Identidad y corazón

Leo Cortijo
-

Kadon es la impronta, los vestigios, la huella… la materialización física y palpable del camino recorrido en forma de sueño, a nivel vital y profesional, por el gran Enki.

Identidad y corazón - Foto: Leo Cortijo

La génesis de todo es un cuento infantil con un protagonista muy particular. Su abuelo materno, Teo, se lo contaba cuando era un niño y hasta lo guarda como un tesoro escrito de su puño y letra poco antes de fallecer. Desde el cielo contempla ahora orgulloso la obra del nieto, Enki, que ha utilizado precisamente el nombre del personaje principal de esa breve historieta para niños para bautizar al espacio gastrocultural que acaba de abrir en la calle de los Tintes: Kadon. Y es que hasta eso, el nombre, tiene gusto. Como todo lo que rodea a este nuevo puntal de la oferta hostelera de Cuenca.

Todo en Kadon llama la atención. Basta un primer vistazo para darse cuenta de que nada está escogido al azar. Todo tiene un porqué. Su leitmotiv existencial habla de un establecimiento otrora puntero en la ciudad que ha vivido una especie de renacer, con tintes distópicos, en el que la naturaleza ha campado a sus anchas y donde un excéntrico viajero ha llenado todos los rincones de este nuevo hábitat con los recuerdos que ha atesorado de sus mil aventuras. Una nueva oportunidad para el paladar y para el resto de sentidos, pues Kadon no solo se saborea, también se escucha, se ve, se toca... Kadon se siente.

La carta, que alimenta con solo leerla, es un viaje por el mundo. Visitar Asia, Sudamérica o el Viejo Continente es posible sin moverse de Cuenca. Desde unas gyozas chinas rellenas de pollo con salsa de soja ahumada, hasta un pretzel alemán relleno de codillo desmigado y chucrut, pasando por un cebiche de corvina peruano o empanadas argentinas rellenas de carne de vacuno con chimichurri. Sin olvidar, por supuesto, el guiño a la cocina más cercana, eso sí, con un toque propio. El morteruelo, el ajoarriero, los zarajos y las migas ruleras alcanzan otra dimensión.

Y eso, la identidad propia, es el hilo argumental de Kadon. Un «concepto distinto» en Cuenca, defiende Enki, alma máter del proyecto arropado por Borja, Javier e Iván. Tras 17 años en la hostelería, por fin siente que tiene la 'criatura' que siempre había deseado. La suya es una historia de superación. Su piel, en forma de tatuajes, habla de ese camino que le ha llevado a defender a capa y espada «el sueño» en el que creía y que ahora ha visto materializado. «No hay nada peor que trabajar en la hostelería y que te guste», apunta con una sonrisa de oreja a oreja. Y es que él es de esos que vive con pasión lo que hace… y se le nota en la cara, por cierto. «Disfruto cuando un cliente viene y se va contento», remata como meta espiritual.

Kadon no es solamente un sitio donde comer muy bien o pasar un buen rato con amigos. Además de eso, este amazónico enclave, vergel de buenas ideas y mejores sentimientos, cuenta con otros dos espacios bien diferenciados. Una pequeña biblioteca sin libro de registro donde uno deja o toma prestado, y una sala de exposiciones en la que la intención es posicionarse como refugio de artistas. Han abierto fuego, por cierto, gracias a una colaboración con la galería Zóbel, que les ha cedido una serie de cuadros de Emilio Cárdenas.

Kadon es la impronta, los vestigios, la huella… la materialización física y palpable del sendero recorrido, vital y profesional, a veces con algunas piedras en el camino, pero todas superadas. Las cicatrices de unas heridas que no han hecho flojear al bueno de Enki, dios sumerio de la sabiduría y señor de la tierra, sino todo lo contrario. Ese bagaje ha dibujado un espíritu guerrero de causas justas. «Si me pongo, lo hago lo mejor que puedo y no escatimo ni una gota de sudor», reflexiona el hostelero consciente de que lo último que saldría de su boca tras esta aventura sería un «podía haber hecho algo más». Una forma de ser y estar que deja ver a su vez un gran corazón y eso, precisamente, es Kadon. Puro corazón.