Turbas ejemplares

J. López / Cuenca
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La incorporación de nazarenos, y mujeres y niños entre la turba, aseguran el futuro del acervo conquense

Turbas ejemplares - Foto: Reyes Martínez

Cuenca cumplió con el guión y celebró en la madrugada del Viernes Santo una de las procesiones más emotivas y mejor desarrolladas que se recuerdan. El exquisito comportamiento de hermanos, nazarenos, turbos y público en general demostró por qué la procesión ‘Camino de El Calvario’, o Las Turbas, merecen tener el reconocimiento internacional. Aunque no sería del todo correcto decir que fue el mejor desfile de los últimos tiempos, lo cierto es que se trabajó enconadamente y se pulieron los errores cometidos en años pasados, para hacer del desfile uno de los más bonitos y participativos. Y no sería por el público, que también fue numeroso, sino por la ingente cantidad de nazarenos de las tres hermandades -este año se notó una afluencia mayor- y por la turba, que tampoco faltó a la cita.

Quizás este año, y de manera significativa, se sumaron una mayor cantidad de mujeres que nunca, demostrando que la tradición ha evolucionado para hacer partícipe de la tradición a todo ciudadano conquense. También se hicieron notar un gran número de niños de tierna edad. Ataviados ya con túnicas y gorros para hacer más llevadero el frío y con tambores y palillos apropiados a su tamaño, los hicieron sonar con idéntico ritmo acompasado que el turbo más veterano. Un relevo generacional temprano que asegura el futuro del acervo conquense.

Como peros, la contundencia innecesaria del grupo de antidisturbios en la salida, a las puertas de la Iglesia de El Salvador, y el retraso de la procesión, que viene haciéndose una costumbre en los últimos tiempos y que, por lógica, demora la salida de la procesión ‘En el Calvario’.

Por otro lado, funcionó a las mil maravillas el protocolo de seguridad establecido para la ocasión. Las imágenes descendieron con normalidad hasta el canto del Miserere, en las escaleras de San Felipe, y el Stabat Mater, dedicado a la Soledad de San Agustín.

Igualmente, elogiar el trabajo del cordón realizado por los miembros del orden procesional, a la entrada de las imágenes en la Plaza del Salvador. La Esperancilla quedó despejada y los turbos fueron alojados en la Cuesta de San Vicente. No hubo ningún incidente, a diferencia del pasado año.

Pero si de algo hay que estar orgulloso es del comportamiento ejemplar de todos y cada uno de los actores de la escenificación religiosa y profana, según cada cual, y que en Las Turbas no se entiende una sin otra. Salvo excepciones, la actitud conciliadora, la comprensión y el desempeño de sus respectivas funciones fueron fundamentales para ser optimistas de cómo aconteció. Los hermanos, los turbos, se conjuntaron a la perfección para desarrollar una gran multitud de estampas dignas de ser recordadas por la muchedumbre.  

Desde primeras horas, antes de la salida de las imágenes por el arco de El Salvador, muchos turbos ya se habían apostado junto a las aldabas para esperar el momento. Mientras la turba bramaba y hacía sonar tambores y clarines, en el interior del templo los hermanos congregados mostraban sus nervios, la ilusión y la responsabilidad. Tras el rezo, llegaba la hora y las sonrisas se tranformaban en lágrimas de emoción.

La salida. Nuestro Padre Jesús Nazareno de ElSalvador ya estaba preparado en el zaguán para oír la última llamada y esperar la apertura de la cancela. Con esmero y cuidado, pero con decisión, ‘El Jesús’ salió a enfrentarse con la turba, que desde un inicio pedía enconadamente que lo bailarán. Inmediatamente hicieron su puesta en escena el Jesús Caído y la Verónica; San Juan, ‘El guapo’; El Encuentro; y Nuestra Señora de la Soledad de San Agustín, en el más absoluto y respetuoso silencio.

La Turba ya casi se encontraba en la calle de Las Torres e iba asumiendo los numerosos turbos que esperaban el momento para integrarse. Fue en San Esteban y en Carretería donde se sumaron al desfile numerosas familias, con niños de corta edad.

Antes, y en la Puerta Valencia, numeroso público se había congregado para escuchar el sonido tintineante de la fragua. El homenaje de los herreros conquenses a la dolorida Soledad, que culminaba con el motete cantado desde el interior de la forja.

El ascenso. Ya se había abierto el día cuando los turbos se congregaron en Palafox y en el Puente de la Trinidad, para esperar que Jesús Nazareno iniciara las primeras rampas de este Calvario imaginario. Junto al monumento que honra a la turba, el paso se estremeció y se convulsionó para brindar con una perfecto baile un reconocimiento a los conquenses que ya no están.

La procesión fue ascendiendo por las curvas de la Audiencia, por el paso estrecho de la Puerta de San Juan, por los Oblatos o en la última rampa, la que da acceso a la Anteplaza, para hacer su entrada triunfal bajo los arcos del Ayuntamiento. Las imágenes se hicieron paso entre un imaginario río de color malva, entre aspas de palillos cruzados, clarinás y palillás.

Apoteosis final. Apostados en las mínimas aceras, encaramados en balcones y terrazas, junto a la barandilla de la calle Zapaterías o en la Plaza de ElCarmen, el mundo ansiaba uno de los momentos más esperados de la noche. En torno a las once y media de la mañana, los banceros de ‘El Jesús’ encararon la bella imagen del artista conquense Marco Pérez, para que el Coro del Conservatorio de Música de Cuenca le dedicara la extraordinaria obra del MaestroPradas  a capella. Antes de que se hubiese terminado, el estruendo de la turba inundó el ambiente.

Y así se fue retorciendo el desfile y acoplándose por las curvas sinuosas y cerradas de El Peso para desembocar de nuevo en el punto de partida, ante otra gran cantidad de público que tampoco quería perderse el adiós.

Todas y cada una de las imágenes asomaron por Solera, en esa bella estampa que contempla el que espera.

El cordón, brillantemente organizado, abrió espacio para que ‘El Jesús’ hiciera su último esfuerzo, antes de ser crucificado. A pesar del extremado calor, de las cerca de siete horas de procesión, los banceros sacaron fuerzas de flaqueza para bailar por última vez, congraciados con una turba que repetía insistentemente, ¡ay que se va que se va!, ¡ay que se va que se va!

Tocó el turno a la Verónica, al querido San Juan, a El Encuentro y por último a la Soledad que, a los sones del himno nacional y en el más estricto silencio, concluyó la inolvidable procesión.