"De la Antena 3 que fundamos no queda nada"

R. Briongos
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Licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid y doctor en Periodismo por la Complutense, ha sido director en la revista SP, RNE, TVE y Pueblo. Fundó Antena 3 Televisión y sigue siendo fiel a su cita todos los lunes en Diario de Burgos

"De la Antena 3 que fundamos no queda nada" - Foto: Juan Lázaro

De él dijo la escritora Rosa Montero que tenía cara de prócer civilizado y el paso del tiempo ha dado a Luis Ángel de la Viuda (Burgos, 1932) un aire de patricio romano, como si no quisiera llevarle la contraria. Conserva una memoria prodigiosa que le permite recordar todo tipo de detalles y anécdotas de acontecimientos que han marcado el devenir periodístico de este país y que él vivió en primera persona. Pero es una memoria selectiva, porque ha logrado desterrar cualquier atisbo de rencor, incluso a aquellos tipos, varios, todo hay que decirlo, que le apartaron de sus diferentes funciones porque no estaban de acuerdo con su forma de trabajar y de entender la libertad. Lo que no ha cambiado es su amor por su ciudad natal, a la que sigue volviendo siempre que tiene ocasión, y de la que se ha convertido en su mejor embajador en la capital de España.

¿Cómo se ve la actualidad a sus casi 90 años y después de más de 67 de ejercicio profesional?

Pues igual que con 25. La actualidad es una droga que te penetra y te obliga a estar pendiente en todo momento. Yo paso de leer el periódico a escuchar la radio, ver un programa de televisión o revisar un libro, porque todo es actualidad. Es la única manera que conozco de estar vivo. El recuerdo es muy bonito, pero nunca dice nada.

¿Cree que corren buenos tiempos para la libertad de expresión o la ve amenazada?

Creo que no. Estamos en malos momentos para la libertad de expresión. No nos inmutamos porque un periódico informe de determinada manera sobre un asunto porque defienda sus propios intereses. Los que vivimos la censura y no lo digo como un elogio, al menos sabíamos a qué atenernos. En la Transición vivimos momentos mucho mejores para la libertad de expresión. Y vienen tiempos peores. A  mi me preocupa mucho que la gente joven no lea periódicos porque, ojo, la información de verdad sigue estando en los periódicos, en el papel, vaya. O, al menos, debería estarlo. Curiosamente, la prensa de provincias cuenta ahora las cosas mejor que la nacional. Leo en Diario de Burgos cosas que me interesan mucho más que lo que leo en periódicos nacionales.

 

La información de verdad sigue estando en los periódicos. En el papel, vaya

¿Y a qué lo achaca?

A que los periodistas no acaban de estar bien. Unos están mal pagados y otros están mal cuidados. El periodismo necesita medios, pero también mucho cariño, porque es un mundo muy hostil. Es curioso, pero por ejemplo la guerra entre Rusia y Ucrania la están explicando muy bien los militares. Son los que están dando las claves para entender ese conflicto. 

Ha hablado antes de la censura. ¿No cree que luchar contra ella servía para espolear el ingenio?

Ahí está el ejemplo de La Codorniz. No ha habido nunca más ingenio en la prensa española que en esa revista. Era una delicia. Por supuesto yo no defiendo la censura, he pasado tardes enteras esperando que me devolvieran una galerada después de revisarla. No es un mundo ideal, ni muchísimo menos, y yo no lo añoro, pero había auténticos artistas en burlar la censura, como el director de ABC Luis Calvo. Tomaba el pelo a la censura de una manera sensacional. Claro que él tenía una particularidad y es que había sido espía.

Y ¿cómo la sorteaban?

Pues por ejemplo cambiando las fechas de los acontecimientos o buscando contradicciones. Nosotros en SP (semanario del que fue director) hicimos cosas muy interesantes. Porque la censura te daba algunos arañazos, pero al final había, no diría un juego, pero sí una cierta competición. Los censores no eran muy listos porque de haberlo sido habrían sido periodistas.

Como la anécdota de su argucia para dar la noticia del fin del patrón oro en el dólar, una noticia que le habían prohibido emitir en el telediario.

Aquello fue totalmente involuntario. Cuando Nixon puso fin al patrón oro del dólar, en julio de 1971, el ministro llamó a Adolfo Suárez, que era director general de RTVE, diciendo que no se podía dar esa noticia. Franco estaba en el Pazo de Meirás, se informaba solo a través del Telediario y había que prepararle para que fuera asimilando esa noticia que cambiaba todo el mundo económico. Yo, como director de Televisión Española intenté negarme a esa censura, pero al final tuve que tragar. Yo sabía que al día siguiente no iba a poder salir a la calle de la vergüenza, pero obedecí a Suárez y ordené que no se diera. Hable con todos: con el presentador, con los de política… incluso con los de deportes.

¿Y entonces? 

