Sanador de almas

J. López
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El famoso sacerdote de Santa María del Campo Rus, 'youtuber' e 'influencer', narra en primera persona sus experiencias durante los días del cofinamiento y reflexiona sobre el antes y el después de la terrible enfermedad

Se llama Antonio María Doménech, es párroco en Santa María del Campo Rus, se hizo famoso por ser uno de los curas youtuber con más seguidores y vive en estos días, como cualquier ciudadano, la dureza de la epidemia. El virus no entiende de palabras y sólo remite ante los medicamentos, pero para el Padre Doménech también «es importante la sanación del alma. La gente que no cree le provoca rechazó, pero para los que creen es importante. Las redes están muy bien, pero tenemos que tener en cuenta que no son el fin del mundo y esto tampoco».

Doménech, preocupado por sus feligreses y sus vecinos, mantiene a diario y más activas que nunca sus redes sociales y sus múltiples métodos para hacer llegar su mensaje, su esperanza y su ayuda a los demás. Va allí donde le demandan, ofrece consuelo a familiares que han perdido a un ser querido y reza junto con los enfermos. «En estos momentos», afirma, «la parroquia es una realidad viva que nos mantiene vivos».

Desde primeras horas del día abre las puertas de la iglesia para que los vecinos de la localidad puedan entrar a rezar. «Eso sí, guardando la distancia y con mascarilla». Las campanas de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción tocan a las 12 de la mañana de cada jornada para vivir, a través de la megafonía, el rezo del Ángelus, una canción a la Virgen y unas palabras de meditación dirigidas por Doménech a los vecinos. Los audios se pasarán al grupo de whatsapp que incluye a familias y vecinos de la localidad, y que mantiene información sobre la enfermedad y las personas que han fallecido. En otro de sus grupos, llamado ‘Sotana Rural’, más de mil personas reciben comunicaciones por parte del párroco que emite toda la información. «Tengo conectados a profesores del colegio, compañeros de COU, gentes de otros pueblos donde he sido párroco. Eso es bueno y muy bonito».

A las seis, la megafonía del campanario emitirá canciones escogidas por el párroco. Suena José Luis Perales, sevillanas, o canciones de la Tuna para animar a los vecinos. A las siete de la tarde, el cura celebra una misa por los difuntos del pueblo que han fallecido. «La gente la vive a través del canal de Youtube, de una manera muy cercana, porque es como si estuviese en el funeral», dice el párroco, que cuenta que también «estoy pasando palabras de pésame y las comparto a través de las redes».

Dice sentirse impactado con las trabajadoras de la residencia de ancianos «que están viviendo situaciones de estrés», o se muestra impresionado cuando visita a vecinos aislados en sus viviendas tras el entierro de un familiar y les ofrece los Sacramentos a través de la ventana. En sus rostros observa «mucho agradecimiento, el pueblo está muy volcado, pero también veo mucho miedo y  muchas ganas de estar a la altura. El otro día les decía a las trabajadoras de la Residencia: Dios, España y yo confiamos en vosotras».

Precisamente, asegura haberse ofrecido a trabajar en la centro residencial «cuando empezó todo esto, pero me dijeron que ni se me ocurriera. Voy protegido, pero si tengo que coger la enfermedad no pasa nada. Aquí la salud no es el bien primordial, hay cosas más importantes. El amor va antes. Así lo pienso. Si tienes salud pero no tienes amor, ¿para qué te sirve estar sano? En cambio, sin salud y amando puedes hacer mucho bien».

Sacerdotalmente, manifiesta Doménech encontrarse «en una situación privilegiada de cara a mis feligreses, de compañía, apoyo y solidaridad, amor y entrega. Yo había visto esto en películas de la peste o en historias que te contaba los abuelos de una enfermedad que hubo en 1920, pero estoy impactado como persona. No solo para valorar lo que tenemos sino para darnos cuenta de hasta qué punto puede llegar el sufrimiento humano al ver que tiene que despedirse de sus seres queridos sin poder hacerlo. Me parece una barbaridad. Es inhumano».

Meditar y valorar. El sacerdote se cuestiona si hace falta una enfermedad tan grave para que «nos demos cuenta de lo que realmente tiene valor. Creo que sí, cada cierto tiempo ocurren cosas que nos hacen reflexionar. Me refiero a la vida eterna y a lo que pasa después de la muerte. El Señor quiere que seamos felices aquí también. La felicidad que Dios promete no solo es para el cielo, sino que también es para aquí, pero sólo pasa por olvidarnos de nosotros y entregarnos a los demás».

Considera que el ser humano debe tener en cuenta que acercarse a lo religioso «no debe ser un refugio de que ya no se puede más, sino una señal de que tenemos que valorar lo bueno que tenemos. No solamente a nivel religioso sino entre nosotros». La gente, «está apreciando lo que es jugar con un hijo en un juego de mesa, porque a lo mejor no lo hacía, o se da cuenta de lo que quiere a la gente que tiene lejos. Hasta los propios vecinos del pueblo, cuando salgamos de esta, nos querremos más».

Opina que «si nos damos a los demás, cada uno en su medida, podemos hacer la vida más agradable. Si nos damos cuenta de eso, el Covid-19 habrá servido para algo. Nuestra compañía es suficiente para sacar una sonrisa. Como hay más alegría en dar que en recibir, entonces soy feliz», y concluye que la España que ganó aquel Mundial «no sólo sabe jugar al fútbol. Hay mensajes derrotistas que dicen que esta sociedad no está preparada porque no ha vivido nunca esto. No está preparada, pero se está poniendo a la altura. Estoy muy contento de la gente con la que me ha tocado vivir esto. Volvería a ser párroco aquí, en Santa María del Campo Rus, cien veces en buenas circunstancias y en malas».