Un hombre bueno

Leo Cortijo
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Pedro Paños, que desde finales de los 80 rige los designios de la Amargura, es uno de esos conspicuos nazarenos que ha ayudado a hacer grande la Semana Santa de Cuenca

Un hombre bueno - Foto: Reyes MartÁ­nez

La Semana Santa de Cuenca la construyen sus nazarenos. Ellos, a través de una inquebrantable fe hacia sus imágenes, son los cimientos que sustentan el enorme edificio que, generación a generación, alberga la mejor de nuestras pasiones. Tras el anonimato del capuz y en interminables filas multicolor, se cincela esa procesión imaginaria en la que todo conquense porta tulipa u horquilla. Los hay que quisieron dar un paso al frente para hacer todavía más grande la semana más importante de Cuenca. Son esos nombres propios que forman parte del imaginario colectivo semanasantero. Muchos han recibido homenajes póstumos, y nunca es tarde si la dicha es buena, pero soy de los que piensa que los reconocimientos, si han de llegar, mejor en vida. Así que esta contraportada va por ti, amigo.

Uno de esos conspicuos nazarenos es Pedro Paños. Para recorrer este camino hay que retrotraerse a la Cuenca de los años cincuenta. Como muchos otros conquenses, apenas había empezado a andar cuando ya formaba parte de una hermandad, la de Nuestra Señora de la Amargura y San Juan Apóstol. Esa primera piedra la colocó en el lugar idóneo un vecino, Doroteo González, que entonces formaba parte de la junta directiva de la cofradía. Desde joven, Pedro entabló amistad con «don Emilio Saiz», otro nombre ilustre. «Él me decía mi chico», apunta. De su mano, con solo 15 años, asistía a las reuniones de la junta «como oyente», pero él, siempre atento, se «empapaba» de todo.

Creció y tocó todos los palos que puede tocar un nazareno de pro, hasta que a finales de los 80 tomó las riendas. Entonces las cosas no estaban, ni de lejos, como ahora. «No teníamos material humano ni económico», comenta, pues apenas eran 200 hermanos. Es más, Pedro recuerda que siendo bancero llevaban cuatro nazarenos en cada fila acompañando al paso. Tocaba remangarse y trabajar mucho no, muchísimo. Lo hicieron, vaya que si lo hicieron… «Como las hormiguitas, poco a poco, hemos llegado hasta lo que hoy somos», afirma orgulloso pero quitándose los méritos que en buena lid se ha ganado. «Soy de los que les gusta trabajar, pero también dar un paso atrás». Así es Pedro, bueno por naturaleza.

Ha habido momentos dulces y otros amargos –nunca mejor dicho–. Sabores y sinsabores. Alegrías y disgustos. Pero ahora mismo la Amargura es un ejemplo a seguir como hermandad. Más de 2.000 hermanos en sus filas, un majestuoso retablo en El Salvador y una increíble sede-museo que atesora su ingente patrimonio, acreditan con creces el buen hacer durante tantos y tantos años. «¡Hasta tenemos el título de Real!», exclama. Sin embargo, cree que el mayor logro de estas más de tres décadas de intenso trabajo no es material. Lo más importante, recalca convencido, «ha sido dotar a la hermandad de una personalidad muy seria, una entidad propia y un carácter especial».

Empleando un sinfín de horas que ha restado a otros asuntos personales, Pedro ha ayudado a la Amargura de forma directa e, indirectamente, a la Semana Santa de Cuenca. Esa por la que todos sacamos pecho hoy. «Tenemos algo de lo que sentirnos orgullosos», comenta esta voz perfectamente acreditada en la materia. Y como tal, hay que hacerle caso cuando señala que una de las claves del éxito es «la inclusión de la mujer», a la que califica de pilar maestro. Lo mejor de todo es que tenemos Pedro para rato, es incombustible: «A día de hoy tengo la misma ilusión que cuando empezamos», y por eso no titubea al añadir que «mientras los hermanos quieran y yo sea útil, no tengo ningún inconveniente en estar aquí».

Hasta aquí ha llegado gracias al apoyo de una familia por la que se desvive. Su inseparable mujer Conchi; sus hijos, Carlos y Elena; y sus nietos, Víctor y Daniel. Se le ilumina la cara cuando habla de ellos, por cierto. ¿Y por qué una persona que se ha ganado la vida como oficial de Notaría desde los 15 hasta los 70 años entrega su razón de ser a esta bendita pasión? La respuesta de Pedro es tan simple como certera: «por un amor a la hermandad que hemos mamado desde niños». El leitmotiv conquense por excelencia. No traten de entenderlo… Eso es lo que ha movido a Pedro día tras día para conseguir tan extraordinarios resultados. Eso, y su admirable forma de ser. Por eso uno se siente tremendamente dichoso de contarlo entre sus amigos. Gracias por ser como eres, Pedro. Gracias por tanto, amigo.