La pluma y la espada - Gutierre de Cetina

Los ojos claros del amor


El poeta humanista, nacido en la Sevilla del siglo XVI, vivió con intensidad su tiempo en el que convivieron la aventura, la milicia, las letras y el corazón

Antonio Pérez Henares - 13/02/2023

Gutierre de Cetina es hoy un poema, un madrigal, unos ojos claros, serenos, que han traspasado los siglos. Sus poemas figuran, y con razón, en todas las antologías poéticas, aunque sean las más selectas, exquisitas y reducidas a una decena de nombres de la lírica amorosa en lengua española. Y poco más se sabe y, tampoco, mucho más se conoce de él. Su famoso madrigal (poema breve) parece haber reducido toda su otra obra y hasta su propia vida.

Sin embargo, de ambas cosas hay mucho que contar. Fue poeta y humanista también. Un prototipo renacentista nacido en la espléndida Sevilla del siglo XVI, que vivió intensamente su tiempo, en el que no le faltó la aventura, el desempeño como soldado y la participación en hechos memorables, en lugares tan simbólicos como Italia, así como el lugar donde concluyó: en el Nuevo Mundo. En Puebla de los Ángeles, entonces Nueva España, México hoy, murió de la más galante y trágica manera que mejor podía cuadrar a su peripecia vital. Fue a manos de un rival por causa de una dama, casada, a la que requebraban los dos.

La fecha de su nacimiento en la capital hispalense sigue siendo una incógnita, entre 1514-1517, en plena efervescencia descubridora, no solo del Nuevo Mundo, sino de lo que a ello siguió. El descubrimiento del Pacífico, del paso del mar del Sur por parte de Magallanes; la vuelta al mundo de Elcano. Expediciones que iban a convertir a Sevilla en epicentro mundial. 

Hijo de hidalgo

Nació en el seno de una familia hidalga, su padre Beltrán de Cetina y Alcocer, era natural de Alcalá de Henares (Madrid), que se había trasladado joven a Sevilla y los nuevos tiempos le habían aumentado su riqueza y su poder. Resulta evidente que recibió una educación notable, tal vez en Valladolid, y que su gusto y afición a la lectura y la escritura fue patente desde su más temprana juventud. Hay constancia de su llegada a la Corte del Emperador Carlos V y sus buenas relaciones con algunos de los prohombres del momento más cercanos a él, particularmente los relacionados con los intereses, actividades, guerras, diplomacias y conspiraciones en aquella efervescente Península. 

El autor fue soldado a las órdenes de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico y participó en 1541 en la Jornada de Argel, que terminó en derrota española.El autor fue soldado a las órdenes de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico y participó en 1541 en la Jornada de Argel, que terminó en derrota española.Un tablero, aquel Mediterráneo, en cuyo tablero jugaban multitud de actores, sus poderosas repúblicas, Venecia, Génova, Florencia, el papado y Roma, el rey francés y los imperios, los Habsburgo españoles y el de los turcos otomanos. Era una continua batalla de hegemonía y poder donde las alianzas cambiaban día sí, día también. 

Por aquella época, contaba la religión, pero los intereses particulares y nacionales eran muy fuertes. Francia se inclinaba por el turco para enfrentar a España. Venecia y Florencia jugaban a pactar por su cuenta. Roma, tras aliarse con ellos, y los franceses contra España, llegó a ser asaltada y sometida a un terrible saqueo por el ejército imperial. 

Fuerte influjo de Italia

Era también la Italia del Renacimiento, de la resurrección del goce de vivir, de las artes, las letras, de los grandes poetas, escultores y pintores. Era el sitio donde el sevillano Gutierre de Cetina quería estar y donde recaló en cuanto pudo. Aunque sus hermanos, al amparo de su tío, Gonzalo López, contador general en la Nueva España, se habían instalado allí.  

Era un momento y un lugar en el que él cuadró a la perfección. Devoto del toscano Francesco Petrarca, y no menos de Garcilaso de la Vega, fue gran amigo de Diego Hurtado de Mendoza, embajador precisamente en Venecia y en Roma después. De Cetina era de parecido talante, gusto y aficiones, tanto literarias como mundanas y gozó de la protección y cercanía tanto del virrey español de la Lombardía, el marqués del Vasto, como del de Sicilia, Ferrante Gonzaga, así como del príncipe de Ascoli, Antonio de Leyva y del almirante Andrea Doria. 

El sitiado y defensa de Castelnuovo (1539), en el actual Montenegro, fue una de las gestas épicas y heroicas. El sitiado y defensa de Castelnuovo (1539), en el actual Montenegro, fue una de las gestas épicas y heroicas. Pudo tener el cargo de Contador en la armada y participó activamente en todo ello ganándose muy pronto un gran renombre en los salones, pero también en otras facetas, donde su saber estar y hacer diplomático y político le conllevaron mucha estima. Tampoco lo dejaron falto de enemigos. Participó en operaciones bélicas y estuvo en algunos de los combates navales claves de aquella pugna hispano-otomana por el control del Mediterráneo, en un momento en el que la ventaja caía del lado turco con los corsarios Barbarroja y Dragut, convertidos en almirantes otomanos señoreando los mares y aterrando las costas cristianas.

Durante su larga estancia en tierras italianas se sucedieron hechos militares como la derrota naval de la Liga Católica en Preveza ante las galeras turcomanas (1538). Fue testigo de la victoria y prisión de Dragut en Girolata (1540) al lado del sobrino de Doria, Giannettino, que mandó a aquella jornada a las naves cristianas. Dragut, tras estar preso y como galeote, fue rescatado cuatro años después por el propio Barbarroja, por tres mil ducados. Tras la muerte de éste, se convertiría en el almirante de la flota turca y la peor pesadilla cristiana hasta su muerte en el fallido intento de tomar Malta muchos años después (1565), ya en los prolegómenos de la Gran Victoria de Lepanto.