Pues que con el que no hablé fue con el hombre del tiempo. Recuerdo que hacía un calor de espanto e inició su presentación diciendo 'en una época de cambios, en la que hasta EEUU elimina el patrón oro para el dólar, lo único que permanecen invariables son las altas temperatura en toda España'. Yo que estaba en mi despacho y le escuché, pensé: Aquí muere Sansón y todos los filisteos. Después me fui y no llamé a nadie para explicarme, porque era imposible que me creyeran que había sido involuntario. Además el ministro estaba completamente en contra de Suárez porque no le dejaba mandar la tele y pensó que quitándome a mí, al final iba a erosionarle. Pero al final no pasó nada.

 

Me resistí todo lo que pude a ser director de Pueblo pero me llamo el Príncipe y no pude negarme ya

En aquel entonces era el colaborador más estrecho de Adolfo Suárez ¿No le tentó dar el salto a la política como él?

A mi la política me ha gustado verla desde la barrera. Estuve tentado de presentarme a procurador en Cortes, pero hubo un pequeño incidente y desistí.

Su nombre llegó a sonar como Gobernador Civil de Tenerife.

A Adolfo Suárez le defraudó mucho que yo no quisiera ese puesto. Que conste que no me lo ofreció nunca porque yo nunca dejé que me lo ofreciera. En aquel momento se unieron dos circunstancias: que a mí se me había pasado el interés por la política y un profundo rechazo por parte de mi mujer, una burgalesa de la calle San Lorenzo que dijo que ni de broma.

En su época de director de TVE se creó Informe Semanal, el producto informativo más potente que ha tenido nunca esa cadena.

Sí, pero no solo eso. Hicimos La Cabina, Si las piedras hablaran, Juan Soldado… Entonces no existían las productoras, y en la 2 hacíamos cada semana un dramático producido por nosotros mismos. 

¿Cómo consiguió colarle La Cabina a la censura?

Un día, Salvador Pons, que era el director de programas me pasó el guión. Lo leí y pensé, esto tiene dinamita. Hablamos con Antonio Mercero y comenzamos a rodar. De vez en cuando, Suárez me preguntaba qué tal iba ese tema y yo le daba largas, porque mi estrategia era lograr algún premio internacional para que no se pudiera prohibir su emisión. Hasta que un día se puso serio y me dijo que quería verlo. Nos fuimos a la sala de proyección y yo notaba que se revolvía en el asiento. Cuando acabó nos miró y nos dijo: 'Sois todos unos cabrones'. Al día siguiente yo me hice responsable, presenté mi dimisión pero no me la aceptó. Dijo, 'vamos a ver qué hacemos', yo le conté mi idea y al final ganamos un Emmy. 

¿Y no tuvo más repercusión?

Bueno, recuerdo que el capitán general de Cataluña, que era el responsable del Gobierno en Telefónica, a efectos de estructura operativa, puso el grito en el cielo porque creía que era mala imagen para la compañía. No entendió nada, pensó que la gente se iba a quedar con la idea de que las cabinas funcionaban mal en España.

Hablando de Cataluña, suya fue la decisión de que las campanadas de fin de año se retransmitieran por primera y única vez desde allí y no desde la Puerta del Sol. 

Y fue un rotundo fracaso. Porque a pesar de lo que digan, Barcelona no se parece nada a Madrid.

En Televisión Española coincidió también con Félix Rodríguez de la Fuente. ¿Cómo era?

Era un personaje fantástico. Tenía verdadero amor a la naturaleza, una capacidad de comunicación casi insuperable. Guardo muy buen recuerdo de él. Tuve que echarle una mano cuando iba a hacer su serie americana y se encontró con el problema de que no podía llevarla a cabo por la imposibilidad que tenía entonces TVE de manejar divisas. Yo me plante y le dije a Suárez que, o se hacían esos programas, o yo me iba. Cuando me preguntó por qué le dije que porque es de Burgos y los de Burgos nos ayudamos entre nosotros. Y al final se hizo.

 

¿Cómo recuerda su salida de TVE?

A Suárez le iban a nombrar ministro de Información y Turismo y dejó la tele, pero al final Franco hizo unos movimientos y Suárez se quedó colgando de la brocha. El que le sustituyó me pidió que me quedara, pero yo tenía un pacto con el presidente del Banco de Bilbao para irme de director de comunicación, un puesto que hasta entonces no existía. Además yo sabía que tenía que irme, porque cuando sucedió la revolución de Irán, al primero que mataron fue al director adjunto de la tele, ja, ja, ja. Sabía que tenía que cambiar y a mi, que solo sé hacer periodismo, el mundo financiero también me resultaba sugestivo.

¿Qué es lo que más le marcó de Adolfo Suárez?

Yo me entendí muy bien con él. Muy bien. Pero tenía la condición del político y es que no se fiaba de nadie. Era superior a sus fuerzas.

Cuentan que, tras una negociación, contaba las cosas con un matiz diferente a cada uno para que, en caso de que se filtrara el asunto, saber quién había sido el culpable.

