La ocupación hotelera cayó entre un 40 y un 65% en 2020

Leo Cortijo
-

Los empresarios del sector, en líneas generales, hablan de un año catastrófico debido al confinamiento, los cierres perimetrales, las restricciones más severas y la drástica disminución de turistas y eventos

La ocupación hotelera cayó entre un 40 y un 65% en 2020 - Foto: Reyes Martí­nez

La pandemia pone contra la espada y la pared a todos los sectores de la economía. No hay ningún estamento que permanezca ajeno a las consecuencias que el coronavirus tiene en este sentido. Ahora bien, los hay que sufren con especial virulencia las réplicas del terremoto vírico. Uno de ellos, como pilar fundamental dentro del área del turismo, son los hoteles. En relación a su población, Cuenca es una ciudad que presenta un número considerable, por lo que la dañina huella de la crisis todavía hace más mella. La Tribuna ha contactado con los principales referentes del sector y salvo el NH Ciudad de Cuenca, que no ha querido facilitar sus estadísticas, la conclusión es cristalina: la ocupación en los hoteles de la ciudad cayó entre un 40 y un 65 por ciento durante 2020.

No hay ninguno que durante el año de la pandemia no viera mermado drásticamente el número de habitaciones vendidas con respecto a 2019, y con ello su volumen de negocio. Los porcentajes de disminución oscilan entre los del Parador (37%) y el LB Villa de Cuenca (40%), y el del Leonor de Aquitania, que llega hasta el 65 por ciento. El resto, que son la mayoría de los analizados –Torremangana (51%), Convento del Giraldo (55%), Alfonso VIII (56%), Cueva del Fraile (59%) y Exe (55%)–, cabalgan entre el 50 y el 60 por ciento.

Con estos datos sobre la mesa, los responsables de los hoteles ponen blanco sobre negro y hablan, en líneas generales, de un año catastrófico para el sector. No en vano, hay que recordar que durante varios meses de 2020, coincidiendo con el confinamiento de primavera, tuvieron que echar la persiana de forma obligatoria. Una parte de ellos, además, lo ha hecho voluntariamente en otros periodos del año debido a la insostenibilidad del negocio como consecuencia tanto de las restricciones de movilidad, como de los cierres perimetrales. Herramientas como los ERTE les han permitido maniobrar en cierta manera y reestructurar sus plantillas conforme a lo que exigía el guión en cada momento. Ahora bien, consideran que es insuficiente y reclaman ayudas estructurales y directas para garantizar su estabilidad.

Borja García dirige los mandos de tres de estos hoteles –Leonor de Aquitania, Cueva del Fraile y Convento del Giraldo–, lo que le convierte en una de las voces más autorizadas para comprender la disposición del sector. El resumen de su situación particular lo dice todo, y es que de un intervalo de un año y medio, abrirán sus puertas tres meses. «Cuando iba a comenzar la temporada, por así decirlo, coincidiendo con el puente de San José y la Semana Santa, estalla todo y llega el confinamiento» –explica–, «luego abrimos durante el verano y volvimos a cerrar tras el puente del Pilar, y el problema está por venir, porque esto no se va a normalizar hasta este verano, por lo que nos vamos a plantar en julio habiendo trabajado tres de los últimos 18 meses».

Su grupo de hoteles cuenta con un hándicap, y es que sus establecimientos están enfocados principalmente al turista, y no al viajero puntual por cuestiones de trabajo. Si a eso se le suma que las reuniones de empresa han brillado por su ausencia y que los grupos han desaparecido del mapa, como también lo han hecho los grandes eventos y el turismo internacional, «no nos ha quedado más remedio que cerrar, porque no teníamos ni una sola posibilidad de sobrevivir».

José Manuel Abascal, director del Torremangana, incide en este sentido. Una vez terminado el verano, el turismo «desapareció», más todavía cuando las comunidades establecieron diferentes medidas para contener la expansión del virus. Por esa razón, cree que mientras no se levanten los cierres perimetrales y se alivien las restricciones, «no hay nada que hacer». «Los fines de semana son perdidos y entre semana los clientes son contadísimos, es decir, una demanda escasa para la oferta hotelera de la ciudad», argumenta. El número de hoteles que existen en Cuenca «no se entiende si no hay turismo». Asimismo, además del número de habitaciones que se ha perdido por el camino, Abascal dirige el foco con acierto a que los precios tampoco han sido los mismos, ya que ha habido que «apretarse» y «ni siquiera se ha mantenido el precio medio del año anterior».

A la montaña rusa en el flujo de visitantes y a la poco previsión de éstos a la hora de reservar, hay que sumar además la adaptación constante a las medidas de prevención en los diferentes cambios de fase. 2020 ha puesto a prueba a los hoteleros en todos los sentidos. Estas circunstancias han obligado a los responsables de estos negocios a redoblar esfuerzos. Algo que para Juan Serrapio, director de El Parador, es «muy importante» por «responsabilidad» de cara a los clientes y al propio equipo de trabajadores. Él, como el resto de sus homólogos, han hecho todo lo que estaba en sus manos para transmitir «seguridad y confianza» a sus huéspedes.

Una bombona de oxígeno. Un aspecto en el que todos coinciden es en que el pasado verano supuso un oasis en su particular peregrinaje por el desierto pandémico. El propio Serrapio hace hincapié en que, más allá de las celebraciones de bodas, bautizos y comuniones, «que se redujeron prácticamente a la nada», el estío podría parecerse al de otros años en lo relativo al hospedaje. García, en esta misma línea, comenta por su parte que trabajaron «sorprendentemente bien», recuperando a toda la plantilla e incluso incorporando personal temporal. Aumentó, por tanto, el turismo de interior en detrimento del de sol y playa, algo que benefició a Cuenca. Aunque este optimismo hay que relativizarlo en cierta manera porque no todos los hoteles de Cuenca estaban abiertos en ese momento.

¿Qué compensa más, abrir o cerrar? En este complejo contexto, ¿qué es mejor para los hoteles, estar abierto o cerrados? Esa es la pregunta del millón que los responsable de estos negocios intentan resolver a toda costa. Aún cerrados a cal y canto, los hoteles son grandes gigantes dormidos que consumen una enorme cantidad de recursos. Además de los gastos fijos en suministros e impuestos, fundamentalmente, hay que tener activo un equipo de mantenimiento y otro de administración. Por eso, despejar la incógnita no es tan sencillo.

José Manuel Abascal, director del Torremangana, comenta por ejemplo que abren sus puertas para ver «qué compensa más» y analizar la situación a final de mes. Partiendo de la base de que el equilibrio entre gastos e ingresos es casi inviable, pues «estamos jugando a ver cuánto perdemos menos».

Además, las previsiones a corto y medio plazo no terminan de ser positivas. Borja García, del grupo hotelero Cuenca con Carácter, fija el «nuevo punto de partida» en el verano, pensando en la rentabilidad. En este sentido, cree que pueden repetirse las pautas del año pasado. Antonio Abarca, director del Hotel Exe Cuenca, destaca que ahora reina la incertidumbre y que es difícil hacer previsiones más allá de un puñado de días, ahondando en la naturaleza cambiante de la situación. La vacuna y el freno de los contagios abren un halo de esperanza para los próximos meses. La clave está en aguantar hasta entonces, algo complicado después de tantos meses cuesta arriba.