Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


A los cuatro vientos

08/04/2022

Siempre es oportuno recordar a Josep Pla: «Es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual, todo el mundo opina». La receta es directa pero no sencilla de revertir y para alcanzar el objetivo, incluso fuera del periodismo, no hay nada mejor que intentarlo.  
Después de la manifestación del 20M, el medio rural ha vuelto a recuperar su habitual modo silente. Da igual si en aquel domingo de marzo en Madrid fueron 200.000 o medio millón. El interés que se les ha prestado ha sido el mismo que hasta ahora: la indiferencia más absoluta, que es el mayor de los desprecios. Aunque en los pueblos tampoco esperaban otra cosa, no está de más recordarlo. Para no ahogarnos en el tono plañidero ahora que se acerca la Semana Santa y para no caer en los topicazos de la España vacía y vaciada -traducido, España vacilada y olvidada-, toca hacer parada en cualquiera de esos pueblos que se resisten a una muerte lenta.   
Es martes de un principiante abril que huele más a invierno que a primavera. Las heladas han dejado tocados a los almendros y al resto de árboles cuya flor ya habían aparecido. En cambio, el cereal es el icono de la robustez de estas tierras de Castilla y aguanta el verdor que le han regalado las últimas lluvias. En la vega del Tajuña, ese color tan vivo que tienen por estas fechas trigos y cebadas se mezcla con el marrón pálido de los barbechos.
En Valfermoso de Tajuña nos recibe el alcalde con la cabeza cubierta por un gorro irlandés con pinta de ser calentito. No sobra. Este pueblo de la Alcarria mantiene siempre las ventanas abiertas de par en par y el viento se cuela por cualquiera de sus rincones. Por algo a sus vecinos les dicen los revolaos. Situado en un cerro alto, en los días que vienen revueltos, el aire frío te corta el cutis. Literal.
Valfermoso tiene una de las grandes balconadas de Guadalajara. Te permite una visión de casi 360 grados y, si el cielo está medio despejado, se pueden ver hasta las cinco grandes torres de Madrid. Me recuerda a la ubicación de Fuentes de la Alcarria, donde puedes planear con la mirada por el valle del Ungría sin necesidad de drones ni otras moderneces. En este caso, el mirador se asoma al curso medio del Tajuña y a una vega rica y fértil.
Todas las ciudades y pueblos tienen un símbolo que sirve de referencia para el exterior. En Valfermoso presumen de un aljibe situado bajo el patio de armas de los restos de su castillo. Lo han glosado desde Layna Serrano a Herrera Casado, pasando por el historiador toledano Basilio Pavón Maldonado. Es una joya de la arquitectura hidráulica española y por su tamaño es uno de los aljibes más grandes de España, solo superado por el que hay en el Palacio de las Veletas de Cáceres.
El alcalde, David de Loro, junto a Alfredo García, encargado municipal y fiel escudero, nos enseña con entusiasmo este monumento que ha sido comparado con los mejores aljibes árabes. Es su primer mandato en el Ayuntamiento y nos cuenta -lo hemos comprobado al subir- que con el apoyo de la Diputación Provincial acaban de arreglar la carretera que sortea las cuestas para llegar al pueblo: 4 kilómetros con 101 curvas; también han solucionado los problemas de abastecimiento para que el agua llegue a los grifos con suficiente presión y tienen previsto acondicionar varias calles del municipio. El pueblo está de lo más pintón y uno ve con cierta envidia los pequeños logros que echa en falta en otros lugares, donde siguen viviendo de un lamento permanente y esperando a que otros solucionen su falta de diligencia.

El aljibe de Valfermoso de Tajuña es una de las joyas de la arquitectura hidráulica más imponentes de España»