Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Venga usted a Grecia en primavera

20/03/2023

Hay cosas que, por los mil avatares de la vida cotidiana, uno va obviando, hasta que un día, impulsado un poco por la nostalgia, y otro poco por los viejos anhelos, venciendo la pereza, se decide a volver a las raíces: tomo el macuto y, aprovechando los primeros idus de marzo, vuelo con mi mujer y otro puñado de viejos amigos a esa Grecia que a todos nos llama, como madre y punto de referencia de la Civilización Occidental. Cuento para ello con el impulso y la experiencia de un hombre excepcional como mi viejo alumno y amigo, Paco Morcillo, enamorado hasta la cachas de tan hermoso país, de su lengua y su cultura. Un apasionado que no sólo ha organizado más de cuarenta viajes al país de Homero, transmitiendo su noble pasión a más de quinientos albaceteños, jóvenes y menos jóvenes, sino que, además, y como profesor jubilado, imparte clases de griego moderno, gratis, a quien se interesa por tan importante lengua. Un lujo.
Reconozco que no haber hecho antes este viaje de retorno a la semilla se debió, en lo que a mí se refiere, al temor inmenso de hallarme de repente en medio de mil fantasmas obsesivos, mil símbolos, mil referencias, en una tierra preñada de historia,  mitologías y creencias de toda índole. No hay nada que hayan hecho o que hayan dicho los hombres de nuestros días, que no lo hicieran ni lo dijeran dos mil quinientos años antes los griegos, afirmaba Margarite Yourcenar. Me consolaba, en dicha coyuntura, el viejo dicho de Sócrates:  Sólo sé que no sé nada.
Y de repente mi vi en la vieja Atenas, como un turista más, con gentes entrañables, como el propio Paco, Arturo Tendero, Antonio Torres, Mario Plaza, Jacinto González…, embarcados en un viaje, a punto de empezar la primavera, que podríamos tildar de simbólico por no decir de mítico. Pisar la Acrópolis de Atenas es una reconversión, una palingenesia, el sublime Fidias,  el Partenón, Pericles, la diosa Atenea, el Erecteio y su sublime pórtico de las Cariátides ; recorrer los viejos rincones de esta hermosa urbe buscando por plazas, foros, por el Pireo, las huellas de Sócrates, Platón, Aristóteles, es un deleite; los dioses del Olimpo; y no digamos el viejo Homero, los héroes de la Guerra de Troya, Ulises, la Odisea;  Pablo de Tarso llevando la palabra de Jesús a los atenienses, en Corinto…
Un mundo sepultado durante años y que fue resurgiendo piedra a piedra. Escribo este artículo en el ombligo del mundo antiguo, Delfos, en las laderas del monte Parnaso, asomado a un extenso valle cuajado de olivos que desciende hasta la costa. Anteayer visitamos Corinto; el impresionante marco del teatro de Epiduro, de cuya perfecta acústica nos dio buena prueba Arturo Tendero recitando a Calderón; ayer cruzamos la Puerta de los Leones que da acceso al ciclópeo recinto amurallado de la Acrópolis de Micenas, la que fuera cuna de Homero; esta mañana Olimpia, impresionante bastión donde hace más de tres mil años nacieron los Juegos Olímpicos. Las impresiones se agolpan en las retinas, y  las sensaciones adquieren dimensiones inusitadas.
Grecia es demasiada Grecia; alimento nutricio que decía Lord Byron: el Ática, Salamina, Maratón, el Peloponeso, un mundo plagado de dioses, faunos, ninfas, nereidas, simples mortales, una sociedad que ideó la democracia, la filosofía, la ciencia, el hedonismo, el epicureísmo, el panteísmo, el estoicismo, el arte de vivir y el arte de gozar, y hasta el arte de bien morir.  Apartar la mirada de Grecia, como tienden a hacer los últimos Planes de Estudio en España, es, como si dijéramos, volver a la barbarie, olvidar lo que de mejor hay en el ser humano. Hay un momento en la vida en que se impone volver a Ítaca, como Ulises, o perecer en el intento.