Servicio al público

Leo Cortijo
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Casi medio siglo pertrechado con la bata blanca es tiempo más que suficiente para elogiar la trayectoria del doctor Atilano Izquierdo. Un dato avala ese fructífero camino, 3.500 caderas operadas... y ahí sigue al pie del cañón.

Servicio al público - Foto: Reyes Martínez

Familia y traumatología. He ahí la cuestión, que diría aquel. Esos son los dos pilares vitales del doctor Izquierdo, un entusiasta e incombustible médico salmantino de nacimiento y conquense de adopción. ¿Después de casi medio siglo al pie del cañón quien no conoce a Atilano? Ya ha llovido desde que allá por 1974 desembarcara desde tierras charras. Un compañero de carrera y amigo, el doctor Elías, le animó a venirse a Cuenca para cubrir una plaza vacante. El de Cabeza de Béjar dio el paso al frente y aquella decisión le cambió la vida. 48 años pertrechado tras la bata blanca y con el fonendoscopio a cuestas representan un bagaje más que suficiente para calificar la trayectoria de este sensacional especialista en traumatología y ortopedia.

Toda una vida dedicada a una profesión, por la que siente auténtica «pasión». «Me encanta y como puedo hacerlo, aquí sigo»... y es que eso es lo más llamativo de todo. Atilano, a sus 76 años, se niega a jubilarse. Abandonó la sanidad pública cuando alcanzó las 65 primaveras y especialmente desde entonces se enfocó hacia la privada. ¿Por qué? porque no puede parar, porque le gusta lo que hace. ¿Hasta cuándo? «Hasta que el cuerpo aguante» y los pacientes sigan pasando por su consulta, esa que periódicamente pasa derrochando «cercanía».

Éste es uno de los grandes 'secretos' de Atilano. «Hay gente a la que le gusta hablar y escuchar, y como no tengo ninguna prisa, estoy el tiempo que haga falta», explica con una sonrisa para justificar que es «vital» el trato cercano con los pacientes. «Eso es algo que a los médicos de mi generación nos metieron en vena… la medicina al fin y al cabo es un servicio al público», remata al respecto. Con estos ingredientes para elaborar todas su recetas no le ha ido nada mal. De hecho, un año antes de jubilarse en la pública, le dio por hacer un recuento de las caderas que había operado y «ya me salían casi las 3.500». 

Se dice pronto... A eso hay que sumarle infinidad de fracturas, esguinces y roturas de distinto calado en otras partes del cuerpo. «Entonces no era como ahora que hay una superespecialidad» –reconoce– «y hacíamos prácticamente de todo». Por si fuera poco, el doctor ha compaginado su quehacer en el hospital o en las clínicas con su gran afición: la tauromaquia. No se asusten, no fue torero... al menos que sepamos. Lo que sí hace es prestar atención sanitaria en multitud de festejos taurómacos, tanto en corridas de toros como encierros. No en vano, ha sido uno de los encargados de comandar el servicio médico de la plaza de toros de Cuenca. Este año, para no retrotraerse mucho tiempo atrás, explica que ha ido a un «montón de pueblos» porque ha habido un «desbordamiento de festejos».

Atilano no solo se desvive por su trabajo, también por su familia. Es el segundo de sus pilares, recuerden. Y en este capítulo también ha triunfado. Logró calar el sentimiento de la traumatología en su hija, Ana Dolores, que camina sobre las huellas de su padre. De hecho, dice que alguna vez le «echa una mano» en alguna de las intervenciones quirúrgicas en las que participa. Su hijo, David, es técnico de rayos, y aunque por un sendero algo distinto, también encauzó su vida como profesional de la sanidad. Al final se puede decir que de tal palo tal astilla. Aunque eso sí, igualar la carrera profesional del doctor Izquierdo es mucho decir... No está al alcance de cualquiera.