El buen yantar

Leo Cortijo
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Tras una década deleitando paladares en un templo de la hostelería conquense como 'Nazareno y Oro', el gran Quico Pérez amplía su oferta gastronómica con una nueva tasca.

El buen yantar

Pisar el que es su templo por antonomasia en la ciudad, Nazareno y Oro, es sinónimo de chuparse los dedos. Y de salir rodando. Porque en casa de Quico se come mucho y, todavía más importante, se come muy bien. De sobra lo saben todos aquellos fieles del buen yantar que desde el año 2010 han peregrinado a este trocito de tierra santa. Un horno de leña tradicional y el cochinillo, la paletilla de cordero lechal o el solomillo de vaca lo corroboran en cada visita. Primero en la calle Mateo Miguel Ayllón y después en Colón, el buen hacer de Quico en los fogones ha conquistado paladares y, en algunos casos, hasta corazones. El hoy maestro fue en su día un alumno aventajado de dos tótem absolutos de la cocina. Quico se formó en primera instancia con Manolo de la Osa en aquella mítica catedral que fue Las Rejas, en Las Pedroñeras. No contento con ello, después hizo lo propio con el gran Pedro Subijana en un Akelarre que reúne una constelación de estrellas Michelin.

Creció y emprendió camino por su cuenta y riesgo. El primer paso lo dio en el El Banzo, y cinco años después se enfundó túnica y capuz para vestirse de Nazareno y Oro. Tras más de una década y de haber dado respuesta a todas las marejadas que se le han presentado, la familia crece. Desde hace un mes atiende a sus parroquianos en un nuevo enclave: Tasca Nazareno. En plena Puerta Valencia, el chef turolense ha apostado por un concepto totalmente innovador. «Algo más informal y dinámico», comenta ilusionado.

El objetivo no era hacer lo mismo que ya hacía en su primer negocio, y lo ha conseguido. El establecimiento está pensado para pasar un buen rato y comer «producto de cercanía y de temporada» a través de una cocina «de calidad». Todo servido en siete mesas altas y sin reservas, elevando a la enésima potencia el concepto de tasca en pleno siglo XXI.

Punto y aparte merece la decoración del nuevo hogar de Quico, y es que no puede estar montado con más gusto. El hierro tallado de José Luis, el herrero de San Antón, pone nombre y da la bienvenida a un local en el que destacan por encima de cualquier otra cosa las tablas retiradas del Puente San Pablo. Éstas forman un mosaico que se completa con la luz que emite un grupo de tulipas nazarenas. El «contrapunto» a ese sabor añejo lo aporta otra de las paredes, mucho más vanguardista, y que ha contado con la colaboración de un amigo picapedrero de Las Pedroñeras, de la firma Da Capo Escultura. Esas dos formas de entender el continente de la nueva tasca se extrapola también a la forma de entender el contenido, es decir, lo que sale de la cocina. «Tradición y modernidad», subraya Quico para explicar el «nuevo concepto» que quería conseguir.

Tasca Nazareno viene, en palabras de su creador, a asentarse como un puntal de la oferta hostelera de la ciudad. Algo pensado tanto para propios como para extraños. Y es que a la hora de comer da igual de dónde se sea, si de Cuenca o de cualquier rincón del planeta. A todo el mundo le gusta comer bien. Comer, comer. Como Dios manda. El buen yantar de Sancho Panza, que se viste del morado nazareno. En forma de restaurante o de tasca, pero siempre bajo el sello del gran Quico.