Editorial

El desafío de lucha contra los incendios de sexta generación

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El fuego en Gran Canaria ha comenzado a remitir y ya se empieza a hacer balance de daños. La catástrofe medioambiental no tiene precedentes en la isla. Los últimos cálculos cifran la superficie quemada en 10.000 hectáreas, con un perímetro de afección de 112 kilómetros, una extensión similar a la que ocupa una ciudad como Barcelona. Más de 1.000 personas han trabajado sin descanso en el peor siniestro forestal en España desde 2013. Hasta 21 aeronaves han trabajado conjuntamente para tratar de sofocar unas llamas que en algunos puntos alcanzaron los 50 metros de altura. Como suele ocurrir en estos casos, el estupor inicial ha sido sustituido progresivamente por la búsqueda de explicaciones.

Los técnicos ya han empezado a calificar esta tormenta de fuego que ha quemado el siete por ciento de la superficie de Gran Canaria como un incendio de sexta generación, un término que se asoció a los últimos registrados en California y Portugal y que hasta ahora aún no habíamos visto en España. Son más rápidos y virulentos. El fuego supera una velocidad de 4.000 hectáreas por hora, entre seis y 12 veces la velocidad de uno normal. La masa de combustible es tan grande que el fuego llega a modificar las condiciones meteorológicas, crea remolinos y tormentas. Además, como ha ocurrido en este caso, superan la capacidad humana y material de las labores de extinción.

Ingenieros, bomberos forestales y ecologistas alertan de que las consecuencias del cambio climático -aumento de las temperaturas, de la frecuencia de las olas de calor, descenso de las precipitaciones-, sumado al abandono del mundo rural y de los aprovechamientos que tradicionalmente se hacían del monte ha dado lugar a bosques que no están preparados para esos incendios forestales más intensos, más virulentos y más difíciles de extinguir. El cambio climático no prende el bosque, pero explica que el monte viva con estrés hídrico, con un paisaje muy inflamable. El agravante principal es la acumulación de maleza y troncos secos a causa del descuido de los campos y bosques, materias que son gasolina que magnifica el fuego y lo hace incontenible. Y a eso se suma la gestión actual de la lucha contra los incendios forestales, que sigue enfocada en la extinción, en lugar de en la prevención. Los sistemas de extinción ya no pueden enfrentarse como antes a estos grandes incendios. Hay que dar una vuelta de tuerca más, y eso pasa por ayudar a los bosques a cambiar. 

Hay que exigir valentía a los responsables políticos para cambiar de forma radical la forma actual de afrontar los incendios porque las condiciones climáticas no nos lo van a poner fácil. Ante este nuevo escenario, los expertos en la lucha contra los incendios señalan cuál debe ser el camino. El abordaje de esta nueva realidad no pasa por aumentar los recursos destinados a la extinción porque no se apagarán con más hidroaviones. La solución pasa por gestionar el paisaje, para que sea más resiliente, menos inflamable.