Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Nos siguen necesitando

27/05/2022

En cuestión de horas aprendimos que Mariúpol estaba en la región de Donetsk, que Odesa era la perla del mar Negro y que, en Kiev, la capital, no es difícil encontrarte a algún ucraniano que sepa hablar español. A la inversa, es insólito. Nos interesamos por las fronteras de un país como no lo habíamos hecho desde que, en el colegio, recitábamos los límites de España junto a las características de los ríos o el reparto montañoso. Polonia, Eslovaquia y Hungría al oeste, Rumanía al suroeste, Moldavia al sur… ¡Es una guerra a las puertas de casa! Yemen, Afganistán o el Congo pillan tan lejos que nuestro subconsciente pacifista y acomodaticio nos había hecho creer que los escenarios bélicos eran cosas del pasado y que habíamos aprendido lo suficiente para que no se volviera a repetir.  
Se han cumplido tres meses de invasión rusa en Ucrania y hace ya muchas semanas que este conflicto se ha normalizado. Las bombas siguen cayendo, continúan muriendo soldados y también civiles y la destrucción es imparable, pero el ser humano no es capaz de vivir -ni, por tanto, sufrir- dentro de una permanente atención por el dolor ajeno. Siguen siendo los mismos hermanos que nos hicieron ver que algo parecido puede pasarnos a nosotros; son los padres, los abuelos, los amigos de esos niños refugiados que, junto con sus madres, hemos visto llegar a las puertas de nuestras casas; pero la conmoción inicial ha tornado en una somatización que, en definitiva, mantiene más tranquilas nuestras conciencias.
Esa falta de atención -no solo mediática- por la guerra en Ucrania la pueden cuantificar bien las organizaciones que se encargan de la atención a los refugiados que han llegado a España. Toda esa ola de solidaridad espontánea inicial ha mudado hasta casi desaparecer. En cambio, de forma proporcional, el aumento de las necesidades es imparable. Falta ropa, comida y ayuda económica para toda esa gente que ha venido casi con lo puesto. En todo este tiempo, se estima que han llegado a España 134.000 ucranianos, de los que la mitad se habrían acogido a la orden de protección temporal. Son las cifras oficiales que, seguro, difieren de la realidad.
Los de siempre en este campo, los que llevan décadas trabajando con refugiados como ACCEM, Cruz Roja o CEAR son los que han seguido ayudando con el mismo sigilo con que empezaron, a pesar del ruido inicial que muchos trataron de aprovechar incluso para aliviar el peso de la conciencia. Cierto es que muchas familias mantienen esa acogida en su vivienda particular, siendo también una voz autorizada capaz de reflejar la progresiva desatención generalizada de esta guerra y de sus consecuencias. Y en cuanto al papel de la administración, hay temor a que la retirada de los focos y de los posados haga reducir ese apoyo que sigue siendo tan necesario como al principio.
No es algo que a las ONGs les pille de nuevas. Lo han vivido muchas otras veces y saben que forma parte del ser humano. Por eso, advirtieron durante las primeras semanas de invasión de que cualquier intento de ayuda era bienvenido, pero siempre coordinado para que no fuera una llegada sin control que impidiera una atención adecuada. Nadie está en la cabeza de Putin ni de los actores internacionales a los que parece que les interesa que esta guerra no llegue a su fin. Y, en medio, una vez más, los que no tienen voz ni capacidad de decidir, los que se quedaron allí o los que huyeron a países como España y que nos siguen necesitando tanto como al principio.