Una mente prodigiosa

Leo Cortijo
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Más 3.000 horas docentes en 20 asignaturas, 72 artículos en publicaciones científicas, 18 proyectos de investigación... David sienta cátedra y ocupa con todo merecimiento el Olimpo de la enseñanza.

Una mente prodigiosa - Foto: Esther Martínez

La más alta categoría en el escalafón docente de una universidad, la punta de la lanza del sistema educativo. El científico David Ávila Brande, doctor en Ciencias Químicas, ocupa el Olimpo de la enseñanza. Después de muchos años de duro, constante y tenaz trabajo, este conquense criado en el colegio de El Carmen, obtuvo la plaza de catedrático del departamento de Química Inorgánica de la Facultad de Ciencias Químicas de la Complutense de Madrid. Casi nada... y con apenas 45 primaveras. Circunstancia ésta, la de la edad, que no suele ser lo más habitual, y especialmente en la disciplina en la que este doctor ha encauzado sus designios.

Tras un catedralicio bagaje de más de tres lustros de docencia universitaria, el químico defendió de forma magistral un proyecto investigador basado en las redes cristalinas metalorgánicas, en un más que interesante recorrido desde la química reticular a los materiales funcionales. Defensa que no pasó inadvertida para el tribunal que le juzgó, pues valoró de forma muy positiva su trabajo, tanto como su amplísimo currículum vitae. David es una de esas pocas personas que, con todas las de la ley, puede opinar con autoridad o de forma dogmática y concluyente. David es una de esas pocas personas que puede sentar cátedra.

Los datos le avalan. Ha impartido más 3.000 horas docentes en 20 asignaturas distintas. Ha participado en la publicación de 72 artículos en revistas científicas y en comunicaciones orales en más de cien congresos nacionales e internacionales. Ha formado parte de 18 proyectos de investigación, en tres de ellos como investigador principal. Ha dirigido tres tesis doctorales y otras dos en curso. Y todo esto –insistimos–, con apenas 45 primaveras.

David es hijo de Cuenca y de la educación pública. Primero en El Carmen y luego en el instituto Fernando Zóbel. Los sobresalientes y las matrículas de honor en aquella época, por cierto, las cuenta casi por decenas. Pero a pesar de haber erigido sobre sus pies un auténtica fortaleza académica y de ser una mente prodigiosa, David es por encima de todo buena persona. Aunque esto no le puede extrañar a nadie, ya que tuvo la mejor 'simiente' posible. Una madre y un padre que se desvivieron por proporcionarle todo lo que necesitó en su camino hacia esta cima tan alta. Unos padres y una familia que ahora contemplan la gran obra del pupilo.

Aquel estudioso niño que desarrolló amor por la Química en su juventud, gracias a una «muy buena» profesora de COU, decidió encaminarse hacia ese destino ya con 17 años y merced a esa docente que tanto le «estimulaba» mientras prestaba atención en el aula. Hasta entonces, y con una sonrisa en la cara, reconoce que jamás habría pensado que llegaría a ser catedrático de Química. «Fue surgiendo», comenta entre risas y buscando como posible explicación aquel Quimicefa con el que jugó siendo un crío y con el que pudo «llegar a prender fuego a la casa».

Sea como fuere, hoy la química da sentido a su vida profesional... y, en parte, personal. Y es que «todo lo que hacemos y todo lo que nos rodea» es pura química. Y a pesar de los pesares –y hace bien David en defender su castillo– la inversión en ciencia y en investigación es «muy poca». Ahí queda mucho trecho por recorrer... todo el trecho que este ilustre conquense ya ha andado y todavía le queda por andar. David es motivo de orgullo.