El incendio (provocado) es Pedro Sánchez

Carlos Dávila
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El presidente se presenta vestido de bombero cuando en realidad es el pirómano con el mantra del cambio climático

El líder del Ejecutivo socialista durante la visita que realizó a la zona afectada por el fuego de Ateca. - Foto: Fabián Simón (EP)

Castilla y León vivió el lunes una situación muy crítica; casi desesperada. Los incendios vigentes, sobre todo el de la provincia de Zamora, no sólo no remitían, sin que, de pronto, aparecían otros nuevos que agravaban el desastre. Por ejemplo, surgió un foco, sumamente violento, que se desplazaba desde la vecina Galicia, concretamente desde Orense. Todo eso ocurría en el momento y hora en el que las autoridades regionales, municipales, asociaciones de voluntarios y todos los que están trabajando para paliar esta hecatombe, convenían en que necesitaban con toda urgencia más medios, más elementos técnicos, también humanos, para luchar contra el desastre, pero la respuesta era que España entera no disponía, ya en aquel momento, de ninguna posibilidad de agrandar ni el número de personas especialistas, por ejemplo la Unidad Militar de Emergencias, la celebrada UME, ni más medios específicos para remediar la tragedia ambiental, también humana, que el fuego estaba causando. La tarde transcurría en esta situación dramática, y sólo empezó medianamente a arreglarse cuando, bien entrada la madrugada del lunes al martes, las reclamaciones fueron escuchadas y los medios y los especialistas llegaron a su destino, al foco de las llamas.

 Esta constancia que describimos era absolutamente parigual en las otras regiones -casi todas- españolas que, como en el caso de Castilla y León, están padeciendo una catástrofe similar. Y, en medio de todo este infortunio, las víctimas y hasta los ciudadanos en general, echaban/echábamos de menos una mejor coordinación entre todos los llamados a dirigir políticamente el combate contra semejante fatalidad. Pondré un ejemplo absolutamente significativo: el presidente del Gobierno, ávido siempre de fotografiarse como si fuera realmente un explorador, aseguraba en Extremadura que la culpa única de los incendios en aquella región radicaba en el tópico «cambio climático». Pero, para especular sobre los auténticos causantes de las pavorosas llamas en Castilla y León se dirigía al Gobierno de Fernández Mañueco. 

Una contradicción tan subjetiva y un paradigma clásico de sectarismo e inoportunidad que provocó la unánime reacción de protesta de los ciudadanos gallegos. A Sánchez poco le importó que, según están asegurando todos los expertos- el 80 por ciento -escribo el 80- de todos los focos declarados ha sido la miserable mano de delincuentes humanos la que los ha producido. Los técnicos no se han andado con ambages: «Los incendios han sido voluntariamente provocados». Y eso que no han hablado también de los involuntarios, los motivados por irresponsables que han lanzado sus colillas de tabaco a las jaras o se han situado sobre sus tractores en las horas más terribles de la solanera.

 Como siempre que acaece una calamidad de este porte el Gobierno de Sánchez ha intentado extraer rédito político inmediato. Los ministros, singularmente el abrasado Marlaska, se han venido desplazado a los lugares asolados, pero ni siquiera han tenido la gentileza de comunicar su visita a dirigentes de cada región. Con este comportamiento han querido acuñar esta falacia: «Nosotros somos los que vamos a arreglar esto». Es decir: que Sánchez, como en cualquiera otra ocasión, se presenta vestido de bombero cuando en realidad es el pirómano. Desde este, y desde otros, puntos de vista, el incendio es realmente Sánchez. Ha encontrado en el consabido «cambio climático» la universal martingala que disfraza todas sus fechorías y sus fracasos. La apelación a este valor, tan desmedidamente manejado por los ecologistas de salón, no reconoce límites. Fíjense: el mismo día también en que los expertos, los ingenieros de montes que son los que en apariencia saben más de esta horrorosa cuestión, transmitían lo dicho: que en el 80 por ciento de los casos está siendo el hombre el que está quemando, casi siempre a posta, nuestros bosques y hasta nuestras praderas, Sánchez, volcaba sobre el susodicho «cambio» el delito mismo de los siniestros, o sea, una falacia manejada, esto es lo que debe preocupar a los funcionarios monclovitas, sin éxito alguno porque a Sánchez ya no le creen ni los suyos, tampoco la defenestrada Lastra y tantos más.

 Y es que en este punto del crédito no hay nada peor que le pueda pasar a cualquier individuo, ¡qué decir del que se dedica a la política! que no acumular ninguna credibilidad ante quien le escucha. Este es el caso. Otro dato: también en la misma fecha en que las llamas arrasaban España, se cumplía el triste aniversario del volcán de la isla canaria de La Palma. 

La pose

Pues bien, por doquier, en todas las radios y televisiones del país, surgían perjudicados que se quejaban, a cientos, de que todavía no habían podido regresar a sus hogares y que, encima, las ayudas que les había prometido el Gobierno de la Nación, aquellas que anunció, hendido de solidaridad, el inicuo Sánchez, no les habían llegado en absoluto. Ahora está haciendo lo mismo: tira de compromisos que ni siquiera sabe si va a poder cumplir porque, entre otras cosas, no sabe cuándo las urnas le van a devolver donde nunca debió salir, es decir, a su casa. A él le va la fotografía, la pose televisiva, nunca la ética, la moral, o la permanencia de los escrúpulos, aún dedicado, como está, a este menester en el que éstos no abundan precisamente.

 El incendio es él. Con la misma frivolidad, desparpajo y desahogo con los que echa la culpa a los demás, ahora mismo ha procedido a cargarse a su vicesecretaria Adriana Lastra con un argumente que, además, elimina de plano toda la propaganda falsaria del PSOE: la apuesta feminista. «Mi embarazo -ha dicho la que fue chica de Sánchez- me impide continuar». Otra mentira que Lastra se ha visto obligada a perpetrar para tapar la sublime decisión de Sánchez de prescindir de ella y de todo el que ahora no le vale para nada. 

Para el incendiario aún presidente del Gobierno, la verdad no existe, únicamente existe el aprovechamiento inmoral. Él es el incendio de España, el país donde, para mayor inri, nada le sale bien, al punto que, ya en puro chascarrillo, comienza a cuajar la idea envenenada de que Sánchez es un cenizo. La última prueba es la de las llamas que nos rodean. Para un político, aparte de la ausencia de crédito, lo peor que le puede suceder es que se le considere o un «membrillo modo Zapatero» o un gafe tipo aquel ministro del franquismo que cada inauguración triunfal se tornaba en un fracaso estrepitoso; llegó incluso a inaugurar un puente en un pueblo en el que no había río. El incendiario de España marcha por ese camino.