«He procurado servir con entrega e ilusión»

Leo Cortijo
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Es cierto que su adiós definitivo puede alargarse en el tiempo. Hasta siete obispos más han recorrido este mismo camino en los últimos años sin que todavía hayan recibido repuesta. Tras casi 17 años en Cuenca, Monseñor echa la vista atrás...

«He procurado servir con entrega e ilusión» - Foto: Reyes Martínez

Ha llegado el momento. El Código de Derecho Canónico estipula que al obispo que haya cumplido los 75 años se le ruega que presente la renuncia al Papa que, a su vez, tomará una determinación cuando estime conveniente. José María Yanguas (26 de octubre de 1947, Alberite de Iregua, La Rioja), que tomó posesión como obispo de la diócesis conquense en febrero de 2006, ya ha cumplido esas 75 primaveras y ha puesto su cargo a disposición del Pontífice. Es cierto que su adiós definitivo puede alargarse en el tiempo, pues hasta siete obispos más han recorrido este mismo camino en los últimos años sin que todavía hayan recibido repuesta. Con todo, tras casi 17 años en Cuenca, Monseñor echa la vista atrás...

75 años, llegó la hora, señor obispo. Ya ha puesto su cargo a disposición del Papa, pero viendo que hay hasta siete compañeros en siete diócesis que esperan resolución, ¿qué cabe esperar a corto y medio plazo? ¿Los temas de la Iglesia son como los de palacio, que van despacio?

Efectivamente, el pasado 26 de octubre, día en que cumplí 75 años de edad, presenté al Santo Padre la renuncia al oficio pastoral de Obispo de Cuenca, a tenor de lo que establece el canon 401,1 del Código de Derecho Canónico. Corresponde al Papa decidir sobre los tiempos para la sucesión del Obispo en la diócesis. Es cierto que el número de diócesis que en estos momentos se encuentran sin obispo, más el de aquellas cuyo pastor ha presentado su renuncia por límite de edad, hace todavía más difícil predecir el tiempo que seguiré al frente de la diócesis. Por otra parte, la designación de los nuevos obispos es tarea delicada y de particular relevancia, lo que obliga a observar todos y cada uno de los pasos que integran el protocolo para su nombramiento. 

Un viaje introspectivo, ¿qué grado de satisfacción tiene con su labor, cree que ha aportado todo lo que un obispo debe aportar cuando toma una diócesis?

El mayor o menor éxito de la presencia de un obispo en su diócesis es difícilmente cuantificable. Puedo decir que he procurado servir a la diócesis de Cuenca con entrega e ilusión, sin ceder a cansancios, desánimos u otras circunstancias. Cuando se llega al final de un servicio como el del obispo en una diócesis, se ven con mayor claridad los errores cometidos, los caminos que se podrían haber emprendido, las decisiones que se deberían haber tomado, aquellas otras tomadas y que quizás no han sido siempre las más apropiadas. Uno querría volver a empezar, ahora ya con la experiencia acumulada en estos años. Como no es posible, solo cabe dar rendidas gracias a Dios por el bien hecho con la ayuda de su gracia, y pedir serenamente disculpas por los errores cometidos. 

¿Cuál será aquella vivencia, recuerdo o experiencia que jamás olvidará de su estancia en Cuenca? ¿Y el recuerdo más triste?

La experiencia que nunca olvidaré tiene que ver con la ordenación de nuevos sacerdotes cada año. Con ella, también la de haber visto el amor de muchas familias por sus enfermos, las personas con discapacidades físicas o psíquicas..., testimonio formidable de humanidad y de espíritu cristiano que llevaré grabado en mi memoria mientras viva, y que me conmueve cada vez que lo recuerdo. Me causa dolor especial la muerte de algunas personas y el no haber resuelto siempre los problemas de la manera más adecuada, como verdadero Padre y Pastor de la diócesis.

Riojano de nacimiento, pero conquense de adopción y, en parte, de corazón. ¿En qué se ha 'conquensizado' Monseñor Yanguas?

No sabría precisarlo. Sí que puedo decir que después de estos casi 17 años en Cuenca, amo esta tierra y sus gentes, y no me importaría en absoluto 'revivir' el tiempo pasado y la experiencia de estos años. 

Es obispo de Cuenca desde el año 2006, ya ha llovido… ¿Cómo ha cambiado la ciudad que conoció en aquel momento con respecto a la de ahora?

No soy sociólogo ni aprendiz de tal, pero no dejo de notar que hay cosas en que la Cuenca actual sigue siendo la Cuenca que encontré el año 2006, dotada de una vida cultural notablemente rica: museos, exposiciones, conferencias...; con numerosos hombres y mujeres artistas, pintores, músicos, ceramistas; con arraigadas tradiciones como la Semana Santa, con personalidad propia y bien definida, o las fiestas de San Mateo. A la vez se observa un afán de mejora, de crecimiento y desarrollo, un deseo de mayor creatividad y un mayor dinamismo social y económico, sin que siempre alcance a plasmarse de una manera eficaz.  

