El tic-tac de los conquenses

Leo Cortijo
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Los míticos relojes de la Óptica Notario, todo un icono de la ciudad, regresarán a la fachada del establecimiento en unos días después de que se haya renovado por completo su estructura, sustituyendo el hierro por el acero.

El tic-tac de los conquenses - Foto: Reyes Martínez

Todo el mundo se lo pregunta con cara de sorpresa. Los hay que se personan en la misma óptica, otros tantos llaman por teléfono y una parte mayoritaria para a Pedro cuando camina por la calle con el objetivo de despejar el gran interrogante: ¿Dónde están los relojes de Notario? Algo falta en la principal arteria de la ciudad desde hace unas semanas, en concreto desde la pasada Navidad, y no han sido pocos los que han reparado en esta tan reseñable ausencia. No es para menos. Forman parte de la idiosincrasia de la ciudad. Para muchos, llevan ahí toda la vida y son una porción indisoluble del paisaje urbano. Son el tic-tac de los conquenses.

Tranquilidad, que no cunda el pánico. Los relojes volverán a su sitio. Y, además, más pronto que tarde. Así lo espera el responsable del negocio del que dependen, y es que las previsiones de Pedro Notario dibujan que la semana que viene estos iconos de Carretería regresen una vez que hayan pasado por la sala de operaciones. La madre del cordero radica en que la estructura de los mismos, de hierro, «estaba oxidada y totalmente destrozada». Cayeron en la cuenta cuando las agujas de uno de estos emblemas dejaron de funcionar porque le había entrado agua. Al abrirlos descubrieron el pastel y Pedro decidió que, «costase lo que costase», había que hacer una nueva estructura, impermeable y de acero, para que pudieran resistir con mayores garantías el paso del tiempo.

Ha sido un trabajo «costoso» porque el hierro es fácil de trabajar, pero el acero no tanto y hacer una estructura de este calibre no es tarea sencilla. Pedro no sabe con exactitud lo que terminará costando el arreglo, pero en lo que no duda ni un ápice es que había que hacerlo sí o sí. «No volver a poner los relojes era para mí como matar del todo a mi padre porque para él lo eran todo», comenta convencido al tiempo que asegura que mientras él pueda, «van a seguir ahí».

Imagen de la calle Carretería durante la primera mitad del siglo pasado y con los relojes ya en la fachada de Notario.Imagen de la calle Carretería durante la primera mitad del siglo pasado y con los relojes ya en la fachada de Notario. - Foto: Archivo

El listón hay que mantenerlo en lo más alto y la tradición debe perdurar. Hace nada, comenta, vio una publicación que hacía referencia a un Pleno municipal de mediados de los años 20 del siglo pasado en el que se daba permiso para instalar los queridos relojes en una columna en la acera. De ahí, relata, pasaron a la fachada, primero con unos soportes «muy bonitos» de hierro forjado y que también tiene guardados, por cierto. Después, cuando él nació –hace ya más de 50 años– tiraron la casa abajo y levantaron una nueva. Eso supuso que los relojes volvieran a quitarse y a ponerse, ya con los soportes que hasta ahora conocíamos.

Otros arreglos. Ésta no es la primera vez que estos testigos del tiempo pasan por quirófano. Hace 15 años aproximadamente, además de que la maquinaria se estaba estropeando porque era muy antigua, una de las esferas, que eran de cristal, se partió por los cambios de temperatura y la incidencia de la iluminación, que entonces distaba mucho de ser de LED y era muy perniciosa para el bienestar de los relojes. Las esferas se cambiaron por unas de metacrilato y también se modificó el sistema para manejarlos «porque era de péndulo y ahora es electrónico». De hecho, algo que mucha gente no conoce es que dentro de los relojes que vemos colgados en la fachada de la óptica «solo hay un motor que mueve las agujas, porque en realidad se controlan desde dentro del establecimiento».

Hay veces que no eres consciente de lo que tienes hasta que lo pierdes. A mucha gente le ha ocurrido y al no verlos en su lugar habitual han echado de menos el servicio que ofrecían. «Nunca pensé que los conquenses los miraban tanto ni que eran tan queridos por todos», comenta Pedro, para el que ser el propietario de esta institución en la ciudad «no es una responsabilidad, sino un orgullo tremendo». Un sentimiento que arropa gracias a todos los comentarios que le han transmitido. Los toma –remata– como prueba del «cariño» que le tenían a su padre «por lo que hizo y por lo que fue».

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