Editorial

El independentismo se mueve entre la emoción, la división y las amenazas

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Era lógico que el reencuentro del exvicepresidente Junqueras y los exconsejeros Romeva, Turull, Rull, Forn y Bassa en la comisión de investigación del 155 deparara intensos momentos de emoción, puesto que no coincidían desde el 27 de octubre de 2017 y 823 días son muchos días para quienes compartieron responsabilidades de gobierno y cumplen condena por un procés también compartido. Hasta ahí, nada que objetar. También era de esperar que tuvieran el recibimiento de mártires de la causa del independentismo que llevan trabajándose desde hace años. Quizás en este aspecto sí podría objetarse que hay que ser más respetuosos con las leyes y más responsables frente a las consecuencias de su incumplimiento, en vez de organizar poco menos que una fiesta de bienvenida a los políticos presos. Aún así, podría tener un pase.

Lo que ya no es admisible, en modo alguno, es que en una comisión de investigación Junqueras se permita el lujo de reivindicar un nuevo referéndum de autodeterminación, que haga un alegato público en sede institucional de la secesión de Cataluña y un llamamiento a crecer en apoyos y fuerzas de cara a la consecución de la república. Y no contento con esto, se negó a reconocer las decisiones de la Justicia subrayando que son solo sed de venganza, de igual modo que sostuvo que la aplicación del artículo 155 de la Constitución «solo sirvió para perjudicar los intereses de los catalanes, para perjudicar la aplicación de políticas sociales y de políticas destinadas a aumentar la competitividad de la economía», sin reconocer que si el Gobierno central tuvo que llegar a ese extremo fue porque la situación había rebasado todos los límites de la legalidad para convertirse en una deriva de peligrosas consecuencias.

Negarse a reconocer la responsabilidad del Govern del que era vicepresidente en el caos derivado de un referéndum y un procés a todas luces ilegales es pretender que lo negro sea blanco y viceversa o vivir en los mundos imaginarios que han contribuido a crear. Es desoír las llamadas a la sensatez, a la moderación del discurso y a la necesidad de ponderar por encima de todo un diálogo que marque nuevos tiempos y objetivos legítimos y factibles. Es desoír también la división existente en el independentismo, que parece sonar cada vez más fuerte, tras el apoyo de ERC a las decisiones de la Junta Electoral Central y del Tribunal Supremo de dejar sin su escaño en el Parlament a Torra. Los dos socios de gobierno ya no están a partir una piña, aunque ayer escenificaran una unidad en torno a los políticos presos que está lejos de ser real.

Cuesta admitir que en mitad de una crisis y en la fase previa del diálogo, Junqueras amenace con repetir un procés destinado al fracaso. O es cortedad de miras o es lo de morir matando y sumar nuevos mártires a la causa.