¿Y en qué ha cambiado la vida? Mire que hemos pasado una pandemia de seculares proporciones…

La pandemia ha cambiado algunas actitudes, modificado costumbres y alterando modos habituales de vivir y de relacionarse: ha metido en algunos un temor vago, indefinido, ante el futuro; ha puesto en evidencia falsas seguridades que no tenían sólido fundamento. Las sucesivas crisis económicas y la guerra en curso han minado algunas de nuestras certezas básicas, se ven socavados valores morales sobre los que apoyaba nuestra vida social, se afirman nuevos y bizarros derechos y toman carta de ciudadanía comportamientos que recibían hasta ahora un claro rechazo social. La voluntad personal o mayoritaria como creadora de verdades amenaza con la aparición de nuevas tiranías, la libertad personal se ve insidiada por poderes de rostro no siempre claramente definido; mo siempre las nuevas libertades nos han traído más libertad.

Aunque la actualidad más rabiosa se las trae, señor obispo... Parece mentira que en pleno siglo XXI todavía haya guerras a las puertas de Europa y unos precios en los bienes de primerísima necesidad que hacen que muchas familias vivan ahogadas y no lleguen a fin de mes. Estamos pasando una etapa muy complicada en este sentido…

Las guerras constituyen una amenaza previsible cuando predominan las actitudes egoístas, insolidarias o primacistas, y cuando se imponen el individualismo, una visión radicalmente mercantilista de la economía, y una idea de libertad privada de verdad. Es evidente que la situación económica de muchas familias es delicada y atraviesa momentos de dificultad, en ocasiones grave. Es a los poderes públicos a quienes corresponde directamente buscar soluciones. La Iglesia llama con fuerza a la solidaridad, a despertar aún más la conciencia de que los bienes que Dios nos regala son, a la vez, bienes de los demás; que debemos prestar atención especial a los más necesitados. A este respecto no puedo menos que alabar la gran labor que lleva a cabo Cáritas y otras instituciones de la Iglesia –incluidas las hermandades y cofradías– con el fin de aliviar las necesidades de individuos y familias. Me parece admirable la ayuda que prestan y, de modo particular, el espíritu de tantos voluntarios que le dedican tiempo y energías. Aprovecho para pedirles que sigan trabajando con el mismo espíritu y dedicación. El auténtico amor a Dios se hace visible en el amor al prójimo. 

Sigo con la actualidad, de la que sé que es un ferviente seguidor… ¿no cree que anda un poco revuelto el 'gallinero' político de un tiempo a esta parte o esto es una cuestión ya sempiterna?

Sigo, como es natural, la actualidad en España y en el mundo, y me hago mi propia idea sobre los distintos asuntos, pero comprenderá que no entre en cuestiones en las que seguramente no crearía sino más confusión.

Se habla mucho de las ganancias catedralicias de las eléctricas y de la banca con la que le está cayendo a la base de la pirámide… ¿Le parece ético?

Por lo que se refiere a la cuestión ética que plantea, pienso haberle dado respuesta de manera general. Siempre, y hoy de manera especial, la llamada de la Iglesia será siempre a la solidaridad, la generosidad, la atención a los más necesitados, evitar las desigualdades irritantes e injustas entre individuos y pueblos, la función social de toda propiedad y el destino universal de las riquezas, sin que eso suponga negar la propiedad privada ni las legítimas diferencias, fruto de la preparación, y el empeño y trabajo personales.

Esos mismos políticos de los que le hablaba también están enfrascados ahora con la Ley Trans, que propone, para muchos, algunos limites difíciles de entender. ¿Qué piensa el obispo?

El pensamiento de la Iglesia es suficientemente claro al respecto, y ha sido recordado con frecuencia por los obispos. También por un servidor. Es inaceptable para una visión cristiana de la sexualidad cuestionar radicalmente la identidad sexual de las personas en cualquier ámbito de la vida humana y más aún tratar de imponer una concepción antropológica contraria a la ley natural.

Volvamos al redil. ¿La vida se ha empeñado en demostrarnos en los últimos dos años especialmente que ante todo y sobre todo no hay que perder la fe?

Sí, la fe, como la esperanza, nos son del todo necesarias. Sin ellas todo resulta más difícil, cuando no imposible. La fe nos proporciona el fundamento de la esperanza y esta resulta necesaria a la hora de superar obstáculos y dificultades. La esperanza que no cuenta con sólidos fundamentos de fe puede terminar en frustración y desesperación que pueden llevar a crispar el ambiente y son siempre paralizantes. 

Termino, Monseñor, con algo que siempre me pregunto y que creo que es el deber de todos: ¿cómo hacemos para ser mejores personas?

Pienso que un buen camino para todos es escuchar con ánimo sincero la voz de la conciencia, en la que habla Dios nuestro Señor, prestar atención a la sabiduría de los mayores, empeñarse en la lucha contra el egoísmo y el afán de dominio sobre los demás, y 'cultivar' una actitud de sincero espíritu de servicio, como fruto de la justa estima y del valor de cada persona humana, que es, a la vez, criatura e hija de Dios.