Miguel Romero

Miguel Romero


Por Santa Cruz, hubo Colegio de Santa Catalina

03/03/2021

Parece que los respiros que nos da la dichosa pandemia o ese trágico Covid 19, permitirá que la Cultura -dicho y redicho, sea de paso, no provoca contagios- volverá a abrir alguna puerta, tal vez, demasiado pocas, pero felices estaremos si alguna de ellas se abre como así parece.

Y me viene al hilo, y no por hablar de la magnífica exposición del coleccionista de Arte, don Roberto Polo -cuyas puertas posiblemente vuelvan a abrirse para el bien de los conquenses y visitantes-, sino de que en este barrio de Santa Cruz también hubo hace mucho tiempo, cultura de la rica en Estudios o Colegio de Gramática Latina y otros Cánones para futuros clérigos u "hombres de bien", si es que así se les llamaba a los que por fortuna pudieron enriquecer su intelecto aprendiendo enseñanzas en época de flaquezas espirituales.

Este Colegio fue llamado de Santa Catalina y con ello daría nombre a este entorno en el que la parroquia de Santa Cruz quedaba entre camino, de San Martín a San Gil.

Pues bien, lo que ahora es finca particular, con casa, huerto y miradores, fue en tiempos un afamado Colegio gracias a don Juan Pérez de Cabrera, pariente de Andrés de Cabrera, el que fuera marqués de Moya, quien siendo protonotario apostólico y arcediano en Toledo fundara este Estudio de Santa Catalina, pegado a la fachada de la iglesia de Santa Cruz con un tapial independiente del resto de las viviendas y un edificio de dos plantas con ese amplio huerto ajardinado. Lo costeó el clérigo con el respaldo de don Rodrigo de Borja, cardenal que luego fuese papa, y quiso que tuviera solera y decoro, encargando unas tablas de excelsa pintura que ahora lucen en el Museo Diocesano y en la capilla de San Andrés de la catedral.

Pues bien, desde aquel 1517 que empieza a funcionar, año difícil por el que se decide tapiar la puerta o postigo de Santa Cruz hacia las huertas, muchos y buenos profesores allí impartirían docencia; uno de ellos el bachiller Antonio Tamayo, o los afamados Martín, Tristán y Armentia, los cuales cobraban un ducado y una fanega de trigo por su labor, a cada uno de los estudiantes que asistían, de los que podríamos destacar a los canónigos Villarroel y Velasco, o los más conocidos Luis de Molina y Caxa de Leruela -según el interesante trabajo del profesor Ibáñez-.

Considerado Estudio tuvo sus prebendas para poderlo costear, ya que los estudiantes que ingresaban solían estudiar unos diez años tras una fase de primaria en la que aprenderían lo básico para acceder a la secundaria.

Actualmente está ocupado por una vivienda, un patio a la hoz, una gran huerta con arco y puerta cuya entrada se sitúa al lado de la cárcel vieja, calle de acceso por donde se llevaron a cabo ciertos altercados entre estudiantes y vecindad; y un descenso hacia la hoz por medio de otra huerta y bajada. Ene se espacio se colocó también el andamiaje para que Felipe IV viera los toros del coso del Huécar en su visita a Cuenca, en aquel siglo XVII.

Era un colegio-seminario y se mantendría así como tal, hasta la fundación del seminario conquense en la actual Plaza de la Merced y que se cita en 1584 por el obispo Gómez Zapata; aunque en documentos de 1597, carta enviada a Roma por Juan Picazo, protonotario apostólico, reafirma que la fundación de este colegio seminario había sido en 1592 donde refería el hecho de que cada colegial tenía su celda y se expresa así "...y es que en esta ciudad de Cuenca no hay otro colegio seminario, ni estudio más que en el dicho colegio de Santa Catalina".