La huella del coronavirus, barrio a barrio

Leo Cortijo
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Vidas truncadas, fantasmas de una crisis económica y proyectos en 'stand-by'. Una amalgama de sentimientos que transitan entre la tristeza y la eterna duda. 'La Tribuna' analiza cómo se vive la pandemia en todos los rincones de la ciudad

La huella del virus, barrio a barrio - Foto: Reyes MartÁ­nez

No hay rincón en la ciudad que permanezca ajeno a los estragos de la pandemia. La onda expansiva de esta bomba vírica daña de forma gradual pero transversal desde su epicentro. Las perniciosas consecuencias, en mayor o menor grado, salpican a todos los conquenses, con indiferencia de su nivel económico, rango cultural o estrato social. El coronavirus no entiende de clases. Eso sí, cuando a unos el agua apenas les cubre las rodillas, otros ya la tienen en el labio inferior. Y los hay, y no son pocos, a los que ya les tuvieron que lanzar el salvavidas hace meses. 

Son vidas truncadas por el maldito ‘bicho’, pues ni siquiera el tiempo o la vacuna podrán reponer esas pérdidas. Es desempleo, ertes y precariedad laboral como fantasmas de una crisis económica contigua a la sanitaria. Son propuestas, ideas y proyectos que quedaron en stand-by y esperan a que el temporal amaine. Son eventos y actividades que se marcharon al limbo para no volver. Es una amalgama de sentimientos que transitan entre la tristeza, el abatimiento y la eterna duda. Son abrazos, besos, conversaciones y relaciones sociales que ya no son. Ésta es la huella del virus, barrio a barrio.

Una de las zonas de la ciudad que más nota la incidencia a pie de calle es el centro. El que debería ser el eje comercial y vertebrador arrastra desde hace años un mal que, tristemente, comienza a ser endémico. «La Covid-19 ha servido como catalizador de la situación que ya se venía viviendo en cuanto a la disminución de la actividad comercial», apunta Efrén Belinchón, miembro de la asociación de vecinos. Desde este colectivo, constituido recientemente, destacan que el comercio en la zona se reduce a «la mínima expresión», y es que «la mitad de los locales están cerrados y en otros tantos, por decirlo de alguna manera, hay comercio de baja calidad». En definitiva, no hay un «brillo o lustre» especial que anime a ir a comprar al centro, «es casi al revés», a excepción de un puñado de negocios que «aguantan de manera estoica». 

Efrén Belinchón, de la asociación de vecinos del centroEfrén Belinchón, de la asociación de vecinos del centro - Foto: Reyes Martí­nez

A este problema «acelerado» por el virus se une «el abandono, la dejadez y el deterioro» generalizado de los principales enclaves de la zona centro. Empezando por calles como Carretería y Colón, siguiendo por la Plaza de España y el edificio del Mercado y terminando por el Parque de San Julián. La Covid, además, ha mermado el tránsito de personas en la zona, impidiendo las mareas de paseantes otrora cotidianas. Lo cierto es que «quitando horas concretas y momentos puntuales de la semana, solo faltan las típicas bolas del oeste rodando por las calles...».

En la asociación vecinal temen que la pandemia ralentice o posponga los planes de revitalización y mejora previstos. «Vivimos con una actitud absolutamente cortoplacista, las decisiones se adoptan de un día para otro y eso retrasa la toma de decisiones en aspectos medulares o transversales que podrían servir como revulsivo para la ciudad», destaca Belinchón. En este sentido, creen que más allá de presentar nuevos planes ha llegado la hora de «ejecutar» una solución real y efectiva para la zona. Y es que «pasan las legislaturas, cada uno viene con su plan y, al final, de lo que iba a ser una peatonalización provisional con las tarimas, pasamos a ser la única vía peatonal de capital de provincia con aceras y con un pavimento provisional sin integridad urbanística y estéticamente feo». Es el parche como solución, pues «lo que empieza siendo transitorio se convierte en algo perenne». Por eso quieren que el coronavirus sirva como punto de inflexión para torcer el sentido de la curva: «Esto, que pone de manifiesto todas las carencias y problemas que tenemos, se debería utilizar como una oportunidad para reflexionar y darnos el centro que todos queremos».

