Boticaria, escritora y conquense

J. López
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El libro 'El paciente impaciente', escrito por una farmaceútica de orígenes belmonteños, recopila anécdotas y disparates que le han ocurrido a lo largo de su carrera en boticas de la provincia

Se llama Marián García, alías ‘Boticaria García’, tiene 32 años, es farmacéutica de Belmonte y triunfa con su libro El paciente impaciente, agotado en las listas de comercios digitales, caso de  Amazón. Las críticas alaban la obra de esta conquense, de familia farmacéutica, que ha recopilado una serie de anécdotas y disparates graciosos, ocurridos principalmente en la botica de su familia, en la localidad belmonteña, y en los años en los que trabajó en una farmacia de Villaescusa de Haro.
«Crecí en Belmonte y mis recuerdos de infancia son de la rebotica», dice García, que explica que «allí aprendí a leer. Muchas de las anécdotas las escuché de mis padres y otras las he vivido yo en primera persona», dice.
Lejos de convertirse en un mero libro de chistes, la autora quiso construir un retrato de los pacientes que entrar en una farmacia, una clasificación de 37 tipos de pacientes entre los que se encuentran la madre primeriza, el paciente moroso, el cotilla, el niño de los recados, el opinólogo, el pedigüeño, o el paciente Google. «También está el paciente cansino o el surrealista, que te dice que se ha tomado una pastilla por vía oral y que no puede vivir, ni dormir ni comer, porque el médico le ha recetado unas pastillas orales y claro, dice: Es que me tengo que tomar cada hora una pastilla», cuenta mientras ríe.
 
Anécdotas. Entre las numerosas anécdotas que acumula el libro, García relata la historia de un paciente que le habían recetado supositorios. «Me dijo que se lo había tomado con pan, con agua, pero no había manera de que se lo tragase. Le pregunté que por qué se lo había comido y me dijo que como en la caja ponía que era por vía rectal, y lo más recto era por la boca».
La mejor historieta, dice la farmacéutica es «la que llamo del Nenuco. Una chica pequeña vino a la Farmacia con su madre llorando y decía que no se podía tomar los sobres que le había dado el médico porque sabían a Nenuco. Su madre intentó que se  lo tragase con agua y con pan, pero la niña no podía. Le dije que me enseñara el sobre y resulta que el médico se había confundido. En vez de darle un sobre de antibiótico, le había dado unas toallitas refrescantes, de propaganda, de esas que sirven para lavarse las manos».
En otra ocasión, «un señor se pegó con esparadrapo una caja entera de supositorios en los riñones. Decía que le dolían y que el medicamento no le hacía efecto». García añade una historia de una mujer que le llevaba el puchero de lentejas para que probase la comida «porque el médico le había dicho que no comiera mucha sal y preguntaba que tan estaba de punto». 
O un señor que pedía agua colorá para las gallinas. «Lo que quería era mercromina para marcarlas y así distinguirlas de las de su vecina. Y el agua colorá era lo mejor para eso».
 
consejos. La boticaria explica que aunque creamos que la mayoría de las anécdotas se producen en las localidades pequeñas y entre la gente de edad avanzada, «que tienen más dificultades para entender la posología», lo cierto es que «ahora, que trabajo en Madrid, observo auténticas barbaridades entre los jóvenes y sobre todo en temas sexuales».
En este punto, explica que «muchos de ellos leen y buscan cosas en Internet que luego piden en la farmacia. Una persona de 70 años no lo haría nunca y confiaría mucho más en el criterio del médico o del boticario. Sin embargo, el exceso de información hace que se pidan auténticas barbaridades».
Eso sí, ante todo García señala que hay que tener profesionalidad. «Hay que tener mucha psicología y mano izquierda. Valorar a la persona y explicarle. Hacemos una labor social muy importante. A veces gestionamos la cita del médico a las personas mayores que no tienen hijos. Por ejemplo, recuerdo una anécdota de una mujer que le costaba pedir hora para el médico. En vez de marcar el número del hospital de Cuenca, marcaba el de la Seguridad Social que tenía en la tarjeta».
La farmacéutica valora la importancia de la figura del boticario en pueblos pequeños, «como los de Cuenca, en los que apenas quedan profesionales sanitarios. La farmacia se convierte en uno de los pocos lugares donde, de forma gratuita, se puede pedir consejo a cualquier hora del día».
 
Éxito de ventas. A la boticaria conquense le llueven las entrevistas en numerosos medios nacionales. «Es un tema simpático en el que muchos pueden verse reflejados. La gente que lee el libro comenta que tiene una prima que es igual que la paciente beauty, o que mi madre es la paciente cansina. Es como un retrato social, que también analiza 13 tipos de farmacéuticos. El ‘farmasaurio’ o la ‘farmapija’, por ejemplo», afirma. 
García asegura haber disfrutado escribiendo un libro que «ha sido una manera de aunar mi profesión de Farmacia con mi afición de escribir», y no descarta que la obra, ante la buena acogida que ha tenido, tenga una segunda parte.