Discreción al volante

Leo Cortijo
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Julio lleva 16 años al frente del coche que transporta a los alcaldes de aquí para allá. Pulido, Ávila y Mariscal en su momento y ahora Dolz confían en su destreza para llegar siempre en el momento justo.

Discreción al volante - Foto: Reyes Martínez

Sus manos han conducido el volante del coche oficial de cuatro alcaldes de Cuenca. Francisco Pulido, Juan Ávila, Ángel Mariscal y Darío Dolz conocen la sensación de que Julio sea el encargado de llevarles desde un punto a otro de la ciudad especialmente, pero también fuera de ésta. No en vano, atesora en su haber 16 años como chófer de los regidores locales, que se dice pronto. Un cometido solo al alcance de muy pocos y fruto de sentir «pasión» por hacer lo que hace.

No ha parado desde los 14 años, cuando empezó a trabajar. Como empleado del Consistorio ya cuenta 33 primaveras, primero como ordenanza y después como conductor. «Un buen amigo y una bellísima persona», Joselino, le dio la «alternativa». Cuando este señero conductor municipal estaba solo, le ofreció formar dupla con él y empezó a trasladar concejales, hasta que Joselino se jubiló y él pasó al primer escalón.

Los compromisos del que porta el bastón de mando son los que son... un no parar. Mañana, tarde y noche. «La agenda del alcalde no tiene ni hora ni días», avisa. «A veces sales con el tiempo justo y otras vamos más sobrados», recalca, pero «lo importante es no llegar nunca tarde». Desde que amanece y hasta que oscurece, actos, eventos, entrevistas, inauguraciones, reuniones... se jalonan a lo largo y ancho de la hoja de ruta del primer edil, y siempre o casi siempre –a no ser que vaya caminando si son distancias cortas, que suele ser de forma habitual–, allí está Julio.

Muchas veces se sale de Cuenca, especialmente a Madrid y Toledo, pero también a buena parte de las ciudades Patrimonio al pertenecer al grupo que las aúna. En esos casos, dice el chófer, las «esperas» se hacen menos costosas, pues si son largas permiten conocer la ciudad de destino y «hacer amistad» con otros conductores de coches oficiales. Ahora bien, en muchas ocasiones, si el viaje es demasiado largo, compensa que el alcalde vaya en AVE o en avión si es al extranjero.

El trecho más largo que Julio ha recorrido transportando a algún regidor fue a Cádiz, con Mariscal, para inaugurar un congreso en el que Cuenca participaba. Y con Mariscal, precisamente, vivió uno de los peores momentos en su quehacer como chófer. Hace cuatro años, venían de Albacete y a la altura de Sisante había caído una tromba enorme de agua. En un punto negro de la autovía donde suele acumularse la lluvia, «el coche hizo aquaplaning y estuvimos patinando un rato». El vehículo se declaró siniestro total, pero ellos salieron ilesos, afortunadamente. La destreza y la pericia de Julio al volante evitó un mal mayor. 

Esa es una de las cualidades que cualquier chófer debe tener. Ya sea conduciendo un autobús con 50 niños, un camión cargado con mercancías peligrosas o un taxi con una pareja como viajeros, el encargado de pilotar los mandos de la nave tiene que saber muy bien lo que se hace. Julio es uno de esos casos. Pero además él suma un atributo extra, y es una total y absoluta «discreción». Por razones obvias, nada de lo que se habla en ese coche tiene que salir de ahí. «El chófer del alcalde tiene que ver, oír y callar», afirma convencido, y es que «para eso me nombran personal de confianza».

Así ha sido con Pulido, Ávila y Mariscal y está siendo con Dolz. Esa es una especie de primer mandamiento que Julio lleva grabado prácticamente a fuego. Cuatro legislaturas a sus espaldas le contemplan, aunque por delante solo espera –en principio–, una más. Tiene 58 años y la jubilación asoma a la vuelta de la esquina. Es consciente de que el final se acerca, aunque reconoce que no le importaría estar «más tiempo» porque, sencillamente, «estoy muy a gusto». Disfrutar haciendo lo que haces... ¿Qué más se puede pedir?