Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Egos heridos

03/05/2022

Hace años, incluso lustros o décadas, recogí información sobre todos aquellos que, de manera genérica, podrían agruparse en un colectivo que vine en llamar Músicos conquenses del siglo XX. Mi objetivo era, sin límites derivados de la posible formación recibida, ni menos aun de su edad u origen, recopilar información que me permitiese identificar a aquellos que, bien en aquellos momentos o con antelación, hubiesen jugado algún papel musical en Cuenca. Me daba igual que hubiesen nacido en Sebastopol o Palomera, que fuesen catedráticos o meros aficionados, que hubieran vivido toda su vida en mi tierra o solo un año. Si la música era una seña de identidad de su vida, y si de alguna manera habían compartido su pasión o profesión —sabido es que no siempre van unidas ambas características— en esta tierra y con sus gentes, me era suficiente. Así, me dirigí a todos aquellos que localicé y que podía encuadrar en dicho colectivo. Al margen de los muchos que se prestaron a colaborar, me encontré con reacciones de lo más diversas aunque previsibles en el ser humano y, además y para más inri, especialmente en aquellos que se creen tocados por el arte de la divinidad por el mero hecho de haber tenido ante ellos, en alguna o en muchas ocasiones, un papel pautado con fusas, tresillos o indicaciones agógicas. Así, algunos agradecieron la invitación, escusándose sin embargo por no considerarse merecedores de tal reconocimiento. Otros la despreciaron una vez que vieron que algunos de los artículos estaban dedicados a personas no tituladas en conservatorios cuyo nivel académico, a juicio de los despreciadores aludidos, no era comparable al suyo… ¡en ningún nivel!, les hacía notar yo, incluidos aquellos que tienen que ver con la sensibilidad, el amor al arte o la pasión por el mundo de los sonidos que se presupone que deben ser patrimonio de quienes viven la música de cerca. En esas lides la balanza daba un giro repentino y vertiginoso, no siempre a favor de los currículum vítae más nutridos. Los resultados fueron apareciendo semanalmente, en la revista Crónicas de Cuenca, hasta que esta desapareció víctima de la crisis del momento, llegando a alcanzar casi los dos centenares, publicados a doble página y todo color. Por razones varias, había dos colectivos que llamaban mi atención especialmente. Por una parte la de aquellos que, aun vivos en aquellos momentos, tiempo atrás habían desempeñado algún papel relevante en la música. Así descubrí a varios autores de himnos dedicados a Cuenca, a músicos señeros fuera de nuestras fronteras que en ese momento sufrían el olvido y la desidia, a verdaderos artistas que ya nadie recordaba y que un día habían dado muestras públicas de su verdadera pasión… y a grandes musicazos en activo. Por otro, me interesaban los jóvenes que en aquellos momentos se formaban y que ya apuntaban maneras dando a entender que el futuro sería suyo. Para localizar a los integrantes del primero de los colectivos, el hándicap residía en dar con ellos a través de sus familias, conocidos… algo laborioso, pero no imposible. Otro gallo cantó en el caso de unos pocos integrantes del segundo grupo. Ahí, el mayor y único problema se centró en el bloqueo que experimentaron sobre ellos sus profesores quienes, mucho más limitados artísticamente que sus propios alumnos, y siendo conscientes unos y otros de ello, les coaccionaron para no colaborar a fin de que, y reconozco que aquí dejo fluir mi parte más malévola, no alcanzasen ya de jóvenes el reconocimiento que ellos ni de adultos podrían soñar. Cuestión de egos y, quizá también, de inteligencia. Sabido es que el tiempo habla por sí mismo.
 

ARCHIVADO EN: Arte, Cuenca, Siglo XX