Eso te deseo: la peor de las suertes, que te vaya muy mal y ojalá te echen pronto. Posamos. Foto. Sonrisa falsa. Adiós. 
Tres partidos han bastado para ver que a Enrique Setién Solar le tenían ganas antes de que estampase la firma en el contrato. No es algo exclusivo del antibarcelonismo o de ese madridismo que milita en el odio, el que firmaría perder 0-1 prácticamente todas las jornadas si eso significase que el Barcelona perdería por 0-2 (y sí, antes de que salten las suspicacias, ese odiador también está incrustado en la misma proporción en la afición azulgrana). Ese deseo casi irracional de que al nuevo le vaya mal tiene bastante que ver con varios factores, y algunos de ellos, a su vez, tienen todo que ver con la idiosincrasia autodestructiva que históricamente ha practicado el Barça, eternamente enojado consigo mismo en varios estamentos: público y directiva, directiva y técnicos, entrenadores y jugadores, jugadores y público y vuelta a empezar. 
Que a Setién le vaya mal significaría una patada en la entrepierna a la junta directiva, capaz de echar al entrenador que tal vez había agotado la paciencia de muchos, pero tenía al Barça líder, metido en octavos, vivo en Copa, más o menos satisfecho al vestuario... y fulminado tras una derrota inmerecida en el mejor partido del equipo en lo que va de temporada: semifinales de la Supercopa, 1-2 ante el Atlético. 
Setién  parece, por tanto, un simple vehículo conductor entre el enfado de la parroquia (que sospecha que el producto ha caducado hace tiempo... pero no quiere admitirlo) y la gestión de la Junta (que cree haber hecho lo posible, a golpe de talonario, para conquistarlo todo). En medio, un señor de 61 años intentando hacer su trabajo en un ambiente irrespirable.