Los límites del perfeccionamiento humano

Raúl Casado (EFE)
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La ética, por encima de la tecnología, marca hoy por hoy los límites en el uso de ingenios que mejoran las capacidades del hombre y que conviene regular antes de que tarde o temprano se extiendan

Las tecnologías que permiten perfeccionar el cuerpo (como los exoesqueletos o los microchips bajo la piel) y aumentar las capacidades humanas se abren camino con fuerza, pero los temores a que puedan aumentar las desigualdades o generar conflictos sociales hacen que sus límites estén más en el campo de la ética que en el de la ciencia.

Nadie cuestiona una bomba de insulina, ni un marcapasos, ni una prótesis o un brazo biónico, ni las múltiples aplicaciones tecnológicas que están transformando la medicina y la práctica clínica, pero las incertidumbres se disparan cuando se trata de microchips que se instalan bajo la piel o de dispositivos diseñados para perfeccionar y mejorar el cuerpo humano, y no para suplir una carencia o un problema.

Algunos expertos advierten que muchas de estas tecnologías han llegado y se van a quedar y de que no se trata ya de ciencia ficción, pero también hablan de la importancia de establecer reglas de convivencia que eviten una segregación entre las personas «mejoradas tecnológicamente» y las «analógicas» o del riesgo de que personas con mayor poder económico puedan cobrar una ventaja competitiva mejorando sus capacidades físicas o mentales.

La ingeniera industrial Elena García, del Centro de Automática y Robótica de la Universidad Politécnica de Madrid y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), observa que todos los avances tecnológicos plantean interrogantes éticos, y aunque en este caso el debate está todavía en ciernes porque las posibilidades aún son muy limitadas, ha incidido en la importancia de hacer un profundo análisis de hasta dónde llevaría un uso de estas tecnologías basado solo «en el capricho».

Especialista en el uso de exoesqueletos para ayudar a combatir los problemas de movilidad que generan las enfermedades neurológicas, Elena García explica que esta tecnología «empieza a ser una realidad» y cada vez hay menos resistencias a utilizarla. Los exoesqueletos son más ligeros y más eficaces, y según incide, su uso puede ser médico y clínico para superar una dolencia o una patología, o, sin que medie ningún problema, para superar alguna limitación humana.

«Estamos en una fase en la que podemos vivir una eclosión de esta tecnología», señala García, y precisa que los exoesqueletos de uso industrial consiguen repartir mejor el esfuerzo físico de un trabajador o aumentar la capacidad de carga evitando además las lesiones; y en los de uso clínico existe ya una tecnología contrastada que ayuda a la recuperación de lesiones con resultados muy satisfactorios.

La ingeniera prefiere hablar de «complementar capacidades» más que de aumentarlas, «porque pocas de estas tecnologías llegan a superar las capacidades humanas, más bien complementan aquellas que se han perdido por causa de alguna enfermedad».

Un robot-cirujano, por ejemplo, puede aportar precisión y seguridad en una intervención y hacerla mínimamente invasiva o un exoesqueleto amplificar la fuerza de un operario y evitar así dolencias musculares, observa la investigadora, y se muestra convencida de que, como en otros aspectos de la vida, también se regularán las posibilidades de incorporar tecnología al cuerpo humano «por capricho».

Regulación y seguridad

Marco Preuss, director del equipo de Análisis e Investigación Global de la empresa de ciberseguridad Kaspersky, explica que las tecnologías que permiten aumentar las capacidades humanas, usadas hasta ahora sobre todo con fines médicos o militares, están ya ganando impulso y empieza a haber una importante demanda. En ese sentido, se refiere a las aplicaciones o dispositivos de realidad aumentada o a los implantes de chips bajo la piel basados en técnicas de radiofrecuencia que permiten ya hacer muchas operaciones (identificarse o hasta pagar).

«Es realmente difícil predecir cómo va a evolucionar, pero es probable que veamos tecnología que utilice datos humanos para mejorar la vida, como sensores de movimiento; que los proyectos de edición del genoma tengan éxito; o que seamos testigos de modificaciones del genoma humano en la vida real», opina.

Si esas tecnologías están controladas y se desarrollan con el objetivo «claro» de mejorar la vida de las personas, no habrá controversia, según este especialista, quien apunta la complejidad ética si se trata de aplicar esos conocimientos para crear «supercapacidades» humanas y apela a la responsabilidad de los gobiernos y de la industria para que esas tecnologías se desarrollen de una forma regulada y segura.

La regulación de los desarrollos tecnológicos debería además servir «para no repetir los errores del pasado», advierte Marco Preuss, quien observa, por ejemplo, los errores que se han cometido durante el desarrollo y la implantación del llamado internet de las cosas que posibilita la interconexión digital de muchos objetos cotidianos (cerraduras, luces, asistentes de voz o electrodomésticos), pero donde la seguridad «fue algo secundario».

El investigador de esta empresa, David Jacoby, apunta que inicialmente este tipo de tecnologías estarán solo disponibles para un grupo limitado de personas, pero considera que los primeros beneficiarios son también los que más se arriesgan y se enfrentan a problemas. «Cuanto más se integra una tecnología en la sociedad, más se adapta y menos riesgos surgen», señala.

Jacoby se pregunta si las personas con capacidades aumentadas tendrán más posibilidades o privilegios que las que no las tengan, pero su respuesta es clara: si la sociedad evoluciona de forma que uno tenga que perfeccionarse mediante tecnología para seguir siendo un empleado competitivo «entonces estamos contradiciendo el principio de libertad».