Yo no tengo conciencia de ello porque a mí no me lo hizo. Era político pero no era diabólico. Y tenía la convicción de que no tenía la suficiente formación intelectual. Por eso el Rey y Torcuato (Fernández Miranda) entendieron que era un hombre para la transición pero no para la continuidad y ese fue su final. Ahora, no he visto a nadie con tanta vocación y olfato político.

Y después llego la dirección de Pueblo.

Eso fue contra mi voluntad, pero sobre todo contra la voluntad de mi mujer. Pueblo era un sitio siniestro. Totalmente controlado todavía por Emilio Romero. Era un periódico que entonces perdía 3.000 millones de pesetas al año. Me negué todo lo que pude, pero al final me llamó el entonces príncipe Juan Carlos y tuve que aceptar. Que conste que no lo hice por devoción a la Corona, sino porque pensé que si no lo aceptaba iba a tener un futuro más negro que el carbón. El periódico era sugestivo, pero estaba totalmente basado en la corrupción. Ojo, el resultado final a veces era bueno y otras extraordinario, pero por ejemplo en el taller había tres fontaneros que estaban permanentemente en casa de Emilio Romero haciendo chapuzas. Cuando murió Franco yo pensé en irme, pero no me dio tiempo porque me echaron antes.

¿Cómo fue?

Pues que me echó Rodolfo Martín Villa y además de muy malas formas. Pueblo era muy oscuro, después de irme yo hubo una reunión en la que llegaron a sacarse pistolas, pero periodisticamente había gente muy buena. Por ejemplo estaba Arturo Pérez Reverte, que estaba casi de becario, desde luego no en nómina. 

Antena 3 es ya líder de audiencias. ¿Que queda de aquella cadena que usted ayudó a crear junto a Manuel Martín Ferrand?

Nada. No queda ni el título. Ni nos han invitado cuando han celebrado los 30 años. Tengo alguna relación personal con gente de allí, no institucional, y soy un adicto al informativo de Vicente Vallés. Nosotros rompimos el monopolio y eso está ahí. Trajimos todos los sistemas nuevos, probamos formatos nuevos al pasar programas de la radio a la televisión, que algunos funcionaron y otros no. Compramos los estudios a Unión de Explosivos y los tuvimos que adaptar. Éramos de los periodistas que preguntábamos e informábamos, pero también gestionábamos. Tengo un gran recuerdo. Todo eso se lo cargó Mario Conde, cuando entró en el accionariado con Murdoch y Asensio.

¿También ellos pidieron su cabeza?

Bueno, cuando llega Asensio, le dijo a Martín Ferrand que quería poner a un jefe de informativos nuevo. Y este le dijo que ni hablar y se marchó. Y yo con él. Yo todavía mantenía mi empresa (Serfusión) y aunque estaba totalmente ralentizada, no me costaba mucho echarla a andar de nuevo. Porque lo más desolador que existe es el día siguiente a que te cesan. Es que ese día no te llama ni la familia.

Usted trabajó en Mercadona antes de convertirse en esa gran cadena que es ahora. ¿Qué le enseñó Juan Roig?

Yo le tengo una grandísima admiración. Es un empresario fantástico, pero un personaje duro. Aprendí mucho de él. Nos llamó a Manolo y a mí cuando nos echaron y estuvimos trabajando en contacto muy estrecho con él y con su mano derecha, Carlos Calero. En su sector, es de los tres o cuatro mejores empresarios del mundo. Tiene otra cosa que es muy valenciana, y es que es un tratante. En el mejor sentido de la palabra. Ahora les toca pasar una época complicada.

¿Quién es a su juicio el mejor comunicador que ha conocido?

Sin duda, Manuel Martín Ferrand. Tenía una gran virtud, y es que le daba a todos los palos. Lo mismo hacía radio, que televisión que escribía. Lo único que hacía mal era buscar equipos. Se buscaba a veces unos colaboradores… Era también un emprendedor, aunque quizá no todo lo prudente que debiera, y una gran persona, incapaz de hacerle daño a nadie.

¿Y de los actuales?

Vicente Vallés me parece muy interesante. Pero es que ahora hay muy poquito. La presentadora del telediario, por ejemplo, lleva 30 años leyendo papeles y nada más

¿Qué periódicos sigue habitualmente?

El primero que leo es Diario de Burgos. Para enterarme, por ejemplo, de que ha venido una ministra a decir que el AVE no vendrá hasta dentro de unos meses. Y que igual, fíjese, pasa por Pampliega. Mi periódico de cabecera es, dependiendo de los temas, El Mundo o ABC.

¿Sigue siendo un firme defensor del periódico en papel?

Hombre claro. Después de tantos años defendiéndolo sería absurdo cambiar ahora a los 90 años.

¿Cuál es su próximos proyecto?

Vivir. Afortunadamente me he hecho unos análisis y me dicen que estoy bien. También hablar con mi nieto Bruno y el resto de mi familia. Y escribir también, sí. Estoy pensando en convertir la tesis que hice sobre la revista SP en unas vivencias más personales. En una especie de memorias de mi vida.