CASCO ANTIGUO. De este punto neurálgico de la ciudad, viajamos a otro no menos importante, el que levita entre las dos hoces. Una de las primeras conclusiones que obtuvieron los vecinos del Casco Antiguo durante el encierro domiciliario es que «viviendo aquí, día a día, somos muy pocos». Así lo explica Gerardo Rubio, presidente de la asociación vecinal, que recuerda que cuando salían a aplaudir a los sanitarios apenas eran un puñado. De esta forma, el confinamiento hizo aflorar la infinidad de viviendas vacías, segundas residencias o apartamentos turísticos que inundan esta zona. Las patrimoniales y encantadoras calles del Casco lucen de una forma muy distinta a la habitual sin turistas o curiosos que las recorran. Aunque hay «más tranquilidad», la sensación reinante es que «el barrio está desangelado». 

Gerardo Rubio, presidente de la asociación de vecinos del Casco AntiguoGerardo Rubio, presidente de la asociación de vecinos del Casco Antiguo - Foto: Reyes Martí­nez

Ahora, con el cierre perimetral de la región, el toque de queda y las limitaciones sanitarias, casi todos los negocios de hostelería, los museos, los monumentos y los centros culturales que jalonan este enclave se encuentran cerrados. De esta forma y exceptuando, por ejemplo, la entrada y salida de los niños del Colegio El Carmen, «apenas hay actividad». Lo cierto es que el Casco parece sideralmente distinto al que se vio, sin ir más lejos, este mismo verano.

Por otra parte, la pandemia también ha puesto de relieve una de las carencias más importantes del barrio, algo «vital» que «venimos reivindicando desde hace tiempo y que ahora se ha acentuado». Se trata de la ausencia de fibra óptica. En este momento, cuando muchas empresas o instituciones públicas han optado por el teletrabajo, no son pocos los que desarrollan su labor desde casa. Por esa razón y por la limitación en la conectividad, «los ordenadores van muy lentos y subir o bajar algo de la red se puede hacer eterno». Gerardo explica que desde el Ayuntamiento, al que han transmitido esta petición un sinfín de veces, les comunican que la solución puede tardar «un año o dos».

Lo que sí saldrá adelante en 2021 y el virus no podrá parar son los remontes mecánicos. Con todo, la asociación contempla este proyecto con mucha cautela. Empezando porque «se hace más para los turistas que para los vecinos». En esta línea, entienden que es «más recomendable», y así lo han transmitido, la opción del ascensor de Matadero Viejo. Además, argumenta el presidente del colectivo, «dudamos muchísimo que en dos años estén hechos». Creen que las obras de los remontes se pueden alargar en el tiempo mucho más allá de eso ante cualquier eventualidad o circunstancia sobrevenida. Y para justificarlo utilizan como ejemplos los 15 años que tardó en terminarse la Torre de Mangana o los nueve del Jardín de los Poetas.

María del Carmen Checa, presidente de la asociación de vecinos del CasablancaMaría del Carmen Checa, presidente de la asociación de vecinos del Casablanca - Foto: Reyes Martí­nez

CASABLANCA Y FUENTE DEL ORO. Descendemos cual cortejo procesional en primavera y visitamos algunos de los enclaves céntricos más representativos de Cuenca. En el barrio de Casablanca nos recibe María del Carmen Checa, presidenta de la asociación de vecinos. Cuando se le pregunta por la incidencia del coronavirus en su zona de influencia, casi con la voz quebrada, apunta directamente a los muchos vecinos que el «maldito» Covid se llevó por delante durante la primera ola. «Era una tristeza tremenda, te asomabas y no veías a nadie en el barrio; además recibíamos noticias de conocidos que iban falleciendo y lo peor era no poder acompañarles en esos momentos tan difíciles», relata.

