40 años de 'Toro salvaje'

Laura Tabuyo (EFE)
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La película de Scorsese, que ganó un Oscar a mejor montaje y otro a mejor interpretación masculina, la de De Niro, no convenció a la crítica

Robert De Niro (i), junto al realizador, da vida a Jake LaMotta, uno de los personajes más controvertidos de la Historia del cine.

El 18 de diciembre de 1980 se estrenó Toro Salvaje, el ejemplo más brutal del cine de Scorsese, que cuenta el ascenso, caída y redención del famoso boxeador Jake LaMotta, interpretado por un Robert De Niro que se unía por cuarta vez al realizador neoyorquino y que se llevó su segundo Oscar por su magistral trabajo.

La cinta, que se presentó el 13 de noviembre de 1980 en el Ziegfeld Theatre de Nueva York, basada en Raging bull: mi historia, la autobiografía de LaMotta, destaca por su arriesgado blanco y negro que Martin Scorsese vio fundamental para diferenciarse de Rocky (Sylvester Stallone, 1976), ganadora del Oscar a la Mejor película tan solo tres años antes.

El filme contaba, además, con el guion de Paul Schrader, que ya había trabajado con Scorsese en Taxi Driver (1976), pero que aquí tuvo que ver cómo su libreto era prácticamente reescrito, conservándose, eso sí, su esencia gracias a esos personajes alienados de masculinidad y sexualidad problemáticas.

De hecho, Jake LaMotta comparte muchas similitudes con el Travis Bickle de Taxi Driver -más allá de estar los dos interpretados por De Niro-, en su incapacidad para entender el mundo que le rodea y en sus reacciones de rencor y furia.

No obstante, el Martin Scorsese de Taxi Driver poco tenía que ver con el que se puso detrás de las cámaras en Toro salvaje. Su última película, New York, New York (1977), había resultado un fracaso y, además, su adicción a la cocaína le tenía en una situación límite.

El realizador había dado con el proyecto que le sacaría de su depresión, y junto a él, Robert De Niro, en una de sus interpretaciones más recordadas, que preparó a conciencia, entrenando durante más de mil asaltos junto a LaMotta y alcanzando los 72 kilos de masa muscular, para, posteriormente, engordar casi 30 kilos y retratar el declive del Toro del Bronx.

Todo ello durante un rodaje que duró 20 semanas y que se localizó, mayoritariamente, en Nueva York, en los barrios del Bronx y Hell’s Kitchen, con la aparición del mítico Gleason’s Gym, en el que entrenaba LaMotta con su hermano, y en algunas zonas de Los Ángeles.

Localizaciones fundamentales para hacer fluidas la multitud de saltos temporales y elipsis de una cinta que se articula a partir de la relación que LaMotta mantiene con su hermano, al que interpreta Joe Pesci; con su mujer, a la que da vida Cathy Moriarty, y la tormentosa relación que el boxeador mantiene consigo mismo.

Una relación autodestructiva a la que Scorsese pone fin, dando a su vez cabida a la redención, con el Evangelio de San Juan, XI 24-26, en el que los fariseos llaman al que había sido ciego y este les contesta: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo».

En un estilo de montaje vertiginoso, que, según palabras de Scorsese, está inspirado en la escena de la ducha de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), y que, como curiosidad, mezcla una velocidad de 24 fotogramas por segundo (la estándar) en las escenas de pelea, con una sobrecarga de 48 fotogramas por segundo en las escenas en las que LaMotta está en su rincón del ring.

Este clásico no convenció originalmente a la crítica, que veía a LaMotta como «uno de los personajes más repugnantes de la Historia del cine», como escribió Kathleen Carroll, del New York Daily News, pero sí logró el reconocimiento de la industria, recibiendo dos Oscar al mejor montaje y a la mejor interpretación masculina para De Niro.