24 horas y 365 días a los 82 años

Leo Cortijo
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A sus casi 83 años, Santiago es uno de los alcaldes más veteranos del país. Estar siempre dispuesto a ayudar a sus vecinos y, sobre todo, «dedicarse en cuerpo y alma» a su pueblo, Villar de Olalla, son los cimientos que construyen su día a día.

24 horas y 365 días a los 82 años - Foto: Reyes Martínez

En 1995 se convirtió en teniente de alcalde y cuatro años después tomó el bastón de mando hasta el día de hoy. Más de dos décadas al frente del timón de su pueblo. «Si alguien me llega a decir que estaría tanto tiempo cuando empecé, le hubiera dicho que estaba loco», arranca este entusiasta regidor. Su caso es uno de los más paradigmáticos de cuantos conforman las casas consistoriales de los más de 8.000 municipios españoles, y es que pocos encargados de regir las riendas superan los 80 años de edad. Esa entrega absoluta por y para los suyos es lo que convierte a Santiago en un alcalde especial. «Hay ratos buenos y ratos malos, pero lo he llevado a gusto», comenta con una sonrisa en la cara.

En julio cumplirá 83 veranos y eso, lejos de suponer un obstáculo, ha sido hasta ahora un acicate para seguir en la brecha. Santiago lo resume con «estar al pie del cañón» día, tarde y noche. El despacho siempre abierto y el teléfono disponible, «entre otras cosas», para atender a sus vecinos. Las 24 horas, los 365 días del año.

Aunque reconoce entre risas que emprendió camino en esto de la política de «chiripa», su vida es el fiel reflejo de muchos otros que con apenas veinte años tuvo que emigrar a Valencia. Dejó a un lado su faceta como agricultor en el pueblo y puso rumbo a la capital del Turia después de formarse en los, por entonces, cursos de Promoción Profesional Obrera. En las tierras bañadas por el Mediterráneo estuvo 30 años y allí crío a sus dos hijos. Él, médico. Ella, agente de empleo. Hasta que una jubilación anticipada a los 52 le devolvió de nuevo a sus raíces. No dudó en regresar al pueblo de toda la vida. Lo que apenas podía imaginar entonces es que acabaría tomando el relevo de su antecesor en el cargo, Félix Recuenco.

El cambio en Villar de Olalla es más que evidente a lo largo de estas dos décadas, y es que este pueblo del cinturón conquense ha ido ganando en población, servicios y mejoras. «No tiene nada que ver a cuando entré», señala Santiago mientras enumera la nómina de hitos logrados que le levantan el ánimo y le dejan la sensación del deber cumplido. Una serie de ingredientes que conforman un guiso muy sabroso, y que no es otro que ser un pueblo «cómodo y tranquilo» para vivir. «Lo que pidas, lo tenemos», explica orgulloso.

Ahora, cuando afronta el último año a los mandos de la nave en su ya sexta legislatura, cree que ha llegado el momento de dejar paso.  Dice que no lo ha comunicado «todavía a nadie», pero que no tiene «por qué ocultarlo». Los últimos años han sido complejos en el tema de la salud, que al fin y al cabo es lo más importante. El bicho, apunta, le «apretó» más de la cuenta y le puso contra las cuerdas. Tanto que desde entonces nota una «recaída» y algún que otro efecto secundario como una afonía. Venció aquella batalla, pero aunque el ánimo está por las nubes, el cuerpo da señales de que es hora de ir parando. Santiago está tranquilo; defiende que a su alrededor hay «gente muy buena», y es que «cualquiera de ellos puede llevar la Alcaldía de maravilla». Para ceder ese bastón, y partiendo de la base de que siempre es un «orgullo trabajar por tu pueblo», el secreto del éxito es «dedicarse en cuerpo y alma». Lo dice Santiago, la voz de la experiencia. Hagámosle caso.