Esa sensación tan dramática y dolosa la comparte su homólogo de Fuente del Oro, Antonio Gómez. Además de las vidas cercenadas por el virus, «que han sido bastantes en el barrio», él pone el foco también en la sustancial merma de las relaciones sociales entre vecinos. Es un barrio de avanzada edad y, por tanto, de riesgo para que el virus actúe a sus anchas, y eso se nota de forma notable en el día a día ya que «hay más miedo a salir a la calle» y el trato entre los residentes de la zona no es el que era «por miedo a contagiarte o a contagiar». Ahora las conversaciones en torno a un café, los paseos en grupo o la camaradería en un banco del barrio se cuentan con los dedos de una mano. Si es que se cuentan…

En ambos vecindarios ha repercutido en lo negativo la falta de actividades en sus colectivos vecinales. Las restricciones lo han evitado. En Casablanca, «que siempre ha sido una asociación muy activa», han tenido que cerrar su sede y dejar todos sus actos «aparcados», cuando en algunos la participación era masiva. Desde excursiones micológicas hasta talleres musicales, pasando por actividades para los más pequeños de la casa. La vida se ha parado incluso en el centro de mayores del barrio, que servía como punto de reunión para comer, charlar, jugar, leer, hacer gimnasia o incluso conectarse a internet.

Antonio Gómez, presidente de la asociación de vecinos de Fuente del Oro.Antonio Gómez, presidente de la asociación de vecinos de Fuente del Oro. - Foto: Reyes Martí­nez

En ambos casos, las parroquias siguen siendo el asidero para muchos de los vecinos. Tanto la de Santa Ana en Casablanca como la de San Julián en Fuente del Oro, mantienen el pulso del barrio y son un fiel termómetro de la situación social que se vive. Antonio destaca que, «viviendo lo que estamos viviendo, es una forma de estar en contacto» y reducir así el socavón tremendo que originó este terremoto. Asimismo, no hay que olvidarse de la labor que realiza Cáritas a través de las parroquias, pues –y eso es algo que María del Carmen ha notado– el número de familias que necesitan ayuda es cada día mayor. «La crisis económica se está notando, cada vez son más las personas que están en erte o se han quedado sin empleo», apunta. Desde la propia asociación iniciarán en breve una campaña de recogida de alimentos y juguetes para aportar su granito de arena.

En Fuente del Oro, «quizás», el cinturón de la crisis no aprieta tanto, por el momento, como en otros barrios de la ciudad. Una gran parte de sus vecinos –en torno a un 70 por ciento, entiende Antonio– son pensionistas y por eso no les afecta «de forma tan directa». Ahora bien, completa, «sí lo hace de forma indirecta» porque tienen hijos o nietos que han tenido que cerrar negocios o han sido despedidos de su trabajo. La gente joven de la barriada, por supuesto, lo sufre igual que cualquier otro conquense.

Así las cosas y como las necesidades en este momento transcurren por otros derroteros, observan cómo sus reclamaciones comunales se van retrasando. Especialmente en Casablanca, donde María del Carmen apunta que la lista de tareas por hacer es «interminable», empezando por la casa en ruinas del Paseo de San Antonio y terminando por el arreglo de la Plaza de Santa Ana o las escaleras de la calle Priego, «donde ya se han caído tres vecinas». En Fuente del Oro lamentan que las reuniones presenciales con las instituciones se han parado por el protocolo sanitario y que «no es lo mismo» hablar de estos temas por teléfono. Celebran, eso sí, que se hayan renovado los bancos y las farolas, pero instan –más allá de una renovación integral del barrio– a mejorar la comunicación con otras zonas a través del autobús urbano «que nos quitaron en su día y todavía no ha vuelto».

