Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


En torno al Tajo

26/01/2023

Soy toledano de adopción, aunque manchego de nacimiento y culipardo hasta la muerte. Los veinte años que vivo en Toledo me han enseñado la hermosura de una ciudad que se despliega en versos, piedra y cielo. Vivo en el Casco Histórico de uno de los lugares más bellos del mundo y he sentido el privilegio de fundirme entre la Historia que desborda la comisura de cada uno de sus rincones. Cuando llegué, no entendía mucho. Como pasa con la vida, en general. Pero al correr de los años, contemplé, vi y aprendí lo que el río enseñaba a la ciudad. Al venir, escuchaba que Toledo había vivido a la espalda del Tajo. Era cierto, pero como todas las verdades de la vida, a medias. La hicieron vivir a la espalda, desde el punto, momento y manera que hipotecaron el río. No me gustan los discursos salvapatrias y mucho menos, egoístas. Entiendo que el Levante brame después de cincuenta años, pero también debiera comprender que la basura y la mierda no es para que bañe los siglos de Historia. El trasvase Tajo-Segura está mal planteado de inicio y fíjense si somos generosos, que si de algo ha servido todo este tiempo, nos damos por satisfechos. Pero ya no da para más. Se acaba el agua. Se agota el misterio. Y hay que buscar nuevos caminos. Que dure la huerta del Levante, pero quizá por otras vías, en otros momentos. La ciencia y tecnología están para algo. Pero no para esquilmar un río que muere lentamente, paso a paso y en silencio.
Salicio y Nemoroso se hubieran atado una piedra al cuello y se habrían arrojado a las profundidades del Tajo si hubieran visto de esta manera el río. Cuando bajo al puente de San Martín o al de Alcántara y bordeo el eterno meandro de España, un socavón se abre en el centro del alma. No es posible que el río que vertebra la Península, que nace en Albarracín y muere en Lisboa, se desangre a base de nada e inconsistencia. Yo les planteo a quienes dudan que vengan una tarde conmigo a caminar por la ribera. Y si son capaces de aguantar el lamento, el quejido y la herrumbre del río, entonces sí, entonces les compro el argumento. Pero mis hijos no tienen por qué morirse entre las carpas cuando no hay agua ni trasvase de la España seca a la España más seca.
Es solo una cuestión de número y estadística. Teresa Ribera, a la que dedicaré otro artículo cuando se certifique la muerte del automóvil por su culpa, acierta en esta ocasión. Si no llueve y no hay agua, es imposible que se gestione nada. Si de algo pueden sentirse orgullosos Page y Tolón, es de haber creado una conciencia lenta, poderosa, sensitiva en torno al río. No creo en batallas ni guerras y me dan fatigas. Pero si el Tajo sirvió para que sus aguas templaran el acero, no veo motivo alguno por el cual haya que secarlo.
Del Tagus primitivo a la hondanada que remite el propio término del Tajo, el río es la vida que nos lleva y lo poco que nos queda. Recuerdo incluso a Joaquín Benito de Lucas y las veces que escribió del río y su circunstancia. Desde Joaquín Costa, España sigue en lo mismo y no hay regeneración posible. Ahora se ha conseguido algo más, no mucho, pero algo más, hay que reconocerlo. Que se hagan cuenta y cargo. El alma y la esencia de España que es Toledo, estaba perdiendo su río. La peñascosa pesadumbre de Cervantes se secaba sin remisión. Trabajos como el de Eduardo Sánchez Butragueño y mucha más gente este tiempo, cobran ahora sentido. En tanto que de rosa y azucena, dejemos que el curso de los ríos lleguen al mar, que es su propio fin y no otro distinto.