Ángeles en guardia

Agencias
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Militares de la Unidad Médica de Aeroevacuación están listos en apenas dos horas para movilizarse ante una emergencia que les obligue a trasladar a enfermos de COVID-19

Dos militares realizan un simulacro en la base de Torrejón de Ardoz con un helicóptero Superpuma. - Foto: Ricardo Rubio

Dos horas pasan desde que suenan los móviles de un médico, un enfermero y dos auxiliares del Ejército del Aire hasta que todos están listos para despegar rumbo a cualquier lugar del mundo para traer a España a un infectado por COVID-19, un enfermo grave o un herido. Son los militares de la Unidad Médica de Aeroevacuación (Umaer), que desde la base de Torrejón de Ardoz (Madrid) han tenido que despegar ya varias veces durante el estado de alarma para trasladar en helicóptero a un paciente crítico.

Los de la Umaer llevan activados toda la pandemia y han sido los encargados de garantizar la salud y la seguridad sanitaria en la evacuación de los militares infectados de coronavirus desplegados en misiones internacionales, sin descuidar repatriaciones o el traslado de enfermos de otras patologías que tenían que volver a España. 

«Es el trabajo de 24 personas continuamente para estar perfectamente preparados para salir en dos horas a cualquier lugar del mundo en el momento en que nos preparen el avión», explica la responsable de la unidad, la teniente coronel Pilar Salvador, que detalla que solo necesitan el apoyo externo de un intensivista, normalmente del hospital Gómez Ulla, en el caso de que el paciente esté crítico.

La cámara de aislamiento de presión negativa es vital para evitar contagios.La cámara de aislamiento de presión negativa es vital para evitar contagios. - Foto: Ricardo RubioDesde enero, estos sanitarios del Aire han participado en nueve evacuaciones en lugares tan distintos como Brasil, Sicilia, el Líbano, Mali o Yibuti, en el caso de estos dos países africanos con infectados de coronavirus y sus compañeros a bordo. También se han encargado de llevar un estricto control sanitario de los militares repatriados de misiones en Afganistán o Irak, sin síntomas de la enfermedad pero que debían cumplir las medidas de seguridad para curarse en salud.

En esos viajes, los de la Umaer se enfundan minuciosamente un traje blanco EPI que esconde su mono verde de aviador, cubrebotas, guantes, gafas y mascarilla, y dividen a la tripulación por zonas del avión en función del riesgo de infección. Aunque de Mali trajeron a España a dos enfermos graves de coronavirus, no tuvieron que recurrir a la cámara de aislamiento de presión negativa (que expulsa el aire filtrado de fuera a dentro).

A pie de pista, la capitán Cristina González García, enfermera de la Umaer, explica cómo fue el traslado en abril de una decena de militares desde Mali, donde el Ejército participa en una misión de la UE.

Ella ya intervino en 2014 en la evacuación a España de infectados de ébola y ahora atendió a los dos de Mali que sufrían una COVID-19 grave, con sumo cuidado de que no contagiaran a los demás. «Se distribuye el avión de manera que las zonas de paso, los aseos, los cubos de residuos, todo, sea totalmente individual a cada grupo de pasajeros», los infectados, los que tuvieran síntomas y los que habían estado en contacto con ellos, indica.

Y recuerda esos momentos de tensión y nervios de unos pasajeros que «se lo habían leído todo» sobre el virus cuando la información era confusa. «La ansiedad que tenían, la necesidad de información, de ver cómo estaba España, si su familia conocía el problema y hasta dónde iban a llegar sus síntomas... nuestra labor era darles tranquilidad, una información asumible para ellos y garantizarles que les íbamos a cuidar durante el vuelo», resume.

El soldado auxiliar de enfermería Jorge Gómez iba con ella e intenta explicar la sensación de viajar tantas horas enfundado en un EPI. «Es agobiante y calentito, cuanto menos. En el momento en que te lo pones ya no te lo puedes quitar. De Bamako hasta aquí (Torrejón) fueron siete u ocho horas sin poderte quitar el traje, mascarilla, gafas...». Coincide en que los compañeros venían «nerviosos» y su misión, más allá de cuidar de su seguridad, era «tranquilizarles», afirma este soldado que también estuvo en Kabul o Yibuti evacuando o repatriando a militares.

Ahora, después de estar disponible las 24 horas de siete días a la semana, Jorge empieza a ver «el fin» de estos dos meses de pandemia, aunque añade que siguen estando «con ganas y motivados para lo que haga falta».