Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


En el centenario de la muerte de Marcel Proust (y III)

21/11/2022

                    El enorme edificio del recuerdo
El pasado viernes, 18 de noviembre, las librerías importantes de todas las ciudades y pueblos de Francia, exhibían en sus escaparates, relucientes como brasas, las obras de Marcel Proust, fallecido justo cien años antes, y las del nnevo 'boom' de las letras francesas Annie Ernaux. Emparejados por ese azar capcioso, ambos genios; pero con una diferencia clamorosa, y es que en tanto Madame Ernaux acababa de lograr el máximo galardón de las letras, el Premio Nobel de Literatura, Proust, como Joyce, como Kafka, como Tolstói, como Galdós y como Borges, murieron sin él.
Marcel Proust es, sin ningún género de dudas, el más grande novelista del siglo XX. Desde la publicación de À la recherche du temps perdu su reputación no ha dejado de crecer. En menos de cien años, su vida y su obra han sido objeto de centenares de ensayos y de millares de artículos, y es hoy, junto con Cervantes, Shakespeare y Joyce, el autor más estudiado y comentado del mundo. Su influencia sobre la literatura posterior a la publicación de su obra ha sido y sigue siendo considerable, de tal modo que la mayoría de los autores se definen, de un modo u otro, por relación a él. La Recherche ha sido traducida y retraducida a decenas de lenguas y ha sido y es objeto de centenares de adaptaciones en todos los géneros: films, espectáculos diversos, programas radiofónicos y televisados, obras de teatro, ballets, cómics y hasta una comedia musical en Nueva York. Su importancia en la cultura francesa e internacional es tal, que se ha convertido en una especie de mito universal reconocido que, incluso entre las personas menos cultas, evoca a un mundano, a un snob, a un asmático, o bien hace pensar en una magdalena mojada en té o incluso en una habitación tapizada en corcho.
Si Proust se encuentra en el pináculo del mundo literario y cultural, ello se debe esencialmente a la Recherche, que es el monumento insoslayable de las letras francesas modernas. Por más que se halle impregnada toda su vida por la novela decimonónica, Proust creció en una época en que el realismo conocía su último avatar, el naturalismo, y fue uno de los primeros escritores que comprendieron que el nuevo siglo –el XX– debía inaugurar una nueva literatura novelesca, una literatura que En busca del tiempo perdido iba a encarnar a la perfección. Antes que James Joyce, a quien se le considera generalmente el otro gran pilar de la literatura del siglo XX y que publicó Ulysses el mismo año de la muerte de Proust, fue él quien introdujo la novela en la era moderna. La Recherche, en efecto, hizo avanzar radicalmente los límites de la literatura y revolucionó el género novelesco. Basándose en los conocimientos aportados por la ciencia y la psicología modernas, es la primera novela que, en vez de presentar la historia de unos personajes en una sociedad concreta, refiere la aventura de una conciencia. Pero es asimismo la suntuosa reconstitución de una época, un tratado de psicología, concretamente de psicología amorosa, más penetrante y más perspicaz que cualquier otro manual sobre ese tema, una obra maestra de humor, un brillante estudio filosófico y una reflexión magistral sobre el tiempo y sobre el arte, todo admirablemente fusionado merced a una visión y un estilo soberbios y únicos.
Y para los que se empecinan en repetir que es un escritor difícil, tedioso y leído esencialmente por una élite intelectual, concluyo este ciclo-homenaje con una frase que no puede menos de hacernos entrar en éxtasis cuando surge ante nuestros ojos: «Cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran todavía mucho tiempo, como almas, recordando, aguardando, esperando, sobre las ruinas de todo el resto, y soportando, sin doblegarse, en su casi impalpable bolita, el enorme edificio del recuerdo». O esa otra, sencillamente genial que viene a decir que «los verdaderos paraísos son aquellos que hemos perdido».