presuntos contactos de la esposa del presidente, y que dice que siempre actúa desde el rigor, ataca zafiamente a otros. Un mal ataque revela que lo que tiene es una defensa que hace aguas. Y no sólo ahora, todo esto viene de antes. Tiene que haber, hay otra manera de entender la política y de hacerla.