Por extraño que parezca, hasta hace 25 años nadie había oído hablar de ningún huérfano llamado Harry Potter, ni de una escuela de magia Hogwarts, ni tampoco de un andén 9 y 3/4 escondido en la estación londinense de King's Cross. Nadie excepto la novelista J.K. Rowling y sus editores de la casa Bloomsbury, que el 26 de junio de 1997 publicaban el primer libro de la ya célebre serie literaria: Harry Potter y la piedra filosofal.
En este cuarto de siglo, el universo mágico de «el niño que sobrevivió» a Voldemort ha echado raíces en el imaginario de varias generaciones que desearon recibir, algún día, la carta de admisión a Hogwarts y poder cursar asignaturas como las de Pociones, Defensa Contra las Artes Oscuras o Encantamientos, con una varita hecha de pluma de fénix.
A día de hoy, todavía hay niños y adolescentes que crecen con ansias de encontrar esas cartas lacradas y con tinta verde y que se asoman por la tienda Minalima, en Londres, en el céntrico barrio del Soho, para ver ese y otros diseños que idearon Miraphora Mina y Eduardo Lima para las películas.
«Por mi cumpleaños pedí venir a Londres para visitar todas las tiendas de Harry Potter e ir a los estudios», cuenta la tinerfeña Lucía Jurado, de 15 años. Junto con su hermano Roberto, ha vivido la «experiencia increíble» de ver y tocar las diferentes cartas que reposan en la chimenea de la tienda. «Me he sentido como Harry Potter en su casa, nunca lo olvidaré».
Manuscrito rechazado
Hace 25 años, Alice Newton tenía ocho años y fue una de las primeras lectoras que evadió nuestro mundo ordinario, el de los «muggles» según la saga, para sumergirse en la historia de un huérfano con una extraña cicatriz en la frente que tiene que vivir con sus tíos crueles y dormir en la alacena debajo las escaleras.
Al empezar a leer, Alice quedó fascinada con los primeros capítulos que le dejó su padre, Nigel Newton, fundador de la editorial Bloomsbury, y su opinión fue determinante para que el manuscrito no terminara en un enésimo rechazo de publicación.
Y es que antes de Alice, hasta una docena de editoriales habían dado calabazas a J.K. Rowling, seudónimo de Joanne Rowling, y al manuscrito que había empezado a escribir en una habitación alquilada en el sur de Londres, mientras cargaba con el estigma de madre soltera y sobrevivía gracias a las ayudas sociales, sin saber que acabaría atesorando más de 850 millones de libras (989 millones de euros).