Culto al vino

Leo Cortijo
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Especialista en la elaboración y cata de vinos, Gina dirige con maestría y buen hacer una vinoteca que es un puntal de referencia para los amantes del elixir de Baco.

Culto al vino - Foto: Reyes Martínez

Si algo emerge con fuerza en la entusiasta y arrolladora personalidad de Gina es que sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Y eso, casi siempre, es garantía de éxito. Especialista en la elaboración y cata de vinos, dirige con maestría y buen hacer la vinoteca El Rayuelo, un puntal de referencia para los amantes del elixir de Baco. Construido desde los cimientos de la humildad y la ilusión, este templo del culto al vino apuesta por una forma de ser y estar muy diferenciada. Gina coloca todas sus fichas en la casilla de aquellas bodegas que entienden la elaboración del vino «de forma honesta, sin productos químicos añadidos al campo y en equilibrio con la naturaleza, intentando contaminar lo menos posible y creando una simbiosis con el medio ambiente». Eso entronca con productores a pequeña escala, huidizos de los focos y escondidos de las grandes firmas, pero genuinos, propios y singulares.

Gina es la que se encarga, cumpliendo con excelencia la tarea de sumiller, de analizar y seleccionar cada una de las bodegas que ofrece en su casa. No solo vale con un estudio previo de la misma, también es necesaria una entrevista personal y, por supuesto, una cata. Ahí es cuando discrimina «si ese vino es realmente lo que me están contando o no». Es una «intérprete». Al cliente le describe desde el origen del caldo hasta el tipo de uva, pasando por los criterios que se han seguido para su elaboración. En definitiva, todo el proceso, desde la cepa hasta que es servido. El sumiller, remata, «es la persona que habla con el vino», y lo hace a través de tres fases: la visual, la olfativa y la gustativa.

Como las añejas cepas de su amada tierra, Gina hunde sus raíces pasionales por el vino en el lugar en el que se crió, la  Denominación de Origen Utiel-Requena. «Territorio bobal», comenta con una sonrisa en la cara. Creció en un pueblo en el que para ir al colegio tenía que atravesar viñedos y esos aromas, tan propios y característicos, además de la belleza de los paisajes, quedaron impregnados para siempre en su retina. Los estudios le obligaron a trasladarse a Valencia, y eso le hizo perder el nexo de unión con su pueblo natal. Así, decidió dar un paso al frente y profesionalizar lo que entonces solo era un recuerdo de la niñez.

Además, en su familia el vino siempre se ha interpretado como un alimento saludable, «casi como una medicina», eso sí, «tomado en su justa medida». Esa admiración por este sabroso líquido llegaba a conceptuarlo como un «bien mayor». «En casa no podía faltar pan ni podía faltar vino», sentencia.

El Rayuelo es, hasta ahora, la última parada en el leitmotiv existencial de Gina. Es su pequeña criatura. A la que nutre con «los mejores productos gourmet, principalmente de Cuenca». Y lo hace, además de para ofrecer calidad, para «ayudarnos entre todos». Y es que no solo de vino vive su vinoteca. En ella también hay cabida para embutidos, quesos o cervezas artesanales, por ejemplo. Algo con lo que tampoco ha podido el maldito bicho y que es santo y seña de su establecimiento son las catas, aunque eso sí, muy limitadas en aforo y número. «En ellas se disfruta aprendiendo», remata Gina. Una enamorada de tintos, blancos y rosados. Es su forma de vivir.