Editorial

Las presidenciales francesas y su mensaje al resto de Europa Occidental

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Las elecciones presidenciales francesas han devuelto a la República al escenario que ya se vivió en 2017, cuando un joven centrista proveniente del socialismo se impuso a Marine Le Pen, candidata de la histórica ultraderecha que fundó su propio padre hace medio siglo, obteniendo dos de cada tres votos en la segunda vuelta. Emmanuel Macron se enfrenta al mismo reto el domingo 24, pero ya no lo hace como el joven 'tecnócrata' de educación elitista que se retractó de su militancia en la izquierda, sino como uno de los líderes más relevantes del mundo actual. Eso sí, carga con la erosión de un Gobierno que no ha esquivado reformas de difícil digestión y ha comprobado la fuerza de la calle en reiteradas ocasiones.

El proceso ha sido también la tumba de los dos partidos sobre los que se ha vertebrado la política francesa desde el final de la II Guerra mundial. Los Republicanos (asimilables al Partido Popular) y los socialistas. Ambos obtienen un respaldo pírrico mientras el centro aglutinado en torno a Macron y la opción radical de Le Pen pugnan, con la izquierda populista, que a punto ha estado de colarse en la segunda vuelta, como testigo de excepción.

Las presidenciales francesas, en definitiva, dejan alguna enseñanza sobre la que España debería tomar buena nota. Porque su elección final, producto de un sistema que obliga a manifestar a los ciudadanos lo que desean (primera vuelta) y lo que no desean (segunda vuelta), va mucho más allá de situar a Le Pen al frente de una potencia nuclear con un PIB que duplica al español y tiene asiento en el G-7 o dar cinco años más a Macron. Se trata de decidir, por ejemplo, entre la refundación europea que propone el primer ministro, enrolado en la tarea de relanzar el proyecto de la Unión, o la 'eurofobia' de Le Pen. Entre la unidad de acción y pensamiento demostrada por la práctica totalidad de las democracias occidentales por la invasión de Ucrania o la discordancia representada por el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, principal aliado de Le Pen en el foro político europeo. Y son ejemplos.

Los intentos por emular el centro liberal que hoy representa Macron han fracasado estrepitosamente en España tan pronto como sus representantes tuvieron ocasión de adoptar decisiones trascendentes. Ese espacio es el que ansía conquistar ahora Alberto Núñez Feijóo para devolver al PP el mando de una España que también ha mostrado a sus dos grandes partidos ómnibus, PSOE y PP, que la atomización del voto no solo es una opción, es una realidad y puede determinar el futuro del país como ya lo está haciendo en varias comunidades autónomas. El 24 vota Francia, pero el escrutinio trascenderá fronteras.