¡A por la sorpresa!

R.L.C.
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La labor artesanal que existe detrás del típico roscón de Reyes hace que llegue al paladar con toda la esencia de un dulce, de receta tradicional, que es imprescindible en la recta final de las fiestas de Navidad.

Gonzalo Martínez de los Ríos rellenando roscones de Reyes, y de fondo su padre, Juan Antonio Martínez, haciendo barras de pan en el obrador de Pastelería Cristina de Tarancón. - Foto: RIÁNSARES L.C.

Mientras que están quienes apuntan a un origen pagano de la época romana, en la que se celebraba con una torta redonda -parecida a la que se consume actualmente- que los días empiezan a ser más largos, hay quien se niega a pensar que su origen no sea cristiano, que su forma no sea por la corona de los Reyes Magos o símbolo del amor infinito a Dios. De lo que no hay duda es de que, el roscón de Reyes es el dulce imprenscindible en la recta final de las fiestas de Navidad. 

En Pastelería Cristina de Tarancón, en marcha más de 40 años, entre encargos, venta directa en su tienda o a domicilio, realizarán entre 1.000 y 1.200 roscones. «Me gusta innovar cuando hay tiempo, pero es verdad que la gente sobre todo lo prefiere relleno de nata, también de trufa y crema», explica el pastelero Gonzalo Martínez de los Ríos, que ha cogido el testigo de su padre y de su abuelo en el oficio.

Desde este obrador conquense, donde la jornada es de tres de la mañana a tres de la tarde, reivindican la labor artesanal que hay detrás de cada roscón para que hasta el paladar llegue en toda su esencia. «Hay que dedicarle mucho tiempo, la masa madre la preparamos dos días antes, los ingredientes son naturales y de primera calidad», explica el responsable de Pastelería Cristina, de donde salen a diario 3.000 barras de pan, más bollería casera y los dulces más típicos de cada época del año. 

«Es un trabajo muy duro, estoy muy orgulloso de que mis hijos quieran seguir el oficio que a mí me enseñó mi padre», comenta Juan Antonio Martínez, que alaba que para muchas personas siga siendo un aliciente «que trabajamos con materias primas buenas, sin conservantes, apostando por la calidad, y eso se nota frente a lo industrial».

Desde que comenzó la pandemia no han parado (salvo cuando hace un año fue imposible el tránsito unos días por Filomena), más bien todo lo contrario, en 2020 tuvieron incluso más pedidos, sobre todo a domicilio. Sí han notado que hay menos movimiento de gente, sobre todo en los pueblos de la zona en los que a diario reparten pan, y es que están siendo testigos de cómo muchos de ellos están cada vez más castigados por la despoblación.  «La mayor parte de la gente es de edad avanzada y para que el reparto sea seguro, con el mínimo contacto, pues nos dejan la bolsa en la puerta, con una nota y dinero, y nosotros les cobramos y les ponemos lo que necesitan», cuenta Sandra Martínez desde esta pastelería fundada por su padre que está demostrando que sabe adaptarse a los tiempos. Su aportación al centenario de Tarancón como ciudad es un pastel con pipas que aún se puede degustar.