Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


¿Quién está al mando del mundo?

26/09/2021

Desde hace un tiempo, quienes analizan las historia de las relaciones internacionales han prestado atención al concepto de globalización. 
Kant, en su famoso opúsculo Idea para una historia universal en clave cosmopolita (1784), nos remite a Thomas Hobbes, aunque sin citarlo, para describir el estado de naturaleza, una situación en la que los estados actúan unos contra otros, y cuyas relaciones se basan en la fuerza, incluso en la violencia (la guerra), en vez de con las leyes; su propuesta, en clave cosmopolita, consiste precisamente en instaurar unas normas globales, y una autoridad mundial con capacidad para hacer obedecer las leyes internacionales.
Desde entonces se ha avanzado. Fue un avance, extraordinariamente kantiano y cosmopolita, que los aliados creasen en 1945 (todavía en guerra con Japón) la ONU, y que impusiesen que la guerra ya no podía ser atributo de los Estados soberanos, sino un ilícito internacional, quedando la guerra legitimada únicamente por el Consejo de Seguridad de la ONU. 
La debacle que ha sido Afganistán, tras veinte años de inútil ocupación, justificada en la estupidez de que al terrorismo nacional-religioso se le vencía a base de mercenarios con armas de guerra, y el reciente dañino conflicto entre aliados, Estados Unidos, Reino Unido y Australia enfrentados con Francia, ¿abren el capítulo final del orden mundial que se creó en 1945? 
Teniendo en cuenta que uno de sus grandes éxitos del orden mundial de 1945 fue la paz en Europa, lograda gracias al europeísmo -la idea kantiana de unir naciones con los derechos humanos-, los últimos acontecimientos en Afganistán y en Oceanía, por el contrario, podrían poner en riesgo la Unión Europea.
Mientras las opiniones públicas son alimentadas con noticias fáciles de entender; y, en sentido contrario, el reciente debate que hizo Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ante el Parlamento Europeo, sobre el estado de la Unión, que ha pasado desapercibido para la inmensa mayoría de los europeos, no es sorprendente, por lo tanto, que las preocupaciones por el porvenir de la Unión Europea, e incluso por el deterioro de la paz en el mundo, apenas conmuevan las mentalidades de los europeos, acostumbrados al espectáculo de las informaciones instantáneas. 
Sin embargo, hoy se dan algunas circunstancias parecidas que condujeron a Europa a dos guerras mundiales, convirtiéndola, primero, en un continente ocupado por norteamericanos y soviéticos, y después, en un organismo institucional con un peso político inversamente proporcional a su bienestar social. 
Los británicos, que llevaban dos siglos siendo el vértice del orden mundial, al llegar el siglo XX se desentendieron de sus tareas internacionales, excepto aquellas que afectaban a su Imperio, y no vieron que les iban a estallar dos guerras globales. Gracias a los norteamericanos, los británicos ganaron las dos guerras, pero así como Estados Unidos se negó a sustituir a los británicos en el vértice de la globalidad, después de la Primera Guerra Mundial, en 1945 se convencieron de que tenían que ser el eje del orden mundial. 
En 1975 se firmó el Acta única de Helsinki, que fue el tratado de paz de la Guerra Fría. Estados Unidos, y sus aliados europeos, reconocieron las zonas de influencia soviética en el mundo. En 1989, y por efecto del Acta única de Helsinki, el imperio soviético se deshizo. Comenzó entonces una ‘globalización sin política’, pues se creyó que capitalismo traería automáticamente la libertad y la democracia en todos los países; Afganistán es la prueba de su error. 
Desde 2008 estamos viviendo la ‘globalización detenida’, una época de retroceso del comercio libre en el mundo, con regreso del proteccionismo mercantil, y sobre todo, que Estados Unidos ya no se siente comprometido, como en el pasado -cuando existía el desafío soviético-, con el orden mundial, específicamente, en aquello que se refería a Europa, que constituía lo más importante. 
Estados Unidos y Gran Bretaña, que aguantaron las dos guerras europeas, los creadores de la ONU, de la OTAN, y de la idea de los Estados Unidos de Europa (expuesta en Zurich por Churchill en 1946), acaban de sufrir la derrota en Afganistán. Estados Unidos ha perdido poder e influencias en Asia, mientras Rusia, y sobre todo China, salen ganadoras.
El presidente Biden no quiere ser un nuevo Jimmy Carter, sino que aspira a parecerse a Truman. Biden quiere que Estados Unidos siga siendo el eje de la globalización. Una vez más, Gran Bretaña encuentra en los americanos la única tabla de salvación para su orgullo patriótico, lesionado por el Brexit y el separatismo escocés. Apuntarse a los planes defensivos norteamericanos contra China, metiéndose junto con Australia (cuya Reina es la británica), en un invento secreto llamado AUKUS (las iniciales de los tres países), sin embargo, sitúa a Gran Bretaña del lado de Estados Unidos en la clave del futuro de la globalización: el combate ideológico para impedir que China acabe mandando en el mundo. ¿Y la Unión Europea? Mientras Estados Unidos tiene el gobierno de Biden, la UE es poco más que un reglamento. En la cumbre próxima en Eslovenia, los gobernantes europeos debatirán la situación. Alemania podrá tener pronto un nuevo gobierno, pero necesita el gas ruso, y el mercado y las factorías chinas. Si la UE fuese capaz de crear una fuerza militar de intervención rápida, puede que entonces los norteamericanos vean que los europeos existen para el mundo. Y tal vez resurja así el gran ideal democrático del europeísmo.