Faustino Muñoz, presidente de la asociación de vecinos de La PazFaustino Muñoz, presidente de la asociación de vecinos de La Paz - Foto: Reyes Martí­nez

LA PAZ Y SAN FERNANDO. Las pulsaciones en el día a día y a pie de calle también han bajado en el barrio de La Paz. Como ocurría en Fuente del Oro, sus vecinos, por lo general, son gente mayor a la que le cuesta mucho más salir de casa desde que existe la amenaza del Covid. «Las relaciones entre nosotros se han reducido», explica Faustino Muñoz, presidente del colectivo vecinal. Y es que «eso de juntarse en el banco ya no se ve ni de broma, como tampoco el pararte a hablar en mitad de la calle con otros vecinos». Más trágica todavía es la incidencia directa de la enfermedad, que estiman que ha acabado con la vida de en torno a una veintena de residentes.
Por otro lado, la idiosincrasia tan particular de la zona hace que muchos locales, en los que hay comercios y bares, fundamentalmente, sean de dimensiones tan pequeñas que resulte prácticamente imposible tenerlos abiertos con las actuales medidas sanitarias. Por eso, y salvando algunas excepciones, «la actividad comercial está muy mermada».
Desde la asociación, por otra parte, continúan con sus peticiones y desean que la pandemia no las posponga más en el tiempo. La más importante de todas, sin duda, es la renovación integral del barrio, ya contemplada en el Plan de Obras y Servicios de 2019, según apunta Faustino. «El alcalde nos dijo que antes de que terminara este año se empezaría, pero ahora con el coronavirus la burocracia de la Administración se demora algo más en el tiempo». Hay que recordar que esta agrupación lleva reclamando esta «necesaria» actuación desde hace mucho años. Faustino cree que la necesidad es acuciante porque el barrio está «destrozado mires por donde mires». Otra consecuencia directa de la pandemia es que no cuentan todavía con un centro social, pues «en teoría iban a cedernos un aula del colegio viejo de La Paz, pero como lo han utilizado se ha parado».

En el barrio de San Fernando las necesidades económicas y la baja actividad comercial y hostelera se deja notar menos que en muchas otras zonas de Cuenca. En este punto el crochet a la mandíbula es menos contundente y eso es algo que se observa en la calle. Es lo más parecido a la época prepandémica. Aunque sufren las consecuencias, lo hacen en menor grado porque los negocios han cambiado conforme a las necesidades. «La gente sale a comprar por las mañanas y las terrazas de los bares, que se han adaptado al frío, tienen clientes desde que abren hasta que cierran», explica la presidenta de la asociación de vecinos, Saturnina Manzanares.

En otro orden de cosas, en la agrupación lamentan que no se les dé respuesta a una de sus peticiones sempiternas, y es la cesión –que puede ser compartida con otros colectivos– de un local ubicado en Fermín Caballero, propiedad del Ayuntamiento, para utilizarlo como centro social. «Lo hemos pedido por activa y por pasiva desde hace mucho tiempo, no nos dan ninguna respuesta y el local lleva cerrado y sin uso cuatro o cinco años», sentencia la presidenta al respecto.

Saturnina Manzanares, presidenta de la asociación de vecinos de San Fernando.Saturnina Manzanares, presidenta de la asociación de vecinos de San Fernando. - Foto: Reyes Martí­nez

TIRADORES Y LAS QUINIENTAS. Terminamos nuestro particular viaje por la ciudad de Cuenca en dos de los barrios más populares y señeros de su geografía: Tiradores y Las Quinientas. En el primero de ellos nos dan la bienvenida las máximas responsables de sus dos asociaciones vecinales, Mercedes Fernández, de la parte alta, y Josefina Panadero, de la baja. Ambas coinciden al señalar la singularidad del barrio, que lo hace único y excepcional. Además de ser un vecindario poblado fundamentalmente por gente mayor, la orografía del mismo hace mucho más difícil que salgan a la calle como lo hacían antaño. «No hay vida en el barrio», comenta Mercedes, «la gente mayor no sale apenas y el resto vamos a trabajar y volvemos a casa». No ayuda en este sentido el laberíntico trazado de las calles, el estado de las mismas, su pendiente natural o la poca accesibilidad de muchas viviendas. Eso, en definitiva, «reduce la movilidad», entiende Josefina.

