Maestro del dulce

Redacción
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Este pastelero y confitero, ya jubilado, dedica su tiempo a elaborar golosinas, pasteles y postres en el centro Caridad Cristo del Amparo de la capital y a hacer la vida más dulce a los demás

Maestro del dulce

Donuts, cruasanes, napolitanas, rosquillas, madalenas, fritos, dormidos, roscones en Navidad, o alajú y resolí en Semana Santa. El artífice de los apetitosos postres y golosinas se llama Ángel Poyatos. Es pastelero y confitero, ya jubilado, y dedica su tiempo en el centro de Caridad Cristo del Amparo a hacer la vida más dulce a los demás.

Este maestro de la repostería elabora ricos pasteles para que los niños que acuden cada mañana al comedor puedan desayunar. Otros, atraídos por el buen hacer del confitero, acuden prestos para adquirir algunos de los dulces recién hechos. Eso sí, con su justa medida de azúcar y sin pasarse, por aquello de cuidar la salud. Claro está, advierte Poyatos, que todos los productos que elabora «no engordan. Engorda quien se los come».

Este conquense de Las Quinientas, toda una vida en la profesión, cuenta que la vocación le viene desde que fue aprendiz de un vecino pastelero. Luego se trasladó a Barcelona y volvió a Cuenca para trabajar en lo que más le gustaba. Abrió su propia pastelería y, tras jubilarse hace cinco años, colabora en el centro social del Cristo del Amparo. «Fueron a buscarme y me preguntaron si podía venir por aquí a echar un cable. No me lo pensé, porque disfruto mucho enseñando a los demás», dice.

Y es que Ángel, además de cocinar, organiza e imparte talleres en el centro para que pequeños y grandes aprendan las técnicas y elaboren sus propios dulces. Sólo en Navidad pasaron cerca de 400 niños de hermandades y colegios para preparar dulces típicos. «Ver aquí a 30 niños peleando con las masas es un disfrute», ríe.      

¿Qué hace falta para ser un buen pastelero? El ingrediente esencial es «que le guste la profesión», pero además debe «usar buenos productos, los mejores y de primera calidad», y tener en cuenta «el tiempo». 

«Para hacer pastelería se requiere un proceso. Ahora mismo hemos hecho la masa de los donuts, la hemos dejado estufar y después hay que freírla. Todo eso lleva su proceso», señala Poyatos, que asegura que nada tiene que ver la repostería antigua con la actual. «En mi oficio hay cosas que nos la hace ningún pastelero ya, como glasear fruta o bañarla, hacer una buena mermelada, o un buen cabello de ángel, que lleva su historia. Eso ya nadie lo toca». Por eso, manifiesta, «quiero que el que venga aquí lo aprenda y las recetas no se pierdan».   

Cree que Cuenca ha tenido siempre buena fama en la pastelería, «aunque se sigue haciendo lo mismo que hace 50 años. Los gustos de la gente no varían. A los conquenses, que no son tontos, no les saques de un suizo en condiciones, del dormido, del hojaldre». Precisamente, comenta que «ahora mismo estoy haciendo a mano un hojaldre, porque no tenemos laminadora, y eso no lo hace ya nadie en el mundo. Lo hago a mano, con rodillo y, ¿qué pasa?,  pues que sale un hojaldre que es una maravilla».

Por último, afirma que mientras pueda y las fuerzas le acompañen seguirá «dejando un sabor dulce», entre  los amigos y los conquenses que colaboran con el Cristo del Amparo comprando sus postres, a quienes también agradece su buen gesto y solidaridad.

Mientras habla, no quita ojo a la sartén de aceite de girasol caliente. Maite y Richi son los ayudantes que sacan y colocan cuidadosamente los esponjosos donuts en bandejas para cubrirlos con una capa de chocolate. «¡Hummm! ¡Qué buena pinta!», dice una vecina que llama a la puerta para preguntar si ya están hechos y si se puede probar.