Carlos Patiño, un conquense con una vida de película

Jesús Patiño Rubio
-

Detrás del éxito de quien fue Maestro de la Real Capilla en la Corte de Felipe IV y regencia de Mariana de Austria hay una vida digna de un guión cinematográfico. Descubrimos por qué se formó en la Catedral de Sevilla y no en la de Cuenca

Ermita de la Virgen del Amparo de Santa María del Campo Rus, localidad en la que nació Carlos Patiño. - Foto: J.P.

Ahora que están de moda los gurús políticos, en Cuenca tuvimos nuestro particular Iván Redondo en las filas de Felipe IV El grande, o El Rey Planeta, ese que todavía hoy en día otea el horizonte desde el pedestal de su estatua ecuestre de la Plaza de Oriente de Madrid, y al que se le atribuyen muchos errores de estrategia política y militar, pero en cuyo reinado tuvo lugar el Siglo de Oro de la cultura española. 

En plena crisis de la monarquía hispánica, se necesitaba de herramientas propagandísticas que mostraran al mundo que todavía seguíamos siendo el pueblo elegido por Dios, que no nos había abandonado por nuestros pecados (más bien los del Rey, al que se le atribuyen más de 30 hijos fuera del matrimonio) de ahí, por ejemplo, que se promoviera la canonización de un rey, San Fernando, o que se defendiera ante Roma el dogma de la Inmaculada Concepción. Los argumentos religiosos se convierten en políticos. 

Las composiciones polifónicas de Carlos Patiño jugaban un papel fundamental y a buen seguro servían para sobrecoger y elevar las almas de aquellos que se sentaban en la Capilla Real, un espacio de sociabilidad compartido con la devoción, en la que se encontraban «los grandes», los grupos de presión, los embajadores, o los predicadores, de los que el monarca tendría que escuchar sermones y críticas. 

La idoneidad de Patiño como Maestro de la Real Capilla le venía, por un lado, de su fervor hacia el culto mariano en un momento en el que España quería proyectar que contaba con el favor de la Virgen, y que adquirió allí donde dio sus primeros pasos musicales, en el Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción de Santa María del Campo Rus y, por otro lado, de su formación en Sevilla, el enclave económico y cultural más importante de Europa. 

Y ahí viene la madre del cordero; nada se sabe de la etapa que va desde su nacimiento (1600) hasta su recibimiento como seise en la Catedral de Sevilla (1612). «Lo lógico hubiera sido que fuese a estudiar el niño Carlos a Cuenca, pero no hay rastro de él en los registros de la Catedral», dice con resignación Danièle Becker en Las obras humanas de Carlos Patiño, edición del desaparecido Instituto de Música Religiosa de la Diputación de Cuenca. 

Nada se sabía hasta ahora, cuando descubro por casualidad unos expedientes en el Archivo General de Indias que lo explican todo, atribuidos por error a Santa María del Campo, en Burgos. Tanto Carlos como su hermano mayor Pedro pasaron sus primeros años de vida en Santa María del Campo Rus, hasta que sus padres los llevaron con ellos a Madrid. 

No debieron salir las cosas todo lo bien que pensaban, dado que poco después todos se trasladaron a Sevilla, y no para quedarse, sino para cruzar el charco. La familia había decidido solicitar embarcar hacia Perú, como criados del contador de las minas de Oruro de su Majestad, Don Diego de Villanueva Gibaja. 

Para la concesión del permiso debían probar que no tenían prohibido el pasaje a Indias, lo que se les facilitó desde su pueblo en forma de interrogatorio de testigos que manifestaron que el padre del maestro era descendiente, por una parte, de los Patiños de Los Hinojosos y Socuéllamos, «que son y fueron hijosdalgo nobles (…) y que como tales entraban en suertes de alcaldes de hijosdalgo». Y, por otra parte, descendiente de los Pozos de Cuenca, rama de la que desciende el doctor Pedro Magnés, prior del convento de Uclés.

En referencia a la familia de la madre, además de su limpieza de sangre, se informa de que es descendiente de hijosdalgo notorios de ejecutoria que tuvieron en Santa María oficios de alcaldes y regidores, y que procedían de los Chaves de la ciudad de Trujillo, en Extremadura. 

El permiso de la Casa de la Contratación de Indias para viajar a Perú se les concedió el 30 de junio de 1612, poco después de que Carlos Patiño fuera admitido como seise en la Catedral. Ese debió ser el motivo por el que los Patiño deciden quedarse en la ciudad hispalense, aunque la tranquilidad no les durará mucho. 

En1619 se produce la muerte de Inés de Chaves, madre del músico. Por esa causa, su padre, Pedro Patiño de Ulloa, decidió partir a Perú, esta vez como criado de Antonio Márquez de Guzmán. Necesitó probar únicamente su viudedad, para lo cual recurrió a testimonios de amigos, como lo fue el de «Cristobal Jareño, natural de la villa de El Cañavate, en el obispado de Cuenca». 

Nobles, pero con dificultades para echarse algo a la boca, seguro que con mucho dolor tuvieron que salir de Santa María del Campo Rus. En esa localidad se encontraban entonces en plena lucha por el poder entre bandos, una vez que se deshicieron del señor y las familias que lo sustentaban, y pasaron a depender de la Corona. Repitieron igual suerte en Madrid, y saltaron a Sevilla para desde allí hacerlo al Nuevo Mundo, en el que no llegarían a desembarcar juntos.

Puede ser que la soledad con la que luego lo hizo el padre y esa actitud por escapar de unas circunstancias hostiles, fueran premonitorias de lo que a Carlos Patiño le quedaba por vivir - y en lo que ahora no nos detendremos-, sobre todo a partir de la muerte de su mujer y la de sus dos hijos, y su ordenación como sacerdote.

Como ha ocurrido en otros casos, nos encontramos con un genio detrás del que se esconde una vida convulsa, aunque más que un destino inexorable, quizás es esa incertidumbre vital, y la duda constante, como decía Bertrand Russell, la que fructifica en creatividad e inteligencia, que en este caso nos ha dejado como legado la vibrante obra de música religiosa del que fuera el principal compositor español de la primera mitad del Siglo XVII y un hombre influyente de la Corte.