Asimismo, en otros puntos de la ciudad, existen zonas verdes o plazas en las que confluyen, cual ágora, muchos de los vecinos. En Tiradores no existe esa posibilidad.

«Aquí hay infinidad de calles que no confluyen en un punto en el que nos podamos juntar», destaca Mercedes, y eso cimenta que todavía haya «más aislamiento» y menos relaciones entre los vecinos. Además hay que tener en cuenta que muchas de esas personas viven solas, ya que sus hijos y nietos residen en otros puntos de Cuenca o, incluso, en otras ciudades.

Mercedes Fernández y Josefina Panadero, presidentas de las asociaciones de vecinos de Tiradores.Mercedes Fernández y Josefina Panadero, presidentas de las asociaciones de vecinos de Tiradores. - Foto: Reyes Martí­nez

Por todo, sus reivindicaciones como colectivo tienen un mayor sentido si cabe. Mercedes, por ejemplo, pone el foco en la necesidad imperiosa de arreglar varios puntos concretos del barrio, y es que «hay muchas carencias a pie de calle». «Parece que íbamos a empezar a hacerlo y con esto del Covid se ha parado de golpe, se ha quedado en stand by», apostilla. Aunque se ha llevado a cabo la mejora del alumbrado y algunas pequeñas reparaciones, «todavía queda mucho por hacer». Su homóloga de la parte baja entiende que la nómina de peticiones es «larga», pero centra el tiro en la calle Almendros, cuyo estado es «lamentable», y se da la circunstancia de que es «donde más gente mayor vive». Mención aparte, señalan ambas, es la necesidad de crear alguna zona verde o de esparcimiento público, «y más en estas circunstancias», así como el control del tráfico rodado proveniente de zonas aledañas.

Otra consecuencia importante a tener en cuenta es la erosión económica que produce el virus en el barrio. En este sentido, y partiendo de la naturaleza obrera y humilde de Tiradores, llueve sobre mojado. Cada vez son más las familias afectadas por las réplicas del seísmo y las que necesitan la ayuda de, entre otros recursos asistenciales, Caridad Cristo del Amparo, que se ubica en el barrio. Su coordinador, Fernando Díaz, explicaba a La Tribuna hace dos semanas que ahora atienden al doble de personas que antes del estallido de la pandemia.

Una situación muy similar de este desgraciado capítulo se vive en Las Quinientas. La cantidad de personas necesitadas ahora es mucho más alta que a principios de año. Además, cada vez son más familias conquenses las que sufren las calamidades. Cáritas parroquial de San José Obrero presta un servicio imprescindible, como también lo hace el economato de esta entidad social, enclavado en el barrio. «Nos conocemos todos y todos conocemos casos de alguien que se ha quedado en paro o que está en erte… hay gente que lo está pasando muy mal», explica la presidenta de la asociación de vecinos, Elena Castillejo. Esa identidad propia de Las Quinientas también posibilita que casi todos conozcan a la mayoría de fallecidos de la zona, «que no han sido pocos», porque éste es un barrio «en el que vive mucha gente mayor».

Elena Castillejo, presidenta de la asociación de vecinos de Las QuinientasElena Castillejo, presidenta de la asociación de vecinos de Las Quinientas - Foto: Reyes Martí­nez

Esta singular barriada de Cuenca, una de las más activas, intenta a duras penas recobrar el pulso perdido, pero es difícil por la actual normativa: «Hay más vida que en marzo y abril, está claro, pero con las limitaciones en los bares y en los comercios se nota que no es, ni mucho menos, como antes… Estamos desganados».

Una de las pocas razones para sonreír es la puesta en marcha de un proyecto muy demandado, como es el centro de mayores. «Llevamos diez años detrás de él y es necesario como el respirar», argumenta Elena. La pandemia no tiene por qué parar o retrasar el proyecto y eso les tranquiliza. Es más, piensan que dentro de la situación general de los barrios de Cuenca, «somos unos privilegiados». Por esta razón y mas allá de alguna incidencia puntual, Elena entiende que es más urgente actuaciones en otros puntos, como Casablanca, Tiradores o La Paz.