La romana de la villa y la figura del alcabalero

Félix Fiaño
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Esta pesa, custodiada por el cobrador de alcabalas, fue muy utilizada por los vecinos de diferentes municipios conquenses

Imagen de la localidad conquense de Huerta de la Obispalía, donde la romana de la villa tuvo una gran importancia. - Foto: Félix Fiaño

Una romana antigua.
Una romana antigua. - Foto: Félix Fiaño

Una de las cosas que más han compartido los vecinos de los pueblos castellanos y en concreto en Huerta de la Obispalía (Cuenca), por ser el lugar que se toma como referencia, en el transcurso de la vida diaria hasta mediados del siglo XX, ha sido la romana de la villa; llamada así porque pertenecía al Ayuntamiento y la usaban todos siempre que querían saber el peso de algo. Pero la persona que menos la perdía de vista era el alcabalero, lo primero por ser el que normalmente se encargaba de su custodia y,  por otra parte, porque de ella dependía la mayor parte del dinero que cobraba por el impuesto (alcabala) a las personas de fuera que daban venta o compraban productos del pueblo. 
 
De los aproximadamente 70 vecinos que de normal han vivido en el pueblo, raro era el día que uno u otro no tenía que utilizar por alguna razón, una de las dos romanas que había. Si a simple vista lo que querían pesar no pasaba de las dos arrobas o el equivalente en kilos (unos 23), lo hacían con la pequeña y si superaba esta cantidad y rondaba los 200 kilos, con la grande.
 
El interés por saber el peso de una masa concreta no era algo nuevo, sino que ya venía desde los primeros tiempos de las civilizaciones más antiguas. Y así lo señalan algunos documentos referentes a los egipcios. Que, aparte de atribuírseles el uso de la primera balanza de brazos iguales (no olvidemos que la romana es una balanza de brazos desiguales), debido al gran comercio que habían creado, también se referían a ella de forma simbólica. Por ejemplo, en el campo de la justicia, porque en muchas ocasiones la representaban acompañada de la balanza como símbolo de medida, a la hora de ponderar los argumentos para determinar el veredicto. 
 
Además, también la usaban como medida para hacerse una idea acerca de su destino. De hecho, existe un papiro muy antiguo en el que figura un grabado que representa una escena en la que está presente la balanza. Un documento que hace referencia a la bondad de las personas, que era determinada por el peso del corazón del difunto. Cuestión para la que recurrían a la balanza para ver si superaba el nivel que de antemano habían convenido. Y que era el que colocaban en un platillo, mientras que en el otro ponían el corazón. Si éste estaba por debajo del peso de referencia, al difunto le predecían un futuro tenebroso.
 
Aunque en la historia de los pueblos del entorno señalado la cosa no ha llegado a ese extremo, la rememorada romana sí que era un referente importante en la vida de los vecinos, sobre todo en los pueblos más pequeños. Lo primero por el mucho valor que significaban para ellos los productos que recogían de los campos que cultivaban o el de los animales que cuidaban. Pues aparte de ser su principal fuente de ingresos, el trabajo era duro y la producción escasamente cumplía las perspectivas más interesantes.
 
A pesar de que la primera apreciación que hacían de cuanto entraba en la casa, era por el volumen, no dejaba de ser una orientación provisional; lo mismo que en el caso de los animales que lo hacían por  el número de ejemplares. Y, por otro lado, porque tenían pocas opciones más para usar otro aparato.
 
Necesidad. Los vecinos tenían que apostar por la romana que el Ayuntamiento había puesto a su disposición para facilitar las necesidades del municipio a lo largo del año. Pero de forma más frecuente a principio del otoño y en torno a las navidades: por ser la estación en que ya se había hecho la recolección de los frutos en general y lo sobrante se vendía o se intercambiaba por otros productos (trueque); y en la Navidad porque era el tiempo de las matanzas. Llamado así por ser los días en que se sacrificaba el gorrino o cerdo que se criaba en casa (en algunas eran dos). La costumbre era pesar al animal, más que nada para saber cuánto había engordado.
 
Siempre que el peso era la cuestión a determinar, la romana suponía el principal foco de atención y, de manera más intensa hasta que el fiel del aparato estaba justamente en su punto exacto, tanto que en algunos casos les hacía contener la respiración a los vecinos, no solo a los afectados directamente, sino también a los que presenciaban estos últimos instantes. 
 
Desuso. Con la evolución de la economía y las costumbres, se dejó de usar, y en unos casos quedó arrinconada y apartada de la vista y en otros fue a formar parte de las diversas piezas que contienen algunos museos. Aún así, si se repasa su historia, se entenderá el protagonismo que ha tenido a lo largo del tiempo.
 
Y dentro del ambiente cotidiano relacionado con el peso, estaba el alcabalero, una persona de cierta relevancia en el pueblo a la hora de vender, comprar o cambiar, ya que era el que se encargaba de cobrar la alcabala, un impuesto municipal que tenían que pagar las personas que venían de fuera y daban venta o compraban algunos productos del lugar, unas veces en efectivo y otras a cambio de la mercancía que llevaban. Además, esta figura se preocupaba de la custodia de los dos aparatos. Con una doble finalidad, por una parte tenerlos preparados para la ocasión y, por otra, conocer los avisos que más le afectaban.
 
El impuesto señalado venía de tiempos muy remotos, en unos casos se habla de la época de los árabes. Aunque los datos más repetidos apuntan a los reinos castellanos, desde donde fueron derivando a las diferentes provincias para pasar luego a los ayuntamientos, que unas veces los cobraban y otras lo arrendaban a particulares. 
 
A partir de la fecha señalada, ambas referencias (romana y alcabalero) prácticamente terminaron a la par: la romana perdió la exclusividad porque los vecinos fueron adquiriendo otros aparatos de pequeño pesaje más modernos y precisos; mientras que para los pesos más altos compraron una báscula grande y acorde con los tiempos. Un verdadero salto de gigante porque con ella de una sola vez se podían hacer pesos de hasta 44.000 kilogramos. El alcabalero tuvo que buscarse otra ocupación. A la romana se le había pasado su tiempo de esplendor, a pesar de haber aclarado muchas dudas y haber servido como una especie de bastón de mando.