Entre los episodios de desastres, también hubo alguno tan épico y heroico como el del sitio y defensa de Castelnuovo (1539) en el actual Montenegro, que se convirtió en un símbolo y motivo de orgullo por el heroísmo demostrado y las tremendas bajas infligidas a los turcos. Por los 3.000 soldados de los tercios españoles al mando del maestre Francisco de Sarmiento que se enfrentaron a 50.000 combatientes turco y persas y 200 naves, entre los que se encontraban 4.000 jenizaros, la tropa de élite del imperio otomano. 

Desafío a Barbarroja

Barbarroja ofreció una honrosa rendición y salida con sus armas, pero se negaron y lucharon hasta el final causando al enemigo más de 20.000 bajas, entre ellos, la casi totalidad de los jenizaros (parte del ejército del imperio otomano con alto nivel de entrenamiento). Hubo un contraataque a la tienda del almirante otomano que se puso a salvo en una galera. Sarmiento y alguno de sus capitanes, entre ellos el bravo Machín de Munguía, apresados aún con vida, fueron decapitados por el propio Barbarroja que estaba furioso por el desprecio de éste ultimo, cuando le ofreció toda suerte de honores si se pasaba a su lado y se convertía al Islam.

El autor murió en Puebla de los Ángeles, entonces Nueva España, hoy, México, donde pervive esta inscripción. El autor murió en Puebla de los Ángeles, entonces Nueva España, hoy, México, donde pervive esta inscripción. El poema de Cetina en su honor, titulado A los huesos de los españoles muertos en Castelnuovo, se convirtió en un himno en su gloria, cuyas copias pasaban de mano en mano tanto en los fuegos de los campamentos como en los salones cortesanos.

Los pocos supervivientes fueron convertidos en esclavos, pero seis años después, una veintena, protagonizó una increíble gesta. Lograron huir de la fortaleza y palacio de Beskitas, residencia de Barbarroja, donde estaban presos, apoderándose de la galeota que iba a trasladar a su hijo y heredero Hasam a Argel, donde había sido nombrado gobernador. Lograron burlar a toda la flota turca, llegaron al golfo de Mesina y desembarcaron en tierra cristina el 22 de junio de 1545.

Cetina participó, y ello sí está documentado, -tras la caída de Castelnuovo-, en la operación con la que Carlos V intentó asestar un golpe a los corsarios atacando su gran madriguera, Argel. El objetivo era tomarla al igual que había hecho casi una década atrás con Túnez, que había sido ocupada por tropas españolas tras la victoria de Andrea Doria y el asalto final de la infantería. Pero esta vez, la Jornada de Argel (1541) fue un fiasco, aunque se aró una gran flota, en la que iba un ilustre conquistador como el mismísimo y ya maduro Hernán Cortés. 

Mal elegida la época, con tempestades azotando de continuo los barcos, desorden en el desembarco y falta de avituallamiento, el emperador hubo de dar orden de retirada sin conseguir nada y perdiendo un buen puñado de hombres y naves.

Gutierre permaneció en Italia hasta el año 1548 en que volvió a España, y desde allí partió hacia las Indias, estableciéndose al amparo de su familia en la Nueva España y fijando residencia en la ciudad de Puebla. Su influjo intelectual se hizo notar muy pronto en el virreinato, siendo el introductor de los nuevos pálpitos poéticos en el Nuevo Mundo y convirtiéndose en el más representativo y representados en el cancionero novohispano Flores de Baria Poesía, recopilado en México en 1577. 

Galante y trágica muerte

Fue allí en el año 1554 donde la muerte le vino a buscar. Sus requiebros enamorados a una dama casada, Leonor de Osma, fueron el origen de la desgracia. No fue sin embargo el marido el causante, sino otro rival celoso de él. Hernando de Nava, hijo del conquistador español y regidor de la ciudad, Bartolomé Hernández de Nava.

Dice una de las versiones, que esbirros pagados por su rival arremetieron contra él cuando se encontraba bajo la ventana de su amada. Otra explica, que en efecto fue a Cetina a quien hirieron y por encargo del joven Nava, pero que existió un error pues a quien pretendían matar era a un tal Peralta que le acompaña en aquel paseo y era quien galanteaba, y no él, a la dama. Y que Hernando era además y por contra amigo del hijo del regidor. En cualquier caso, sufrió graves heridas en la cara y aunque sobrevivió unos días, la mala atención médica que se le dispensó no le permitió salvar la vida. Descubierto el complot y aunque Hernando de Nava, disfrazado de fraile se escondió en un convento donde detenido, juzgado y pagó con su vida la muerte de Gutierre. Dada la trayectoria de Cetina en tales cometidos y sus precedentes italianos, uno se inclina más bien por la primera opción.

Aunque se le conocen algunas composiciones en prosa e incluso tuvo una obra teatral de gran éxito en Sevilla, Gutierre fue un poeta y es en el madrigal y en el soneto donde alcanzó su máximo nivel. Cultivó también el arte epistolar, que practicó con Hurtado de Mendoza, el considerado ahora como muy probable autor del Lazarillo. A don Diego también dirigió una larga epístola y se unió a aquellos carteos, que éste a su vez mantuvo con Garcilaso y Boscan. Sus versos, en concreto sus madrigales, y entre ellos famosísimo el de los ojos claros de su gran amor. El que lo ha hecho inmortal.